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CONTRASTA CON LOS ÉXITOS EN POLÍTICA INTERNACIONAL DE TRUMP

La extrema debilidad geopolítica de Biden refuerza a Rusia y al régimen de Xi Jinping

El presidente de EEUU, Joe Biden.
El presidente de EEUU, Joe Biden. Reuters

El presunto presidente norteamericano Joe Biden ha respondido con una vaga intervención de minutos (sin preguntas) al largo y elaborado discurso en el que su homólogo ruso, Vladimir Putin, proclamaba que su país reconocería las autodenominadas repúblicas prorrusas de Lugansk y Donetsk, lo que significa su anexión de hecho a la Santa Madre Rusia.

Y este recrudecimiento de la tensión entre dos potencias nucleares, con resultado por ahora bochornoso para la hiperpotencia norteamericana, no puede dejar de recordarnos el titular con el que El País, haciéndose eco de la opinión convencional, saludó en su día la supuesta victoria de Biden: El mundo vuelve a respirar.

Ahora, ser antitrumpista es perfectamente legítimo, como lo es discutir muchas de sus políticas. Hay, sin embargo, dos campos en los que es difícil no reconocerle al abrasivo neoyorquino un éxito cuantificable y sin parangón con lo que había y con lo que volvió: la economía y la política internacional.

Se supone, y es como un dogma inamovible en el debate público, que Trump era el ‘hombre’ de Moscú, incluso por parte de quienes descreen de la desmontadísima ‘trama rusa’. El hecho comprobable, en cambio, es que Putin ha aumentado por la fuerza su influencia directa en territorios vecinos bajo el adorado demócrata Barack Obama (Osetia del Sur, Abjasia y Crimea) y ahora con Joe Biden, en el Donbás. Con su «amigo» Trump, en cambio, no ganó un palmo.

Solo la implacable ceguera ideológica de los medios internacionales puede negarle a Trump éxitos en política internacional no meramente notables, sino absolutamente extraordinarios. Hablamos de problemas que llevan enquistados medio siglo, contra los que se han estrellado todas las administraciones anteriores. Así, Trump fue el primer presidente norteamericano que pudo pisar Corea del Norte y, más aún, lograr que las dos Coreas firmaran una paz con un retraso de muchas décadas. Si hubiera sido cualquier otro, eso le hubiera garantizado el Nobel de la Paz con bastante más justicia que el obtenido por Obama, el presidente que más bombas arrojó desde la Guerra de Vietnam.

Pero no fue lo único. Siempre se ha dicho que todo político con aspiraciones tiene en el cajón su plan «perfecto» para lograr la paz entre judíos y árabes. Y con Trump vimos el acercamiento de Arabia Saudí y otros países árabes a Jerusalén, una paz que continúa hoy y que es como ver un río ascender por una montaña. Tampoco en esta ocasión los analistas aplaudieron el milagro.

En general, Trump consiguió espectaculares logros sin tener que iniciar una sola guerra, caso único en la Casa Blanca desde muchas décadas atrás. Supo, asimismo, identificar en China al verdadero rival geopolítico de Estados Unidos, y de atarle en corto.

Biden, el hombre con quien «el mundo volvía a respirar», inició su mandato con todas las meteduras de pata geopolíticas que se podían acumular en un breve lapso. Abandonó Afganistán, algo que también había sido objetivo de Trump, pero con una precipitación y torpeza que entregó el país en manos de los talibán, a cuya merced dejó a muchos ciudadanos norteamericanos presentes en el país asiático y a quienes «regaló» miles de millones de dólares en equipos e instalaciones militares a estrenar y de la más alta gama.

Con China tampoco empezó con buen pie, quizá porque el gigante asiático ya se había ocupado de colonizar Hollywood y las universidades y, por qué no, a llegar a jugosos y cuestionables negocios con la propia familia del presidente, especialmente con su díscolo hijo Hunter. El caso es que en una primera cumbre en Alaska su secretario de Estado, Antony Blinken, consiguió enfurecer a la delegación china con una actitud muy poco diplomática, sin conseguir otra cosa que empujar a Pekín en los brazos de Moscú. Así, en los últimos meses hemos visto fortalecerse una alianza militar y económica entre los dos grandes rivales de Washington y a Xi Jinping hablando abiertamente de la recuperación de Taiwán.

Ahora, en su breve intervención televisiva, Biden ha anunciado a los norteamericanos que «defender la libertad» les va a costar, que lo van a notar directamente en el bolsillo, porque el arma que se va a utilizar contra Rusia son unas sanciones que, como suele suceder cada vez más a menudo, perjudican casi tanto al que las impone como al que es objeto de las mismas, especialmente en cuanto a los precios de la energía y el combustible.

Quizá sea un buen momento, cuando los norteamericanos vayan a llenar el depósito del coche a un precio prohibitivo, para recordar que una de las primeras medidas de Biden fue prohibir el «fracking», que había hecho a Estados Unidos totalmente autosuficiente e incluso exportar petróleo, y suspender las prospecciones en Alaska.

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