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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Terremotos de México. Por Miguel Salinas Chávez

Estos dos terribles terremotos con sólo 12 días de diferencia son una purificación y una llamada radical al cambio de rumbo de la sociedad mexicana.

Cualquier tragedia o accidente causa en quien lo vive, un cambio en la personalidad tan profundo que puede, si es para mal, incapacitar y paralizar e impedir que el trauma pueda ser superado y si es para bien, convierte a quien lo vive, en alguien fortalecido que da un salto y avanza de golpe muchos años de experiencia diaria en un solo instante, eso sucede en lo individual como en una sociedad completa. 

La guerra, crisis económicas y los desastres naturales son las principales causas que provocan estos efectos en las personas y en ciudades o países enteros, México ha pasado por los tres en muchas ocasiones a lo largo de su dilatada historia, desde las primeras manifestaciones de cultura y civilización, hace miles de años, hasta los más recientes, el más, hace apenas unos días cuando el centro del país fue sacudido por segunda vez en doce días por un fuerte terremoto que, por una trágica o providencial coincidencia, sucedió un 19 de septiembre, esa fecha está grabada en la memoria de todos quienes lo vivimos en la Ciudad de México en 1985 y teníamos conciencia para recordarlo. 

En 1985 México padecía 15 años consecutivos de una caída económica que se había agravado desde 1982, periodo en el cual millones de familias habían pasado de ser clase media, a la pobreza, otros muchos lo habían perdido todo y en general, el ambiente era de una gran desilusión y temor ante un panorama cada vez más oscuro por el mal manejo del gobierno encabezado en aquel entonces por Miguel de la Madrid Hurtado; eran tiempos donde quien gobernaba, era un monarca omnipotente simulando ser presidente. 

No existía democracia, ni oposición, una ilusión lejana era ser la sede del mundial de futbol en 1986, pero aún faltaba mucho tiempo para que ello levantara el ánimo de una sociedad deprimida. Fue en ese contexto cuando azotó, a las 7:19 de la mañana del jueves 19 de septiembre, un terremoto de 8.1 grados que devastó muchas zonas de la ciudad de México, una de las más afectadas fue la Colonia Roma, en donde yo vivía entonces y de donde soy nativo y donde se encuentra una réplica exacta de la fuente de las Cibeles donada por España a México en 1982 en señal de cariño y amistad. En esta colonia y su vecina la Condesa, se encuentran cientos de negocios de españoles y es por ello, su lugar preferido de residencia. 

El terremoto dejó escombros y miles de cadáveres, decenas de miles de lesionados y damnificados y lo más importante, dejó una lección de vida que cambió totalmente a quienes vivimos esa tragedia. Mostró de lo que está hecha la sociedad mexicana. 

México es reconocido a nivel mundial entre otras cosas por su hospitalidad y nobleza, por eso la tragedia de nuestro país se convirtió en una pena que dolió fuera de nuestras fronteras y las muestras de ayuda y cooperación, de entrega y heroísmo que mostramos, conmovió y cimbró al mundo entero. 

En esa tragedia nos dimos cuenta de lo que éramos capaces y que no sabíamos: de hermanarnos y convertirnos en uno solo. El terremoto nos hizo iguales a todos, no importando la clase social, los privilegios o carencias, los apellidos o historias, todos quedamos en condición de necesitados y servidores. 

Esa tragedia evidenció, además, la incapacidad del gobierno de responder ante una catástrofe de esas dimensiones, que se potencializó por la corrupción gubernamental que permitió la construcción de muchos edificios de oficinas públicas, alterando los estándares de seguridad de construcción, utilizando material de baja calidad y dando como consecuencia que la mayoría de los edificios colapsados, eran propiedad y responsabilidad del gobierno federal. 

El desastre mostró que la gente se bastó a sí misma, se organizó, rescató y reconstruyó sin ayuda del gobierno, que recibió a partir de ese momento, el desprecio de una sociedad que había despertado y que de golpe, se dio cuenta que no lo necesitaba para salir adelante.  

Ese repudio quedó de manifiesto en la ceremonia de inauguración del mundial de futbol en el Estadio Azteca diez meses después del terremoto, cuando ante los ojos del mundo, el presidente recibió la mayor rechifla y abucheo de la historia que se tenga memoria en un evento internacional. 

Este despertar y transformación social que se dio gracias a esta terrible tragedia, fue una bendición que nos hizo creer de nuevo en nosotros mismos, de descubrir nuestro potencial, de mostrar al mundo la esencia más pura del mexicano: noble, valiente y capaz de quitarse el bocado para dárselo al hermano en desgracia. 

La población le cobró al Gobierno su incapacidad y corrupción tres años después, en 1988, cuando el candidato oficial del gobierno perdió la elección, pero el gobierno, inundado hasta el cuello en el fango de la corrupción y mostrando ante el mundo que la democracia en México era una falacia, impuso a la fuerza a su candidato, que se convirtió en el presidente más odiado de la historia hasta el día de hoy. 

Treinta y dos años, después, otro 19 de septiembre, se repite la tragedia y se repiten los actos de nobleza y heroísmo, nuevamente el pueblo de México muestra al mundo que estamos listos para otro salto y crecimiento, ahora lo necesitamos más que nunca pues hemos padecido una década terrible, quizá la peor de nuestra historia a partir de 2007, en la que hemos legalizado 150,000 asesinatos de bebés que se creían seguros en el lugar que debería ser su más infranqueable santuario: el vientre materno.  

Hemos visto a la par de ese crimen terrible que clama al cielo, la muerte violenta y desaparición de otros 150,000 o quizá muchos más compatriotas asesinados por el crimen organizado y por una sociedad que cayó en las garras del demonio que se pelea mano a mano con la Patrona legítima de México y Emperatriz de América, Santa María de Guadalupe, el dominio de esta tierra que ella eligió para tener aquí su casita. 

Estos dos terribles terremotos con sólo 12 días de diferencia son una purificación y una llamada radical al cambio de rumbo de la sociedad mexicana, es un acto providencial para volver a creer en nosotros y dejar de creer en lo que nos ha hecho creer el gobierno corrupto y sus socios del crimen organizado que somos. 

México es su sociedad civil trabajadora, emprendedora, que sabe salir adelante en las adversidades económicas o de cualquier clase, que no delinque, que no asesina, que ora y que tiene en Santa María de Guadalupe a su Madre, ese es el México que saldrá agrandado de esta tragedia y las que vengan, el que recibe cada año a casi 40 millones de visitantes extranjeros y que concentra en las colonias más hermosas de la ciudad, la Roma, Condesa y Cuauhtémoc, la mayor cantidad de extranjeros residentes del país, extranjeros que ahora son vecinos y están codo con codo participando en las labores de rescate en estas tres colonias que fueron las más afectadas ahora, igual que hace 32 años. 

México está de pie pues ondea en el cielo nuestra bandera, elegida en una encuesta internacional como la más hermosa del mundo y resuena nuestro Himno Nacional, considerado el segundo o el más hermoso del mundo, junto con el de Francia, que hemos cantado durante más de 160 años y ahora con emoción repetimos: piensa ¡Oh, Patria querida! que el cielo, un soldado en cada hijo te dio” .

 

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