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RECONOCE QUE ningún terrorista murió en esa acción

El ataque con drones en Kabul, otro ‘error’ homicida de la Administración Biden

El presidente de Estados Unidos, Joe Biden. Europa Press

¿Hay alguna medida que no sea desastrosa en la Administración Biden? Tras la debacle de la retirada en Afganistán y, sobre todo, del atentado suicida que causó la muerte de cientos en el aeropuerto de Kabul, incluidos una docena de soldados norteamericanos, a finales de agosto, Washington anunció triunfal que había concluido un exitoso ataque con drones contra un peligroso objetivo terrorista.

Lo contamos aquí mismo, dando, como no podía ser aún de otra forma, la versión oficial: El ataque con drones destruyó un vehículo del ISIS-Jorasán (ISIS-K) que se dirigía al mismo lugar para repetir un ataque terrorista. El Capitán Bill Urban, del centro de mando norteamericano, confirmó el sábado que “fuerzas militares de Estados Unidos han dirigido hoy un ataque aéreo no tripulado contra un vehículo en Kabul, eliminando una amenaza inminente del ISIS-K contra el Aeropuerto Internacional Hamad Karzai. Tenemos plena confianza en haber alcanzado con éxito nuestro objetivo”. Las mismas fuentes calificaron de éxito la operación y aseguraron que el vehículo atacado transportaba a varios terroristas suicidas.

Misión cumplida. Lástima que todo fuera una sangrante mentira y la operación fuera una chapuza homicida, un digno colofón de la caótica estrategia de la Administración Biden. Porque la realidad, como ya admite el Pentágono, es que en el ataque no murió ningún terrorista. Sí murieron, en cambio, diez civiles, entre ellos siete niños.

«Nuestra investigación ha concluido ahora que el ataque fue un trágico error”, reconoció el jefe del Comando Central de Estados Unidos, General Frank McKenzie, del Cuerpo de Marines. Las fuerzas estadounidenses lanzaron el ataque tras un seguimiento de ocho horas de un Toyota Corolla blanco que juzgaron una amenaza inminente, añadió McKenzie. En el momento, las agencias de inteligencia habían reunido más de sesenta informes que indicaban la inminencia de un ataque.

Así que atacaron e informaron triunfantes de que la operación había evitado un inminente atentado suicida del misterioso ISIS-K con seis drones Reaper. Se había evitado así una masacre casi segura porque, como afirmaron entonces, una segunda explosión en el convoy terrorista probaba que el vehículo iba lleno de explosivos.

Pero poco después de este optimista comunicado empezaron a surgir informaciones divergentes. Se supo que varios miembros de una misma familia había resultado muertos en el ataque. El Pentágono, entonces, se mostró dispuesto a admitir que era posible que hubiera víctimas civiles, a pesar de que el propio General Mark Milley -el mismo que aparece en un reciente libro de Bob Woodward llamándo a su homólogo chino para intimarle que le avisaría con antelación en caso de que Trump emprendiese un ataque contra China- confirmó el 1 de septiembre que el ISIS-K preparaba un vehículo cargado de bombas para atentar y especificaba los estrictos criterios del Ejército para lanzar un ataque preventivo en tal eventualidad.

Milley insistió en que “al menos una de las personas muertas” en el ataque era “un operativo del ISIS-K”, y que había sido una operación “justa”. De diez a uno en cosa de días.

Y ahora confirma McKenzie que solo fue “un trágico error”, que la explosión secundaria procedía del tanque de propano del vehículo y que ningún terrorista murió en esa acción. Otro trágico error de una Administración que parece coleccionarlos.

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