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el mundo ha podido por fin conocer la sencillez de un hombre santo

Benedicto XVI, un año después de su muerte

El secretario personal del Papa Benedicto XVI, monseñor Georg Ganswein, durante el velatorio en el Vaticano.

El 31 de diciembre de 2022, pasadas las 9.30 de la mañana, falleció Benedicto XVI a los 95 años de edad. Tras unos días especialmente enfermo, el Santo Padre emérito entregó su alma a Dios en el monasterio Mater Ecclesiae. Así lo comunicó entonces el portavoz de la Santa Sede, Mateo Bruni: «Con pesar doy a conocer que el Papa emérito Benedicto XVI ha fallecido hoy a las 9:34 horas, en el Monasterio Mater Ecclesiae del Vaticano».

Aquel día La Gaceta compró unos vuelos a Roma para cubrir, desde el epicentro de la Cristiandad, el velatorio y posterior funeral del teólogo más brillante de la era moderna, del Papa más revolucionario de los últimos siglos y del hombre que desde sus años en las aulas de Baviera hasta su discreto retiro en los jardines vaticanos granjeó fama de santidad. No en vano el día de su funeral una voz resonó en Roma: «¡Santo subito!».

Precisamente desde el 28 de febrero de 2013 la cátedra de Pedro quedó vacía, tras un pontificado de 2.872 días, dos horas y 10 minutos. Benedicto XVI se convirtió entonces en el primer Papa que renunciaba en 700 años. Años más tarde aún tratamos de entender los motivos para tal renuncia. En esta casa el periodista Álvaro Sánchez León reconocía: «Es muy probable que las dos etapas más felices de su vida hayan sido, por una parte, sus primeros años como sacerdote dedicado a la pastoral juvenil y a la universidad; y por otro lado sus primeros años en Mater Ecclesiae tras su renuncia. Yo creo que, pese a los achaques de salud, ha disfrutado mucho, porque se ha dedicado a leer, a contemplar, a conversar. Y eso es profundamente bávaro».

Así como durante su tiempo como escudero de San Juan Pablo II en la Congregación para la Doctrina de la Fe no fue plenamente comprendido por los vaticanistas, tampoco su Papado fue siembra de claridad. Con unos discursos finos y valientes, pero con el tímido hilo de voz y la media sonrisa, Benedicto XVI alumbró un Magisterio gigantesco, entroncado en la Tradición de la Iglesia, que sin embargo no muchos supieron apreciar. «Recibir su legado no es una misión fácil porque Joseph Ratzinger fue siempre un incomprendido», recordaba Enrique García-Máiquez.

«El mundo siempre presentó a Ratzinger como uno de los extremos de cualquier discusión. Él estaba en el centro, no geométrico, pero sí racional, como el fiel de una balanza, sopesando los argumentos de unos y de otros», abundó hace un año el poeta gaditano. Algo parecido dejó intuir Ignacio Peyró, que escribió en Ya sentarás cabeza que Benedicto XVI siempre fue el «consuelo intelectual» de los católicos.

Un consuelo que, un año después de su fallecimiento, ahonda en el seno de la Iglesia. Con un Papa Francisco cada vez más agradecido a la labor de su antecesor, el mundo ha podido por fin conocer la sencillez de un hombre santo. Desde confeccionarse las sotanas en la romana Gammarelli hasta tomar strudel y aranciata en su restaurante favorito de la ciudad, la Cantina Tirolese. O sus paseos por la Piazza della Città Leonina para terminar tomando, en una de sus esquinas, un discreto té negro.

Su sencillez personal nunca riñó con una exuberante capacidad intelectual. En Mater Ecclesiae nunca dejó de recibir a sacerdotes y demás fieles, entre ellos el Papa Francisco: «Mi relación con el Papa Benedicto era muy cercana. Yo a veces le iba a consultar. Y él, con una sabiduría muy grande, me decía su parecer pero siempre diciéndome «lo que usted vea». Siempre me ayudó, muy generoso». A lo que el Pontífice añade: «Benedicto era un grande. Era un hombre humilde, sencillo y que cuando se dio cuenta de sus límites, tuvo la valentía de decir basta. Yo lo admiro».

Hoy, 31 de diciembre de 2023, un año después de su muerte, desde La Gaceta queremos acordarnos de un Papa valiente, de un hombre bueno, y de un intelectual santo. Precisamente esta mañana de domingo su secretario personal, monseñor Georg Gänswein, ha celebrado en la Basílica de San Pedro un funeral por el alma de Benedicto XVI. Un alma que dejó al mundo una rica herencia que custodiar. Una memoria que todos los católicos debemos recordar. En este primer aniversario y siempre.

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