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Abogado. Columnista y analista político en radio y televisión.
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Las risas en el Parlamento Europeo

9 de octubre de 2023

Sucedió la semana pasada en la Eurocámara. El conservador sueco Charlie Weimers estaba hablando acerca de la inmigración descontrolada y las víctimas que han dejado en su país las organizaciones criminales formadas por extranjeros. Desde tiroteos hasta atentados con granadas de mano y otros tipos de bombas, el antiguo paraíso de la socialdemocracia se está viniendo abajo. La policía sueca cifra en unos 30.000 las personas vinculadas a las bandas armadas. Sólo en septiembre dejaron un saldo de 11 víctimas y hubo una oleada de ataques con bomba que incluyó cuatro atentados en un solo día.

El fenómeno de la violencia en Suecia no es nuevo. Ya en 2021, El Consejo Nacional Sueco para la Prevención del Crimen advertía en un informe del incremento de tiroteos en el país escandinavo. Entre las causas, señalaban el tráfico de drogas, las organizaciones mafiosas y los bajos niveles de confianza en la policía en ciertas zonas. Dos años después, las «no-go zones», áreas urbanas que escapan al control del Estado, han crecido y la policía es cada vez más débil. El actual gobierno conservador ha anunciado que recurrirá al ejército para combatir al crimen organizado. La situación es muy grave. 

Precisamente de las víctimas estaba hablando el eurodiputado Weimers cuando varios socialistas y liberales (bueno, liberales en el sentido del parlamento europeo) rompieron a reír. El diputado se indignó con razón —«¡ustedes se ríen!, ¡se ríen de las 17 víctimas inocentes asesinadas a tiros!, ¡muertos por bombas en Suecia! ¡Debería darles vergüenza!— y lanzó un terrible augurio: «¿Saben qué? Esto se convertirá en realidad en sus países también».

En realidad, parecía un anuncio, pero era un diagnóstico. Lo que está sucediendo en Suecia no se aleja mucho de lo que vimos en Francia en junio y julio. La muerte del joven Nahel Merzouk se convirtió en el pretexto para protestas cada vez más violentas que la izquierda trató de capitalizar políticamente. Ya recordarán el relato: el racismo institucional, la violencia del Estado, la pobreza y la marginación… También se acordarán de la sospecha constante sobre la policía, de la presunción de culpabilidad de los oficiales que se iba extendiendo por las redes sociales y de las voces que se alzaban para condenar a las instituciones del país. Jean-Luc Mélenchon hacía de altavoz de los indignados. El presidente Emmanuel Macron trató de cohonestar el uso de la fuerza -45 000 efectivos se movilizaron por toda Francia para restablecer el orden- con el diálogo social.

Se dirá que en Francia no se trató de bandas ni crimen organizado. Yo tengo ciertas reservas sobre esas “protestas espontáneas” que se organizan tan bien, conocen los protocolos policiales y saben técnicas de lucha callejera, pero ya hablaremos de eso en otra ocasión. Admitamos como hipótesis de trabajo que no son grupos mafiosos. Habrá que admitir, no obstante, que se trata de una violencia que, en ambos casos, se origina en entornos sociales que viven de espaldas al Estado por pretendidas condiciones de marginación. Suecia y Francia han brindado a los inmigrantes y a sus hijos oportunidades de educación, asistencia sanitaria y, en general, bienestar garantizado por el Estado. Sea por la actividad de organizaciones criminales sea por grupos de «indignados», lo cierto es que esa inmigración descontrolada ha ido tomando carices violentos que ni la más generosa solidaridad puede consentir. Tienen razón Orbán y Morawiecki cuando afirman el interés nacional de Hungría y Polonia, respectivamente, frente a los intentos de presión para que acojan más inmigrantes.

El modelo de externalización a los países vecinos de los controles sobre los flujos migratorios ha fracasado. Sólo ha convertido a España, Italia, Malta y Grecia en rehenes de gobiernos que, cuando quieren recordar quién manda, dejan que unos miles de mujeres, niños y —sobre todo— hombres en edad de combatir crucen la frontera o se hagan a la mar. Lo demás ya llega solo: la segregación, la presencia de tratantes de seres humanos que quieren cobrar el precio del pasaje, la explotación laboral, la trampa de las organizaciones criminales, el choque cultural que el multiculturalismo trató de mitigar y, en realidad, ha catalizado… En fin, lo que estamos viviendo en Europa. Si quieren saber cómo está la inmigración en España lean este informe de la Fundación Disenso. 

Algunos se ríen, pero las palabras de Weimers no van desencaminadas. Eso no va a llegar al resto de Europa. Eso ya ha llegado.

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