A su izquierda (mirando al mapa), una España abofeteada por la todopoderosa Alemania. A su derecha, un pequeño país, Hungría, que abofetea en la cara los postulados de esa Europa representada, en buena medida, por el rostro de la canciller Merkel. Son dos caras de una misma moneda que les contamos este lluvioso lunes en nuestra portada. Vamos primero con el asunto patrio:
“Tras décadas proyectando una imagen de idílica colaboración trasnacional entre los principales estados europeos, y tratando de convencernos de la importancia de España en el seno de la UE, la sentencia judicial germana resulta incomprensible. Resulta alarmante la escasa importancia de España no ya en el escenario internacional, sino en el más modesto y cercano ámbito europeo. Esa peligrosa carencia explica el porqué de la bofetada al gobierno de Mariano Rajoy. Es evidente que si Berlín valorase en algo sus relaciones con España -en algo más que en la consideración de nuestro país como un destino de consumo para sus productos -, nos habríamos ahorrado este bochorno”. Son los primeros párrafos de la radiografía que Fernando Paz publica hoy en La Gaceta sobre un asunto que sonroja e indigna a partes iguales.
Y todo, mientras los separatistas, crecidos por su ‘victoria’ judicial, insisten en una segunda sesión de investidura en su camino hacia la República. Vamos ahora con el otro asunto, el de la derecha del mapa.
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Hungría
El gobernante partido Fidesz, del polémico primer ministro, Viktor Orbán, lograba este domingo una victoria arrolladora en las elecciones generales de Hungría, con el 48,9 %. Mientras que la coalición de izquierdas -los socialdemócratas y “Diálogo”- no pasaba del 12%, el partido ultraderechista Jobbik rozaba el 20%. ¿Lectura? La primera, que el monstruo de las poltronas de la Unión, que el odiado y combatido Viktor Orbán, convence -y mucho- en su país.
Que esa política suya de ‘en mi casa mando yo’ ha merecido la confianza de los ciudadanos de un país que, quizá por ese pasado del comunismo totalitario, sabe exactamente lo que no quiere en sus fronteras.
Si en la Unión Europa preocupara en algo el futuro de Europa -el Viejo Continente, no esa institución de lo políticamente correcto- este lunes se convocaría una reunión urgente para analizar el cada vez más abismal vacío entre política y ciudadanía.
Varas de medir
Otro asunto del día. Con nuestros políticos empeñados en mirar hacia el pasado para justificar su presente, asistimos esta jornada a un nuevo homenaje a Largo Caballero, cuya estatua en los llamados Nuevos Ministerios tortura la retina de más de un madrileño de bien.
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Resulta que UGT y la Fundación Largo Caballero organizan un acto conmemorativo del traslado, el 8 de abril de 1978, de los restos de Francisco Largo Caballero de Madrid a París. El acto, que se celebrará -no podía ser de otra forma- en el Cementerio Civil de la ciudad, no es sino un homenaje a quien afirmó, entre otras perlas, eso de “no creemos en la democracia, no creemos en la libertad” o “ si la legalidad no nos sirve, si impide nuestro avance, daremos de lado la democracia burguesa e iremos a la conquista del Poder”. Pero ya sabemos que vivimos en una España en la que uno puede homenajear a Largo Caballero en nombre de la libertad (¿?) y pedir, a la vez, la ilegalización de la Fundación Francisco Franco en nombre de esa misma libertad. No sé qué pensarán ustedes pero para mí que algo no cuadra.
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