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Análisis de la intervención de Alberto Fernández en la apertura del 139° período de sesiones de la Asamblea Legislativa

El último discurso del presidente argentino sólo tenía un objetivo: calmar a Cristina

El presidente argentino, Alberto Fernández, abrió el 139° período de sesiones ordinarias de la Asamblea Legislativa con un discurso pensado para un exclusivo destinatario: Cristina Kirchner. Confrontativo hasta la médula, destinado a fidelizar a la tropa propia y procurando diseñar con este tono la campaña electoral de este año. Una elección que Cristina Kirchner no puede permitirse perder porque las esquirlas judiciales caen cada vez más cerca. Fueron 110 minutos, una extensa presentación destinada a reconfortar a Cristina y a reflejar lo más fanático de su arenga. 

Fue un Alberto Fernández abiertamente subsumido a las formas y fondo kirchnerista, abandonando todo disimulo, denostando a los enemigos históricos del matrimonio Kirchner: la justicia, los poderes concentrados, el periodismo y la oposición. Son los enemigos que se repiten para todos los líderes del Socialismo del Siglo XXI, condescendientes con su gestión, confrontativos con quienes los cuestionan. Si al comenzar la presidencia Alberto se mostraba conciliador, esta vez fueron puros ataques y ruptura de puentes. La dura herencia recibida y las malas intenciones de los opositores serían los únicos responsables de los fracasos y errores. 

El Presupuesto 2021 no incluye grandes fondos para incentivar la reactivación. El grueso es para subsidios y gastos operativos

En el plano económico, el presidente rindió culto al ideario kirchnerista. Para el Gobierno es vital la reactivación económica basada en múltiples promesas, algunas calcadas de lo prometido durante el mismo discurso el año anterior. Se felicitó por el congelamiento de tarifas y los controles de precios aún cuando estas medidas no estén dando ningún resultado y la escalada inflacionaria venga repitiendo el 4% mensual. Dejó traslucir graves inconsistencias como que estaban congelados los precios de los alimentos, casualmente uno de los rubros que más aumentos sufre. Habló de recuperación cuando los datos de empleo indican que al menos un tercio de la economía argentina es informal y la ola de cierres y quebrantos es récord en la historia del país. No habló de los aumentos de impuestos, ni de la devaluación, ni de la inflación, ni del exilio de empresas ni del golpe al sector privado. Tampoco acusó recibo de los índices de pobreza del 44,2%, y de indigencia del 10,5%.

El programa económico de Cristina requiere cada vez más regulación, intervencionismo, deuda y prepotencia. Gira pertinazmente al antimercado, con una impronta estatista, pero sin los recursos de antaño. El Presupuesto 2021 no incluye grandes fondos para los ministerios sobre los que Fernández quiere apalancarse para incentivar la reactivación. El grueso es para subsidios y gastos operativos. La obra pública que es la zanahoria de Alberto para tener contentos a los gobernadores parece una promesa vacía.

El discurso duro y acusatorio no se detuvo en Mauricio Macri y avanzó con otro eterno enemigo de Cristina: la Justicia

Un capítulo aparte merece la cuestión del FMI, Fernández se ufanó del retraso en las negociaciones con el organismo a sabiendas de que las condiciones para un acuerdo son impensables en el esquema electoral populista, con cepo al dólar, tarifas y precios congelados y ese es el único plan económico/electoral. Los analistas aseguran que ese acuerdo no sería posible hasta luego de terminadas las elecciones. Fernandez anunció que denunciará por administración fraudulenta al gobierno anterior, a raíz del préstamo de 55 mil millones de dólares otorgado por el Fondo Monetario Internacional a la Argentina en 2018. Una causa penal sería la excusa ideal para estirar el ajuste que exige el Fondo. Acá también se establece una contradicción, el Ministro de Economía Guzmán tenía avanzadas las negociaciones y de este avance se congratuló oportunamente Fernández. Pero ahora la dilatada negociación con el FMI necesita de algún chivo expiatorio y en esta senda el presidente ha decidido acusar judicialmente a la administración del ex presidente Macri por el manejo de la deuda: «He instruido a las autoridades pertinentes para que formalmente inicien querella criminal tendiente a determinar quiénes han sido los autores y partícipes de la mayor administración fraudulenta y de la mayor malversación de caudales que nuestra memoria registra». El equipo del presidente omitió decirle que esa causa ya existe, y tampoco lo asesoró en el hecho de que su gobierno no sólo no declaró ilegítima esa deuda sino que la dió por buena en la renegociación cuando mostró voluntad de pago.

El discurso duro y acusatorio no se detuvo en Mauricio Macri y avanzó con otro eterno enemigo de Cristina: la Justicia. Sin ambigüedades, Alberto dijo que la Corte Suprema de Justicia está “al margen del sistema republicano” y propuso la creación de un tribunal para restarle atribuciones. También manifestó que «Sus miembros (jueces, fiscales, defensores y demás funcionarios) disfrutan de privilegios de los que no gozan ningún miembro de la sociedad». Aprovechó para quejarse de los privilegios impositivos del poder judicial, de que no presentan declaratorias de bienes y de que no se jubilan al llegar a las edades establecidas legalmente.

Países como Chile dejan en ridículo su gestión de la vacunación

La sobreactuación de Alberto ocurre a raíz del enojo y hartazgo de Cristina porque a un año de ser poder aún no se ha cumplido el objetivo principal del regreso: la domesticación del poder judicial y el fin del paseo de los funcionarios kirchneristas por tribunales. De hecho, en estos últimos días impactaron muy desfavorablemente en las filas oficialistas las condenas penales contra Lázaro Báez, Amado Boudou y Milagro Sala, todos personajes del riñón kirchnerista. Estas condenas y la proximidad de los juicios orales ponen nervioso al oficialismo que acusa a Alberto de tibio o de traidor. El poco margen judicial de Cristina hizo que ya se comience a hablar de indulto y de la amnistía. 

En el balance de su primer año al frente de la administración Alberto no logró que la Cámara de Diputados aprobara la reforma judicial ni otras iniciativas de índole institucional, aunque no sería justo decir que fracasó en el resto de los avances dado que casi el 60% de los proyectos de ley que envió al Congreso recibieron sanción con leyes referidas a la deuda externa, la movilidad jubilatoria o la ampliación de la moratoria impositiva, así como la legalización del aborto, uno de los íconos de la campaña oficialista.

La agenda de género se lleva un presupuesto descomunal a pesar de la enorme crisis económica

A diferencia de lo que ocurrió hace un año cuando Fernández buscaba generar una imagen institucional, la desesperación por ganar las elecciones es ahora el mandato que atraviesa al Frente de Todos y para ello, el Presidente ansiaba dar buenas noticias sobre el plan de vacunación ante la Asamblea Legislativa. Pero el escándalo del “vacunatorio VIP” con el listado de funcionarios, amigos del poder y familiares que se inocularon saltándose el turno o usando las dosis correspondientes al personal de salud o a los ancianos descolocó al Presidente.

El Gobierno no supo qué hacer para calmar la escalada de indignación. Alberto Fernández se enojó con los medios por informar sobre las vacunas de privilegio y con quienes lo acusaron en Tribunales. Ocurre que el “relato” oficialista estaba muy anclado en la épica de las vacunas. De viaje en México, echó más leña al fuego incurriendo en una nueva contradicción: calificó de “payasada” lo que estaba sucediendo, contradiciendo su drástica decisión de despedir al ministro de Salud. En el discurso ante la Asamblea culpó de la demora en el plan de vacunación a problemas globales de provisión, haciendo nula autocrítica de las cifras de vacunas que distan mucho de las que prometió el 10 de diciembre pasado, cuando dijo que para esta época habría por lo menos cinco millones de vacunados. Marzo asoma sin esos logros y con faltantes de vacunas y crisis de reparto ante el espejo de países como Chile que dejan en ridículo su gestión.

No podía quedar fuera del discurso presidencial el avance incontenible de la agenda de género, que se lleva un presupuesto descomunal a pesar de la enorme crisis económica. El Presidente destacó que Argentina está liderando mundialmente la implementación de políticas de género y agregó un nuevo avance en la agenda progresista al hablar nuevas políticas para el cannabis medicinal: “El cannabis tiene propiedad de gran utilidad para fines medicinales e industriales”, declaró en uno de los momentos que cosechó más aplausos de sus diputados. 

El mensaje abundó en párrafos que parecían hablar de otro país. Por ejemplo, cuando dijo que la «Educación como una gran prioridad de la Argentina«, después de un año sin clases presenciales. O cuando habló de valores de igualdad en plena crisis por los vacunados de privilegio. El presidente dijo que había una recuperación económica en marcha; hecho claramente desmentido por sus propios organismos de medición. No lo movía la razón ni la gestión, habló desde el enojo y el resentimiento. Culpó a otros de su fracaso, amenazó y despreció. Buscó ampliar las diferencias en el marco de la campaña electoral que tiene todos los componentes del kirchnerismo más duro. Es que, a pesar de que dijo lo contrario y de que muchos le quisieron creer, Alberto Fernandez mostró en su discurso ser un auténtico e incondicional instrumento kirchnerista. Alberto habló para Cristina.

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