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los recién llegados son mano de obra mucho más barata que la nacional

La Administración Biden y la ‘Gran Sustitución’: la importación de votantes para que los demócratas nunca dejen el poder

El presidente de EEUU, Joe Biden. Reuters

Tucker Carlson, quién si no, ha sido el primero en pronunciar la expresión impronunciable en una gran cadena de televisión, la Fox: “Gran Sustitución”, “the Great Replacement”. Es un concepto que se parece al Gran Reinicio en el sentido de que cuando se cita para celebrarlo, el sistema -los grandes medios, la clase política y las redes sociales- aplaude; pero si se pronuncia para denunciarlo, entonces es una absurda teoría de la conspiración que solo un facha con menos de dos dedos de frente puede creerse.

Ejemplo de lo primero lo dio el propio Joe Biden en 2015, siendo vicepresidente con Barack Obama, cuando en una intervención pública anunció que décadas antes de que acabe el siglo, según proyección de los datos del censo, la población estadounidense de origen europeo -es decir, la que ha construido el país y determinado sus instituciones- dejará de ser mayoritaria, ya para siempre. Lo único que diferencia su discurso de la denuncia de Tucker Carlson es que el entonces vicepresidente añadió: “Y eso es algo bueno”. La población de origen europeo representa ya menos de seis de cada diez ciudadanos norteamericanos (58%), y son minoría en un 13% de los condados.

¿De verdad es algo bueno? Ahora estamos viendo su política en acción: que entren todos. Al desmantelar una por una todas las medidas de Donald Trump para luchar contra la inmigración ilegal, la nueva Administración ha desencadenado un “efecto llamada” universal, alto y claro, que se ha traducido en la riada de ilegales que entra ahora por la frontera sur, por no hablar del trato preferencial -sobre los propios ciudadanos norteamericanos expatriados- que se ha dado a los supuestos ‘refugiados’ de su desastrosa aventura afgana.

La tesis de Carlson es que la crisis de Del Río, la ciudad fronteriza por donde en los últimos días ha entrado un verdadero ejército de ilegales, especialmente haitianos, no es resultado de la mera incompetencia, sino que responde a un plan mil veces anunciado. «Así que aguardando bajo el puente internacional de Del Rio esta noche está la futura mayoría electoral del Partido Demócrata”, dijo Tucker en su monólogo denuncia. “Va de eso en realidad, y esa es la razón por la que se les protege y se les deja hacer lo que quieran».

Para Carlson es tan sencillo como esto: alterar radicalmente la estructura demográfica del país para mantenerse perpetuamente en el poder con una masa de votantes que le deben todo al partido que les ha dejado entrar y que hace llover sobre ellos prestaciones sociales que pagan mayoritariamente los nativos. Como en el poema de Brecht, cambiar de pueblo cuando el pueblo no se ajusta a tus deseos de control.

En el caso de los ‘refugiados’ afganos -dos de ellos ya han violado y asesinado a una soldado en la propia base que los acogía-, el esfuerzo de asentamiento es espectacular. La podemita americana Alexandria Ocasio-Cortez, junto a Barbara Lee y varias docenas de congresistas más han hecho pública su intención de que se asienten en el país “no menos de 200.000 afganos”, y algunos más a la izquierda abogan por traer a más de 1,2 millones.

En cuanto a la riada imparable que les llega por el sur, Carlson lo define como traición a los votantes, a los que no se ha pedido opinión sobre si quieren ver sus comunidades permanente y radicalmente alteradas, y su país cambiado hasta resultar irreconocible. La actitud demócrata, ahora oficial del gobierno de Estados Unidos, es que saltarse la ley -no se les llama ‘ilegales’ por nada- tiene premio. Porque para que funcione el plan, es necesario la segunda parte, lo que allí llaman “amnistía”, es decir, el reconocimiento de la nacionalidad de los ilegales que llevan años en Estados Unidos y cuya cifra es imposible de estimar con precisión. La cifra más repetida es de 22 millones, pero esa es una cifra que puede aumentar dramáticamente en estos días de fronteras básicamente abiertas.

La explicación meramente electoralista de Carlson es obviamente cierta: dejar entrar todos los ilegales posibles es como importar votos al por mayor para los demócratas. Lo definió recientemente el senador demócrata Dick Durbin cuando dijo en declaraciones públicas: “La demografía de América no favorece al Partido Republicano. Los nuevos votantes en este país se están alejando de ellos, alejándose de Donald Trump y del credo que predican”. Pero es una explicación incompleta. Los demócratas no podrían salirse con la suya sin la inestimable colaboración de las grandes empresas e instituciones financieros.

Su interés no es difícil de entender: los recién llegados son mano de obra mucho más barata que la nacional, e incluso tienen menos inclinación a denunciar -¿sus papeles, señor?- si el patrono se toma libertades con la regulación laboral. Es el equivalente a la deslocalización salvaje de la industria, por la que empresas norteamericanas prefieren fabricar sus productos en países donde cobran una miseria y trabajan jornadas interminables, solo que sin tener que salir de América.

Uno no tiene que ser doctor en economía para entender la relación entre oferta y demanda, y cómo un repentino y masivo influjo de trabajadores deprime los salarios. El aumento salarial que ha experimentado Gran Bretaña en sectores no especializados con solo moderar su inmigración es una prueba evidente. No por nada los votantes de Trump se concentraron en los ‘blue collars’ nativos, trabajadores manuales que antes de iniciarse el tsunami migratorio podían tener un alta calidad de vida a partir de un solo sueldo y hoy constituyen la parte más castigada de la globalización.

En su día Trump puso el dedo en la llaga cuando dijo la perogrullada de que “si no tienes frontera, no tienes un país”, un modo de repetir la misma idea fija de Viktor Orbán de que Hungría está decidida a seguir siendo húngara. Porque los países no son sus ríos y montañas, no son solo o principalmente el territorio que ocupan. Es la gente que vive allí y que ha creado sus instituciones. Si cambias la gente, cambias el país.

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