Veíamos en la última columna cómo, a través de un artículo en la prestigiosa revista TIME, la élite americana confesaba su conjura para derribar a cualquier precio al presidente que le estaba estorbando los planes, con un impune descaro que debe de haber proporcionado un estremecimiento de placer a los implicados. Debieron sentir una excitación similar a la de O.J. Simpson cuando publicó ‘If I did it’, el libro en el que describía el asesinato de su ex mujer y el amante de esta “como si él lo hubiera cometido”.
Pero si una versión breve del artículo hubiera sido uno de esos discursos que desgranan los ganadores de los Oscar, faltaría una agradecida mención al covid, incluyendo la manida y socorrida frase de que “sin él este premio hubiera sido imposible”.
La pandemia tuvo dos funciones en el drama: multiplicar los casos de voto por correo y destruir el magnífico historial económico del mandato de Trump justo a tiempo para las urnas.
Se supone que la pregunta estándar para decidir a quién votar en las presidenciales americanas cuando se enfrenta el presidente contra un candidato del otro partido es: “¿está usted mejor o peor que hace cuatro años?”. Y, para desgracia de los demócratas, demasiados americanos estaban considerablemente mejor.
Pero el bichito chino se ocupó de eso. O, por mejor decir, la reacción de los gobernadores y alcaldes demócratas, con sus draconianas medidas de confinamiento, restricciones, mascarillas obligatorias, distanciamiento social y todo eso a lo que seguramente usted está ya sobradamente acostumbrado. Y actuó como magia, arruinando el brillante panorama económico de Estados Unidos y el humor de los norteamericanos.
Millones de norteamericanos han quedado arruinados o están al borde de la pobreza. Entre marzo y abril, treinta millones de norteamericanos se apuntaron al paro. Los sintecho se han convertido en legión, y lo que te rondaré: 11,4 millones de hogares adeudan 70.000 millones de dólares en alquileres impagados y cuarenta millones están en riesgo de desahucio. Las ‘colas del hambre’ rivalizan ya con las que se hicieron habituales durante la Gran Depresión.
Pero, hey, no se desanimen, recuerden el slogan del anuncio del Gran Reinicio, cortesía del Foro de Davos: No poseerás nada y serás feliz. Porque la pandemia no solo se ha explotado para echar a Trump de la Casa Blanca, sino también, y en todo el mundo, para avanzar el bonito proyecto globalista del que puede hablar todo el mundo menos los que disienten, que se convierten en conspiranoicos al hacerlo.
Y, sin embargo, los responsables no dejan de hablar de la pandemia como de una “oportunidad para volver a construir mejor”, una frase que ha sido consigna de campaña de Biden y que han repetido incesantemente muchos líderes políticos y hasta el propio Santo Padre. Es decir, además de contribuir a expulsar a Trump, la pandemia ha servido/está sirviendo para colar el tipo de sistema para cuya construcción Trump era un irritante estorbo. Incluso en España nuestro presidente tuvo en directo un significativo desliz cuando habló de para qué “sirve” esta peste.
Y es que si hay una mentira enorme en torno a la crisis del covid es que “todos estamos en esto”, en el sentido de que todos salimos perjudicados. La clase política no ha salido perjudicada, al contrario, se ha dotado de unos poderes que envidiarían muchos regímenes totalitarios, algunos de ellos nunca ensayados siquiera por las peores tiranías.
Tampoco las fundaciones, las ONG, las mayores fortunas o los gigantes tecnológicos. En Estados Unidos, diecisiete de las 25 mayores empresas facturarán este año 85.000 millones de dólares más que el año pasado. Las cadenas de supermercados Walmart y Target tuvieron récord de ventas, Amazon triplicó sus beneficios y su fundador, Jeff Bezos, que acaba de renunciar a la dirección activa de la multinacional, se embolsó 70.000 millones de dólares. En conjunto, los milmillonarios han ganado desde marzo más de un billón de dólares.
Las tecnológicas Alphabet (Google), Amazon, Apple, Facebook, y Microsoft representan ya el 20% de la capitalización bursátil total. Mientras, los trabajadores norteamericanos han perdido colectivamente 1,3 billones de dólares. A escala internacional, los cierres de negocios y las disrupciones de la cadena logística se traducen en la pérdida de 305 millones de empleos.