Según transcurren los días y el enfrentamiento en Ucrania se alarga sin visos de un final próximo, en Washington resulta cada vez más complicado encontrar a alguien con voluntad real de apoyar el fin de las hostilidades. Ni el entorno de la Casa Blanca ni tampoco los medios de comunicación que vivieron de azuzar el miedo ante una hipotética guerra que nunca provocó Donald Trump están interesados en calmar los ánimos en Ucrania, en Rusia o dentro de los Estados Unidos.
La posibilidad de que más países se sumen al conflicto es real. Joe Biden, como ya hiciera en su discurso sobre el Estado de la Unión, ha vuelto a plantear una intervención militar estadounidense en Europa para cumplir la «obligación sagrada» —así la ha calificado— de defender «cada pulgada del territorio de la OTAN». Descartado el choque con el ejército ruso en suelo ucraniano y el establecimiento de una zona de exclusión aérea solicitado por Volodímir Zelenski, el demócrata ha advertido: «Si se mueven una vez, por supuesto, respondemos. Es la Tercera Guerra Mundial».
Tal afirmación, una de las más incendiarias expresadas por un comandante en jefe de los Estados Unidos en el último siglo, que abriría todos los informativos de haber sido expresada por alguno de sus antecesores, ha estado acompañada por el anuncio de nuevas sanciones contra Rusia, que alcanzarán rango de legislación para revocar sus relaciones comerciales normales permanentes, las llamadas PNTR por su acrónimo en inglés, con los Estados Unidos. La medida, en coordinación con Canadá, Francia, Alemania, Italia, Japón, el Reino Unido y la Unión Europea, tiene por objetivo asfixiar los negocios de las empresas rusas en todo Occidente.
Además, serán canceladas las importaciones a los Estados Unidos de productos como marisco, vodka y diamantes. También se imposibilitará la exportación de artículos de lujo a Rusia, al tiempo que se amplía la lista de personas que serán sancionadas en función de su nacionalidad y el grado de cercanía a Vladimir Putin.
Estas últimas decisiones se suman a la prohibición de las importaciones de energía rusa, ante la que la prensa estadounidense ya habla de un periodo de pobreza a cambio de dignidad, además de a las sanciones ya impuestas a los sistemas financieros y a otras personas cercanas al Kremlin.
«Putin debe pagar el precio. No puede emprender una guerra que amenaza los cimientos mismos de la paz y la estabilidad internacionales y luego pedir ayuda financiera a la comunidad internacional», ha sentenciado Biden. En la misma alocución, ha presumido de la efectividad de las sanciones, señalando la disminución del valor del rublo, el cierre del mercado de valores y la incautación de activos de los oligarcas como muestras de su efectividad.
Poco después, Nancy Pelosi, presidenta de la Cámara de Representantes, ha informado de que la documentación para revocar el PNTR de Rusia ya ha sido redactada, basándose en la prohibición de las importaciones de combustibles fósiles aprobada el pasado miércoles: «Cuando la Cámara regrese la próxima semana, abordaremos la legislación para formalizar esta revocación y esperamos que reciba un importante apoyo de ambos partidos».
En paralelo, en los últimos quince días los Estados Unidos han aumentado su ayuda directa a Ucrania en 107 millones de dólares, a los que se sumará el enorme plan de gastos aprobado por el Congreso, que incluye otros 13.600 millones. Un apoyo material, el estadounidense, acorde a la postura occidental ante el conflicto, que aúna soporte económico, planes de acogida de refugiado y envío de armamento.
Precisamente, la referencia expresa a la Tercera Guerra Mundial en boca de quien detenta la presidencia de los Estados Unidos llega en medio del debate sobre la pertinencia de la propuesta polaca de transferir sus cazas MiG-29 a la base estadounidense de Ramstein, ubicada en Alemania, para reforzar la fuerza aérea de Ucrania.
Un ofrecimiento de momento rechazado por el Pentágono, que supondría la entrada en el conflicto de aeronaves y miembros del Ejército de Polonia, país miembro de la OTAN a la que Biden ha declarado su «obligación sagrada» de defender.