«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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UN ensayo sobre el envilecimiento comunista chino y la resistencia ciudadana

Dictadura y responsabilidad en Hong Kong

Así, la población fue sacudida, forzada al silencio y dejada sin posibles líderes de resistencia. Así se inculcó la «sabiduría», se cortaron los antiguos lazos y amistades.

(Aleksandr Solzhenitsyn, Archipiélago Gulag)

I

¿Puede la vida moral sobrevivir a la dictadura? Cuando un gobierno intimida a sus súbditos, cuando siembra la desconfianza entre ellos, cuando penaliza la virtud e incentiva el servilismo, ¿cómo pueden los hombres y las mujeres mantener la fe en sí mismos y en sus semejantes? Los ciudadanos de los estados democráticos tienden a reflexionar sobre estas cuestiones, si es que lo hacen, con un interés distante, incluso teórico. Las dictaduras ocurrieron entonces o, si están vigentes, ocurren lejos. Pero en la antaño libre ciudad de Hong Kong esa despreocupación ha desaparecido.

Durante algo más de dos décadas, Hong Kong vivió la vida de una anomalía. Cuando en julio de 1997 Gran Bretaña renunció a la soberanía sobre Hong Kong, la colonia se convirtió en una «Región Administrativa Especial» de la República Popular China (RPC). En virtud de la Declaración Sino-Británica (1984) y de los artículos de la Ley Básica (adoptada por la Asamblea Popular Nacional en 1990), Hong Kong tenía derecho a conservar sus libertades civiles y políticas, así como su economía de libre mercado, hasta julio de 2047. «Un país, dos sistemas», «el pueblo de Hong Kong gobierna Hong Kong» y «un alto grado de autonomía» eran los lemas que definían el estatus especial de la ciudad en la RPC.

Hoy suenan a farsa. El 30 de junio de 2020, Pekín impuso en Hong Kong una ley de seguridad nacional; sus huecos artículos, que son un cajón de sastre, criminalizan todo lo que el Partido Comunista Chino (PCCh) califica de secesión, subversión, actos terroristas y colusión con potencias extranjeras hostiles. El alcance de la ley es global o, en la jerga jurídica, extraterritorial, lo que significa que acciones que están legalmente permitidas en una jurisdicción nacional (por ejemplo, Canadá o Australia), pueden ser criminales en Hong Kong y castigadas allí. Los hongkoneses que viven en el extranjero reciben el aviso de que el PCCh les vigila y que quienes critican el comunismo chino en un país extranjero tienen que prepararse para sufrir el exilio permanente o la detención al volver a casa.

II

No voy a entrar en detalle en las medidas de seguridad nacional de Hong Kong. Los hongkoneses los conocen demasiado bien y, para los demás, hay actualizaciones mensuales disponibles por cortesía de Hong Kong Free Press (empezar aquí). Mi tema es el potencial que tienen los hongkoneses para seguir siendo agentes morales que se respeten a sí mismos en el nuevo orden. Precisamente porque su situación no carece de precedentes, recordar cómo otros resistieron a la dictadura puede ayudar a los hongkoneses a soportarla también.

En 1964, la principal teórica en Estados Unidos sobre el totalitarismo, la escritora política Hannah Arendt, dio una charla en la BBC titulada «La responsabilidad personal bajo la dictadura«[i]. Su esencia era la siguiente: los niños obedecen, los adultos consienten. Lo que se llama obediencia en el ámbito político no es tal cosa: es el apoyo tácito o expreso a un programa, un líder, un partido. Separar la obediencia del vocabulario del pensamiento moral y político no solo ayudaría a aclarar el significado de nuestras acciones, también restauraría, según Arendt, «lo que en otros tiempos se llamaba la dignidad o el honor del hombre».

Los testigos críticos coinciden -en seguida me referiré a su testimonio- en que la responsabilidad bajo la dictadura tiene al menos dos dimensiones: la responsabilidad de no hacer daño a los demás y la responsabilidad de ser honesto con uno mismo. En el primer caso, la responsabilidad se basa en la moderación, en abstenerse de cualquier acción que fortalezca al régimen o debilite a otros sujetos a su dominación: acciones como delatar a un vecino, dar falso testimonio, firmar un documento dudoso, conspirar para degradar injustamente a un compañero o congraciarse de forma oportunista con quien ostenta el poder. Una responsabilidad conexa es la de ofrecer consuelo a los allegados perseguidos y humillados por el régimen. De los muchos males causados por las dictaduras, la pérdida de la camaradería humana -el aislamiento- es uno de los peores. A veces, una simple mirada de ánimo, un chiste compartido, un apretón de manos u otro saludo cortés es suficiente para indicar a alguien marcado como paria por el régimen que sigue siendo un miembro valioso de una comunidad humana.

Pero los individuos también tienen responsabilidades para con ellos mismos bajo la dictadura, y estas se basan en un compromiso constante y siempre renovado con los principios de la honestidad: la honestidad interpersonal –brevemente, la negativa a repetir y difundir las mentiras del régimen- y la honestidad intrapersonal -esencialmente, la negativa a mentirse a uno mismo-. Ser honesto en ambos sentidos requiere algo más que claridad o perspicacia. Requiere un estado de alerta y un esfuerzo constantes el ejercicio voluntario y deliberado de la conciencia humana para reconocer y nombrar, aunque sea en voz baja, y oponerse, de cualquier manera posible, a lo que es malo. Ser honesto es una tarea ardua en las mejores condiciones. ¿Es realmente posible en las peores? Los testigos críticos de la dictadura demuestran que sí.

En la dictadura, las obligaciones con nosotros mismos y con los demás están relacionadas. Cuanto más honestos seamos con los hechos y con nosotros mismos, conscientes de lo que hacemos y dispuestos a actuar en consecuencia, es menos probable que hagamos daño a los demás.

III

Las dictaduras en general, y los estados totalitarios en las garras del nacionalsocialismo y el comunismo en particular, son laboratorios extraordinarios para observar el funcionamiento de la ofuscación humana. Sin embargo, no todas las artimañas son igual de eficaces. Se podría pensar que a las dictaduras, con amplios recursos de propaganda, les resultaría fácil engañar a sus súbditos. No siempre es así. La razón es que los Estados que desean legitimidad entre sus propios súbditos, así como entre los organismos internacionales con los que interactúan, profesan sus normas en formatos oficiales: leyes, constituciones, protocolos internacionales. Cuando esas normas se incumplen visiblemente en la práctica, como ocurre regularmente, la autoridad de sus agentes se erosiona.

Por el contrario, los individuos son mucho más hábiles que los Estados a la hora de cubrir sus huellas morales. Mientras que las dictaduras intentan engañar a sus súbditos, pero a menudo fracasan, los individuos demuestran ser genios para engañarse a sí mismos.

En 2009, Liu Xiaobo, Premio Nobel de la Paz, fue encarcelado en China por el delito de «incitación a la subversión del poder del Estado» (citando el veredicto de la Sentencia Penal nº 3901 del Tribunal Popular Intermedio de Pekín). ¿En qué consistió esta incitación? «Liu Xiaobo se aprovechó de las características mediáticas de internet [y] excedió el ámbito de la libertad de expresión». Descifrado, Liu firmó, patrocinó y transmitió la Carta 08 cuyo primer principio es la libertad civil y política; la carta llama a la libertad «el núcleo de los valores humanos universales». Oficialmente, el artículo 35 de la constitución de la RPC garantiza «la libertad de expresión, de prensa, de reunión, de asociación, de procesión y de manifestación». No es así, declara la carta de Liu: «La realidad política que está a la vista de cualquiera es que China tiene muchas leyes, pero no un Estado de Derecho; tiene una Constitución, pero no un gobierno constitucional»[ii].

Una nota similar es la del abogado ciego Chen Guangcheng que, tras ser acosado y detenido reiteradamente, escapó a Estados Unidos. Contando la vida aldeana en la provincia de Shandong, Chen escribe que «a finales de los años 80, ya nadie creía en la propaganda anual». Su familia de cultivadores de tabaco había sido testigo de cómo los funcionarios del partido afirmaban en el mercado, que las hojas, al ser de baja calidad, valían una miseria, para luego descubrir que los mismos funcionarios vendían el tabaco con un considerable sobreprecio. «La treta era transparente», lamenta Chen. Y el mensaje era claro: «Simplemente no se podía confiar al gobierno la supervivencia básica»[iii].

El artículo 38 de la Constitución de la RPC garantiza la «dignidad» y la «inviolabilidad» de los ciudadanos. Sin embargo, «provocar desacuerdos y crear problemas», en la jerga del Partido Comunista, fue suficiente para que Zhang Wuzhou, crítica de la ley de seguridad nacional de Hong Kong, fuera detenida por la policía, su cuerpo retorcido como una bola humana y las manos y los pies atados con esposas metálicas. «Provocar desacuerdos y crear problemas» también ha sido la acusación lanzada contra la periodista Zhang Zhan, que denunció la mala gestión del PCCh durante la crisis del Covid-19 de Wuhan. Condenada a cuatro años de cárcel, actualmente está en huelga de hambre.

En todos estos casos, el engaño y la doble moral del Estado son, paradójicamente, demasiado evidentes. «A la vista de todos». La constitución dice una cosa y las autoridades hacen otra. En cambio, el engaño que practican los individuos sobre sí mismos -el autoengaño- no es obvio; es demasiado turbio. El relato más astuto que conozco no procede, sin embargo, de un pensador chino, sino de uno alemán: Karl Jaspers, un destacado psicólogo y filósofo que vivió los años del nazismo. Se vio obligado a dimitir de su puesto en la Universidad de Heidelberg en 1937 debido a la mancha que supuso su matrimonio con una judía alemana. Milagrosamente, Jaspers y su esposa Gertrud sobrevivieron a la guerra físicamente ilesos, sin oponerse activamente al Estado nazi pero entrando en una «emigración interior», es decir, negándose a colaborar con él de ninguna manera. Cuando terminó la guerra, Jaspers instó a sus compatriotas alemanes a asumir la responsabilidad por las muchas formas en que habían apoyado y participado en un régimen genocida. Aunque escribía específicamente sobre la Alemania del nacionalsocialismo, el análisis de Jaspers se aplica a la conducta de las dictaduras en general.

Un rasgo llamativo de la perspectiva moral de Jaspers es su rechazo a presentar a los ciudadanos alemanes como personas ignorantes o ideológicamente saturadas, incapaces de comprender sus circunstancias bajo una luz realista. Y fue precisamente este rechazo lo que le llevó a acuñar el concepto de falsches Gewissen [«falsa conciencia» en el sentido de conciencia moral] como contrapunto a la idea marxista de falsches Bewusstsein [«falso estado de conciencia»]. Jaspers lo hizo en su libro Die Schuldfrage (1947), publicado en inglés un año después como The Question of German Guilt [El problema de la culpa: sobre la responsabilidad política de Alemania]. Hay que reconocer que falsches Gewissen es una expresión extraña, al menos en inglés. Pero Jaspers tenía buenas razones para acuñarlo.

Describir la participación en el Reich nazi como una prueba de Bewusstsein, como hacían los marxistas, o como una manifestación de una «personalidad autoritaria», como hacían los marxistas-freudianos, sugiere en realidad que no se puede atribuir razonablemente ninguna culpabilidad moral. Después de todo, si una conciencia es falsa y luego se convierte en verdadera, las personas dotadas de esta milagrosa transformación son esencialmente seres bifurcados. Solo su verdadera conciencia puede (ahora) ser valorada moralmente. Su antigua conciencia falsa no, ya que estaba determinada por las circunstancias económicas, las «condiciones geográficas», la «situación histórico-mundial» y las fuerzas tempestuosas desencadenadas por el régimen nazi. Del mismo modo, los individuos sometidos a una educación autoritaria difícilmente pueden ser responsables del impacto de dicha educación en su «personalidad».

Sin embargo, en cuanto se habla de Gewissen, se evoca un ser totalmente diferente. Este ser, poseedor de una memoria, tiene coherencia como persona. Ya no está dividido en un antes y un después, el ser humano de 1945 tiene continuidad de persona con lo que fue y lo que hizo en 1944, 1941, 1939, 1938 y 1933. Al poseer una voluntad, este ser sigue teniendo, como siempre ha tenido, opciones, aunque algunas sean infinitesimalmente pequeñas. ¿Era realmente necesario escupir consignas nazis en situaciones en las que nadie te obligaba a hacerlo? ¿Eran realmente necesarios todos esos saludos nazis al Führer, cuando tus compañeros de trabajo saludaban más raramente y algunos ni lo hacían? ¿Estabas realmente obligado a cruzar la calle para evitar saludar a un asustado vecino judío con el que antes intercambiabas bromas? Al poseer una conciencia, el individuo tiene la capacidad de sentir además de pensar; de captar los grados de lo correcto y lo incorrecto; de controlar las formas y los grados de participación en el régimen. Al poseer una conciencia, las personas pueden decidirse a vivir en armonía consigo mismas y mantener normas de decencia en sus relaciones con los demás. La prueba de que la conciencia puede llegar a ser falsa, y no es un mero vector ideológico, reside precisamente en las hábiles maniobras que los seres humanos despliegan para negar que son actores con decisiones que tomar o evitar tomar.

Jaspers creía que casi todo el mundo en Alemania, incluido él mismo, era culpable de algún grado de error moral. No eran los alemanes como sujeto colectivo, no era Alemania, la que había sido engañada y que posteriormente, en las distorsiones de la memoria, se engañó a sí misma. Fueron individuos alemanes -un Herr Hoffmann, una Frau Koch y millones de otros con nombres, amigos y familias- los que habían cooperado con el régimen nazi, y cada una de sus historias era diferente. Negar la responsabilidad, eludir la posibilidad de enmendarse más tarde, negarse a revalorizar la propia vida y, en su lugar, culpar a los demás o poner excusas: eso era Gewissen. Como tal, no es competencia de los tribunales de justicia o políticos, sino de la moral personal. Prevenirla o corregirla debe tener lugar a nivel individual; pues solo los individuos tienen la libertad de cambiar sus opiniones, de admitir o distorsionar la observación y la memoria. Los amigos cariñosos pueden ayudar a una persona a aceptar la responsabilidad, cambiar e intentar reparar. Los discursos didácticos y las conferencias no pueden hacerlo. En repetidas ocasiones, Jaspers llama al «autoanálisis», al «autojuicio» y al «esfuerzo» individual. Pide a sus compatriotas que hagan distinciones en la búsqueda de la verdad y que eviten las distinciones destinadas a eludirla. Sus llamamientos son creíbles para las almas agobiadas por la falsa conciencia. No tendrían sentido para los destinatarios de la Bewusstsein.

Otro escritor que rechazó la noción marxista de Bewusstsein fue Václav Havel, el dramaturgo, ensayista y disidente checo que más tarde llegó a ser presidente de Checoslovaquia y luego presidente de la República Checa. Cuando Jaspers, en 1947, trazó la conducta moral de sus compatriotas bajo el nacionalsocialismo, el régimen que describía ya se había extinguido. Havel, en su ensayo El poder de los sin poder (1978), se centró en el comportamiento de sus compatriotas checos bajo el comunismo, un régimen que seguía intacto en el momento en que escribió. En lugar de invocar la Gewissen, como había hecho Jaspers, Havel volvió al término más familiar de «ideología». Pero entonces reconfiguró su significado.

Para Havel, la ideología no es, como para los marxistas, una mistificación de la realidad creada por la forma del producto, un rompecabezas que solo pueden descifrar los verdaderos ilustrados, los intelectuales marxistas. La ideología, según Havel, es eminentemente accesible; es un sistema de reglas y rituales iniciado por el régimen, pero en el que los ciudadanos participan voluntariamente. Lo hacen porque cuesta menos esfuerzo seguir un sistema represivo que admitir ante uno mismo, y mucho más ante los demás, que es un generador de mentiras descaradas: por ejemplo, la mentira de que los gobiernos comunistas respetan los derechos humanos y se comprometen con la paz; la mentira de que el comunismo representa la voluntad del pueblo. Mientras se comportan como autómatas, muchos checos son conscientes al mismo tiempo, a un nivel insistente, de que son libres de pensar y actuar como personas que prefieren la verdad a la mentira, y de que solo pueden sentirse personas vigorosamente enteras si se comportan honestamente. El resultado de la participación consentida en las mentiras y los rituales de un sistema ideológico es el cinismo y la apatía, la pérdida de una conexión humana significativa; en resumen, un alma corrompida.

Vivir en la verdad, declara Havel, es una condición «existencial» mucho más que «conceptual». Requiere un reconocimiento práctico y franco, no una teoría abstrusa. El fruto de vivir en la verdad no es un sueño utópico, sino la restauración de la dignidad y la solidaridad. Y esto es algo por lo que todo el mundo puede luchar, siempre y cuando esté dispuesto a dejar de repetir los engaños y de realizar los rituales que reproduce el régimen comunista. Los sujetos del régimen «son a la vez víctimas del sistema y sus instrumentos», a la vez «víctimas y partidarios», insiste Havel. En consecuencia, una vez que retiran su consentimiento negándose a vivir una mentira, por pequeña que sea, todo el régimen está amenazado. Porque el comunismo se construye sobre la base de la falsedad y se deshace de las verdades de una en una.

El novelista ruso y preso del gulag Aleksandr Solzhenitsyn había llegado a la misma conclusión en «Live Not by Lies» [«No vivir de mentiras»], una mordaz condena del comunismo soviético publicada el día de su detención, el 12 de febrero de 1974. El ensayo de Solzhenitsyn no es un tratado filosófico ni una obra de arte. Es un reproche contundente a la pasividad y la cobardía. Ciertamente, «no estamos llamados a salir a la plaza y gritar la verdad, a decir en voz alta lo que pensamos», admite Solzhenitsyn. Tampoco estamos moralmente obligados a prescindir de la seguridad de nuestra familia. Pero, ¿estamos entonces dispuestos a criar a los hijos «en el espíritu de la mentira», o a animarles a que crezcan como un plácido ganado? En una lista de prohibiciones autoimpuestas, Solzhenitsyn aconseja a sus contemporáneos que adopten los siguientes compromisos: no escribir, firmar o publicar nunca una sola línea que parezca distorsionar la verdad; no participar nunca en un mitin orquestado por el régimen a menos que se le obligue a hacerlo; no levantar nunca la mano para votar por una propuesta que es obviamente una farsa.

En otro lugar, Solzhenitsyn comentó: «Que no se jacte de sus opiniones progresistas, que no se jacte de su condición de académico o de artista reconocido, de ciudadano distinguido» si tal persona olvida u oculta voluntariamente la veracidad. Y para las autoridades, Solzhenitsyn tenía una advertencia: llegará la hora «en la que cada uno de ustedes tratará de tachar su firma de la resolución de hoy»[iv].

Resulta sorprendente recordar que «buscar la verdad a partir de los hechos» –shishi qiushi– fue un lema maoísta de la Gran Revolución Cultural Proletaria. Todavía es popular en China hoy en día, favorecido por el presidente Xi Jinping, e incluido en el título del Qiushi Journal, un importante órgano político y teórico del PCCh. (Pravda, el periódico oficial del antiguo Partido Comunista Soviético, también significa «verdad»). Sin embargo, según la doctrina maoísta, no debe perseguirse la verdad como hace la ciencia empírica a través de una investigación abierta y desinteresada, y sus resultados deben comunicarse sin miedo ni favor. La verdad es la ideología marxista. Los hechos son lo que el partido llama como tales, los que lleva a cabo. Como explicó el siniestro Kang Sheng, uno de los lugartenientes de Mao, a los cuadros del Grupo de Examen de Casos (una unidad encargada de la purga violenta de todos los que Mao consideraba enemigos del proletariado), la búsqueda de la verdad a partir de los hechos es un modo de investigación que requiere, en primer lugar, «una firme comprensión del pensamiento del Presidente»; en segundo lugar, un «correcto… punto de vista de clase» que «nunca, ni por un minuto, debe vacilar»; y en tercer lugar, «una firme comprensión y dominio de la política (del PCCh)». «La tarea de examinar los casos es difícil y agotadora», concede solícitamente el maestro interrogador. Los cuadros nunca deben bajar la guardia. En China abundan los «revisionistas» soviéticos, coreanos y mongoles, sin duda conchabados con los «espías» japoneses y del Kuomintang (taiwaneses)[v]. No desenmascararlos, preferiblemente por tandas, es una prueba, no de la ausencia de descontentos, sino de la incompetencia de los investigadores.

IV

La lección que los estudios poscoloniales no han enseñado es que Hong Kong, precisamente por ser una colonia británica, se libró de las depravaciones de la era maoísta: fusilamientos masivos de los llamados terratenientes feudales; colectivización forzada del campesinado, constante purga de los cuadros, yundong (campaña ideológica), «sesiones de lucha», inanición masiva planificada, Revolución Cultural y mucho más. La RPC se fundó en 1949. Entre 1950 y 1979, alrededor de dos millones de chinos del continente huyeron a Hong Kong en busca de seguridad y libertad.

Esas condiciones ya no existen. Las elecciones al Consejo Legislativo de Hong Kong, que debían celebrarse en septiembre de 2020, se suspendieron y un grupo de legisladores democráticos fue destituido. (En solidaridad, pero también con una creciente sensación de impotencia, sus colegas dimitieron en masa). Semanalmente se detienen grupos de opositores, 53 en una sola mañana (6 de enero de 2021). Los grupos cívicos se disuelven, trasladan sus servidores informáticos al extranjero y borran los nombres de los voluntarios y patrocinadores. Figuras famosas del movimiento democrático, y muchas otras desconocidas para el público internacional, están encarceladas; entre ellas Joshua Wong, Agnes Chow y Jimmy Lai. El departamento de seguridad nacional y, en particular, su policía de seguridad, tiene ahora el control de Hong Kong.

La cultura política de Hong Kong también se está desmantelando. Las bibliotecas públicas ya no tienen libros de los defensores de la democracia, y los libreros se muestran reticentes a venderlos. Los profesores son instruidos en la pedagogía comunista, llamada eufemísticamente educación «patriótica». Los hongkoneses disponen de una línea telefónica de seguridad nacional para denunciar a sus colegas, vecinos y demás personas que pronuncien una frase incauta. Los profesores universitarios son despedidos y denunciados, y los estudiantes universitarios son denunciados por la dirección de la universidad a la policía si en el campus se pronuncian consignas democráticas (como «Reclama Hong Kong. La revolución de nuestro tiempo»). La información independiente también está asediada, como demuestra la invasión policial de la sede del periódico democrático Apple Daily, la detención del productor independiente de Radio Televisión de Hong Kong (RTHK), Bao Choy, y el despido de un equipo de periodistas de investigación de élite del departamento de noticias de i-Cable. Es sólo cuestión de tiempo que los medios de comunicación internacionales se unan al New York Times para abandonar Hong Kong y trasladarse a Seúl o a Tokio en busca de una nueva base de operaciones.

Cuando Pekín anunció, en noviembre de 2020, sus planes de «gobierno integral» sobre Hong Kong, es decir, el gobierno directo del Partido Comunista, pareció algo cómicamente redundante. Porque esa supervisión de los asuntos de la ciudad ya es obvia. La Jefa del Ejecutivo de Hong Kong, Carrie Lam, es líder de la ciudad solo de nombre. Funcionaria de carrera -nunca se ha presentado a unas elecciones ciudadanas-, Lam es la monótona portavoz de Pekín. «Agresiva, de corazón frío y testaruda», así es como un lugareño evaluó su carácter ante mí recientemente. El tono del joven era frío y resignado, no amargo, casi como si Lam gobernara desde una estación en la luna.

***

Un extranjero próximo a la edad de jubilación como yo, que planea regresar a su país de origen, no está en condiciones de aconsejar a los hongkoneses cómo prepararse para los próximos años. Solo los que se quedan en la ciudad tienen el derecho moral de guiarla. Además, la supervivencia bajo la dictadura es un proceso de aprendizaje e improvisación; no existe ni puede existir ningún plano para trazar las contingencias que el tiempo y el azar dejan caer en el regazo de los seres humanos. Así pues, he escrito este ensayo simplemente para llamar la atención sobre el historial dejado por los que lucharon por sobrevivir con su autoestima intacta a regímenes que aplastaban la libertad. Como estudioso de esos regímenes, ofrezco esta perspectiva comparativa con ánimo de alentar.

¿Cuánto durará el envilecimiento de una gran ciudad por parte del comunismo? ¿Cómo terminará? No podemos saberlo. Pero sí sabemos, por la experiencia registrada de otros pueblos oprimidos, que los hongkoneses no están destinados a convertirse en zánganos comunistas, en fanfarrones con las bocas llenas de paparruchas ideológicas y en piezas intercambiables de una máquina uniformemente dominada.


Peter Baehr es profesor e investigador de teoría social del Departamento de Sociología y Política Social de la Universidad Lingnan University (Hong Kong).

Agradecimientos: le agradezco a Judith Alder sus comentarios sobre este ensayo y, aún más, por su disposición a analizar conmigo los problemas que aborda.

Referencias:

[i] Hannah Arendt, “Personal Responsibility under Dictatorship,” in Responsibility and Judgment, edited by Jerome Kohn. New York: Schocken, 2003, pp.17-48.

[ii] Liu Xiaobo, “Charter 08,” in No Enemies, No Hatred: Selected Essays and Poems, edited by Perry Link, Tienchi Martin-Liao, and Liu Xia. Cambridge, Mass.: Belknap Press, 2012, pp.303-305.

[iii] Chen Guangcheng, The Barefoot Lawyer. New York: Henry Holt, 2015, pp.50-51.

[iv] “Open Letter to the Secretariat of the RSFSR Writers’ Union,” in The Solzhenitsyn Reader: New and Essential Writings 1947-2005, edited by Edward E. Ericson, Jr. and Daniel J. Mahoney. Wilmingon, DE: ISI Books, 2008, pp.509-11.

[v] Kang Sheng, “On Case Examination Work,” (April 1968) in Michael Schoenhals (editor and translator), Chinas Cultural Revolution. Not a Dinner Party. Armonk, New York: Sharpe, 1996, pp.116-122.


Publicado por Peter Baehr en Quillette.

Traducido por Verbum Caro para La Gaceta de la Iberosfera.

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