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Ha importado la mercancía averiada de las universidades de EEUU

La prensa contra el pueblo: la impotencia de no entender que los tiempos están cambiando

Se ríen del pueblo y de sus costumbres sin disimulo. Una mezcla de ignorancia y elitismo agravados por una mala digestión en la universidad y las redacciones de periódico donde los hombres ya son feministas de siempre y el que venga asilvestrado es reeducado en la ideología woke. Prietas las filas y mucha autocensura.

Como es norma en nuestra prensa, nada de lo que dice o escribe es en versión original, sino la importación de la mercancía averiada que los campus de las universidades de Estados Unidos proveen como munición al 99% de las cabeceras y televisiones norteamericanas. Son quienes se alinearon con Hillary Clinton cuando llamó “deplorables” a la mitad de los estadounidenses por apoyar a Trump y reivindicar un modo de vida ajeno a los dictados de la élite neoyorquina-hollywoodiense. Un espacio propio, con las tradiciones intactas, sin más aspiración a que les dejen vivir como siempre lo han hecho, conduciendo un coche que les lleve de casa al trabajo y los fines de semana a comer una hamburguesa. Un mundo sencillo que parece extraterrestre para quienes viven en los “espacios seguros” en que la progresía encierra a los jóvenes ofendidos por las opiniones contrarias al pensamiento dominante. Una burbuja de cristal finísimo en la que el sistema se blinda amamantando a sus criaturas a las que hace el cerebro papilla como si fueran ratas de laboratorio.

Es probable que en España el plumilla militante no haya pisado más feria que la del libro, por eso cuando va a una de verdad se escandaliza viendo a la gente disfrutar cantando por Manolo Escobar, bebiendo cerveza y comiendo bocadillos de panceta. Todo esto les parece mal. Es la aborrecible España paleta y cañí invisible en los platós donde jamás se aplicaron las restricciones que sufrió el pueblo. El centrista pitiminí lo llama “caverna” e incluso “la boda de tu primo el del pueblo tras dos horas de barra libre”. Muy probablemente esta rabia y frustración proceden de la alegría desbordante que arrolló la catarata de prejuicios con la que el periodismo sistémico acudió el fin de semana pasado a Ifema. Cautivos y desarmados por el tortazo de realidad, los abajofirmantes no soportan no haber encontrado la caricatura de cayetanos y pijos que van a misa en Mercedes. Por el contrario, vieron una masa heterogénea procedente de toda España que cantaba y bailaba con entusiasmo: jóvenes y mayores, aficionados al rock, al rap, al reguetón, al pop o al pasodoble. Todos mezclados y, qué cosas, ni un solo incidente en un recinto con miles de personas y bares sirviendo alcohol durante todo el fin de semana. Un detalle, este último, que no casa bien con el espantajo de “ultras” con el que la prensa condena al ostracismo a esos españoles que no se resignan a reivindicar la unidad de su país o la igualdad ante la ley en todo el territorio nacional. 

Esta estigmatización permanente a VOX y cuanto representa se aprecia en titulares, opiniones y en el doble rasero aplicado por medios como ABC respecto a la convención del PP celebrada una semana antes. También se percibe en la táctica del silencio que otros medios aplican a Abascal, creyendo que así es más efectivo el desgaste. En el fondo todos reconocen -por acción u omisión- la distancia infinita que les separa de la calle. ¿Acaso no es la misma que hay entre la Agenda España y la 2030?

Por eso es preciso recordar que si la mayoría de las grandes televisiones y periódicos sobreviven es gracias al poder político, un matrimonio feliz que ya nadie puede negar. Al principio de la epidemia del coronavirus los españoles a los que el Gobierno encerró y prohibió trabajar asistieron atónitos al rescate del cinturón mediático. El Ejecutivo de Sánchez e Iglesias inyectó 15 millones de euros en las televisiones privadas y otros 5 millones en comprar las portadas de todos los diarios (“salimos más fuertes”). Por muy antisistema y contestatarios que parezcan algunos líderes de opinión, la realidad es que escriben y hablan gracias al Gobierno y los partidos políticos (contradicción que disfrutan y callan tantos liberales) y por las empresas del Ibex 35 (contradicción que disfrutan y callan tantos izquierdistas). 

Los tiempos están cambiando a una velocidad enorme, por eso muy tonto debe ser el político que a estas alturas de siglo supedite sus decisiones a un editorial, una portada o un comentario en la radio. Se acabaron los tiempos en que José María García o José Ramón de la Morena ponían o quitaban entrenadores, Pedro José Ramírez y Federico mandaban en la derecha o La SER propiciaba un vuelco electoral en apenas un fin de semana.

La revolución tecnológica, desde luego, contribuye notablemente a este proceso de ruptura entre las élites político-mediáticas y el pueblo. Un ejemplo lo hemos visto en los últimos días: mientras en las redes sociales corrían como la pólvora los vídeos de la pitada a Pedro Sánchez el Día de la Hispanidad, los grandes medios -demostrando su vocación de correa de transmisión del poder- criticaban a quienes abucheaban al presidente. Y eso dos días después de ridiculizar a los españoles que se divertían en una feria. Pero, ¿qué credibilidad tienen? Si en tres años han pasado de la caricatura de los cayetanos que van a misa en Mercedes a la de los paletos de bocata de panceta cantando viva España.

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