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EL ORGANISMO CONTEMPLA EN SILENCIO LAS VIOLACIONES A LOS DERECHOS HUMANOS

La ONU convierte a Venezuela en otra tragedia del montón

Daniel Ortega, Raúl Castro, Nicolás Maduro y Evo Morales, durante una reunión del ALBA en el cuarto aniversario de la muerte del dictador Hugo Chávez en marzo de 2017 (REUTERS/Carlos Garcia Rawlins)

El mundo va camino a ver a Venezuela como una tragedia más, de esas que se sufren a distancia y provocan algo de pena, pero con las que se asume que las cosas son así y no hay mucho más que hacer. Ya ha pasado en la Cuba castrista por más de 60 años. Corea del Norte nos brinda otro ejemplo perfecto con una dinastía que inauguró Kim Il Sung en 1948 y que ha sobrevivido sin mayores sobresaltos hasta nuestros días en manos de su nieto, Kim Jong un. Si buscamos dentro del continente africano seguro toparemos con más de un par de regímenes atroces que se han instaurado en los últimos 50 años a sangre y fuego, logrando pasar de frente a la “comunidad internacional”, sin novedad alguna.

Puede pensarse que el mundo de hoy es infinitamente mejor que el de ayer: los avances tecnológicos son indudables, en términos generales la esperanza media de vida ha aumentado en casi todos los rincones de la tierra, se han estructurado largas normativas que pretenden proteger los “Derechos Humanos” de todo aquel que sea poblador del globo terráqueo y hay muchas menos guerras de las que había hace 300 o 400 años atrás. Eso es así.

Pero no todo es color de rosa: el sistema internacional de vigilancia y protección de la democracia, la libertad y los DDHH gestado luego del horror dejado por la segunda guerra mundial, en torno a la actual Organización de Naciones Unidas (ONU), se ha revelado como un organismo sumamente prometedor desde la teoría y en el papel, pero francamente inefectivo para propiciar la buena marcha de los aspectos que se supone debe proteger en cada uno de sus países afiliados. Al día de hoy los horrores del planeta cabalgan con relativa libertad, mientras que organismos como la ONU y sus sucedáneos solo contemplan en silencio la puesta en escena de dichas aberraciones.

Podría hacer un largo historial de agravios frente a los desafueros que hoy ocurren a instancias de un organismo como este; sin embargo me basta ceñirme a la última vez que la ONU ha sido noticia en Venezuela: esto es, con la reciente visita realizada por una “relatora” especial adscrita a la Comisión de Derechos Humanos que allí existe, al menos teóricamente. Se trata de Alena Douhan, una abogada de origen bielorruso que se ha especializado en el estudio de sanciones internacionales contra determinados países y, por supuesto, en derechos humanos. Su carrera la ha hecho, básicamente en dos universidades: la Universidad Técnica Nacional de Bielorrusia y en la Universidad MITSO.

Luego de pasar cerca de 15 días en Venezuela Douhan ha dicho que, básicamente la crisis estructural de la economía venezolana, es el correlato directo de las sanciones que al menos desde 2015 (ni siquiera Trump había llegado a la Casa Blanca) le han impuesto un puñado de países –y sobre todo los Estados Unidos- a la administración chavista del tirano Nicolás Maduro. Con una aseveración ya no hay mucho más que hacer.

Para Douhan que los venezolanos devenguen al día de hoy unos salarios de hambre que van de 1 a 5 dólares mensuales es consecuencia directa de dichas sanciones. De igual modo, la funcionaria estima que un proceso económico que ha llevado a Venezuela a experimentar un período de hiperinflación con decrecimiento económico sostenido solo puede explicarse a través de lo nocivas que han resultado estas medidas internacionales contra esa pobre carmelita descalza que es Nicolás Maduro. Todo esto, por supuesto, repercute sobre sistemas como el de salud y el de otros servicios públicos, absolutamente devastados en la Venezuela de hoy.

Habría que comenzar por el principio: Alena Douhan hizo toda su carrera en las universidades del Estado bielorruso. Sí, en ese país que al día de hoy solamente se le identifica en el mundo por tener como Primer Mandatario a un sujeto como Alexander Lukashenko, conocido a su vez como “el último dictador de Europa”. Lukashenko, por cierto, ha procedido a renovar su poder el año pasado en medio de un dudoso proceso electoral presidencial que fue catalogado por sus opositores como fraudulento. Ya son, en su caso, 26 años en el poder, y contando…

Muchas personas se han preguntado si se puede confiar en una “relatora especial” cuyo trabajo académico y profesional se ha dado en medio de una Bielorrusia en la que la oposición es perseguida inmisericordemente. ¿Podría tratarse de una ficha de esta autocracia en un organismo como las Naciones Unidas? La duda es plenamente válida, pero yo enfocaría el asunto desde otra perspectiva, incluso más sencilla: ¿Cómo es posible que la ONU permita que alguien que se ha formado en universidades absolutamente cooptadas por el régimen de Lukashenko y sus prácticas culturales venga a servir de baremo u opinión calificada para valorar la buena marcha de los DDHH aquí o en cualquier rincón del mundo?

Durante todo este tiempo Douhan ha sido una firme defensora de la tesis según la cual el progreso material de Bielorrusia ha estado limitado debido a las sanciones que al menos desde 2006 EEUU le ha impuesto a esa autocracia atroz. Para ella también es fácil decir que la crisis Siria actual es la derivación de una política contumaz de sanciones protagonizadas por el Tio Sam.

Me perdonan, pero para mí esto es de un sinsentido astronómico. No le hallo ni pies ni cabeza.

El informe de Douhan ya ha sido enarbolado por Maduro y su séquito como un trofeo de caza. Y seguramente en lo sucesivo veremos cómo grupos internacionales de la izquierda que van desde el Foro de Sao Paulo hasta el Grupo de Puebla también harán bueno el criterio de Douhan para su causa. Lo que viene es un martirologio antológico. Uno como ese que desde hace décadas el aparato de opresión castrista pone en ejecución cada vez que le toca hablar de lo mal que está Cuba y acude al chivo expiatorio del “bloqueo yankee” para descargar en él toda las culpas del desastre en el que está imbuido la isla.

La ONU, que ha sido incapaz en 20 años de hacer algo efectivo para que Venezuela vuelva a tener democracia, ahora incluso ha obrado en modo contrario: ha servido de plataforma para que una impresentable defensora de autócratas validara un estado de opinión internacional que le terminará lavando la cara a Maduro y a su pandilla. Buen servicio han hecho.

Mientras tanto, un mundo que está habituado a ver los horrores pasar frente a su puerta sin inmutarse, probablemente terminará diciendo: “¡Qué mal lo que ocurre en Venezuela! Pero bueno, no se puede hacer más”. Eso o incluso algo peor: procederán a tomar a pie juntillas la recomendación de Douhan para, desde el absurdo, decir que en el caso de Venezuela es mejor no sancionar a Maduro.

Un Maduro sin amenazas militares reales que le conminen a dejar el poder y frente a una comunidad internacional que incluso crea que no es bueno sancionarlo, es un Maduro que no tiene nada que lo obligue a dejar Miraflores.

Un desastre.     

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