Pedro Castillo utiliza el discurso facilista de la izquierda latinoamericana, obsesionada con culpar de todos los males de sus repúblicas fallidas a la Corona española, aun cuando ésta dejó de gobernar esos territorios hace doscientos años.
Alimentado por la propaganda antiespañola, que iniciaron los criollos insurgentes en el siglo XIX, y ha exacerbado la izquierda indigenista -con el riesgo de que estas diferencias desencadenen un conflicto étnico entre indígenas, alimentados con un discurso etnonacionalista incendiario, y los mestizos-, el nuevo presidente peruano dio su primer mensaje a la nación cargando contra todo lo español -y por lo tanto occidental-, afirmando falsedades y evidenciando su total ignorancia de la historia peruana, que, por más que quiera negarlo, está vinculada a la de España los últimos cinco siglos.
Hemos creído necesario refutar sus afirmaciones en lo que respecta a su discurso antiespañol, cuyo propósito no es otro que avivar el odio y fragmentar a la polarizada sociedad peruana, que es tanto indígena como española en su columna vertebral.
Las culturas prehispánicas no vivieron en “armonía”
El comunista Pedro Castillo, exaltando el indigenismo radical y utopista, aseguró al empezar su discurso inaugural que durante “cuatro milenios y medio”, sus antepasados encontraron maneras de “resolver sus problemas” y de “convivir en armonía con la rica naturaleza”, mundo idílico que, según su limitado entendimiento de la historia, fue arrasado por los “hombres de Castilla”, en clara referencia a la conquista española.
Resulta muy interesante advertir aquello de que los pueblos prehispánicos -no peruanos, porque el Perú como tal no existía-, encontraron maneras de “resolver sus problemas”, haciendo creer que estas culturas gozaron de largos episodios de paz y justicia. Nada más fuera de la realidad.
La cultura chimú, que se desarrolló al norte del Perú, fue rival de los quechuas y de la casta rectora de estos, los incas, y pudieron resistirles hasta que finalmente fueron derrotados militarmente, luego de un largo asedio a su capital, Chan Chan.
De acuerdo a los investigadores, la capital de los chimú fue saqueada y destruida por los incas aproximadamente en 1470. Cuando Pizarro llegó a este territorio y fundó muy cerca de ahí la villa de Trujillo, en honor a su ciudad natal, solo encontró ruinas.
Pero a pesar de las exageraciones de Castillo y los aplausos de sus secuaces, hay muchos académicos que se resisten a estos discursos románticos. El escritor peruano Rafael Dummett, autor del libro “El espía del inca”, en una entrevista a BBC Mundo en 2020 aseguró que en el país andino se suele presentar al incanato como un “estado de bienestar antiguo”, prácticamente una “Edén profanado”, sustentado en falacias y mitos, muchas veces repetidos en las escuelas públicas -Castillo es profesor de primaria-, desconociendo los avances de la investigación histórica, que han refutado estas creencias.
No hubo unidad política en el imperio incaico
Fue tal la hostilidad que tuvieron muchos de los pueblos sometidos por los incas, que cuando los españoles llegaron al actual territorio peruano en el siglo XVI, muchos de estos se pasaron al lado hispano para pelear contra Atahualpa, el Sapa Inca -soberano cuasi divino- que sometía a millones y había vencido a su hermano Huáscar en una guerra civil tras la muerte de su padre, Huayna Cápac.
“Los grandes señores andinos estaban hartos del incario que no era una cosa utópica como han querido representar, sino era un gobierno de carne y hueso como todos los gobiernos del mundo, con problemas, y entonces los grandes señores andinos querían recobrar su libertad”, dijo a El Comercio la historiadora María Rostworowski, autora de clásicos como “Historia del Tahuantisuyu” y “Estructuras andinas de poder”.
De acuerdo con Rostworowski, los grandes señores andinos “se plegaron masivamente a los españoles”, porque veían en ellos la oportunidad de librarse de sus conquistadores. Además, la historiadora aseguró que la forma como se cuenta la historia en el Perú “traumatiza” a los escolares y los vuelve “acomplejados”.
“Hay que quitar de la mente de nuestros niños eso de que un puñado de españoles conquistó un imperio, porque no fue así. Ese puñado de españoles hizo lo que hizo, porque los grandes señores andinos que estaban hartos del incario, se plegaron a ellos porque creían que así iban a recobrar su libertad (…) Los peruanos, después que les han contado ese cuento, están acomplejados, quieren ser de Miami, de Europa. No nos damos cuenta de que por la manera cómo nos enseñan la historia, el peruano está traumatizado desde pequeño. Yo me libré de esto porque no estudié en los colegios de acá”, explicó en esa entrevista.
Los textos escolares no lo cuentan, pero cuando las fuerzas de Manco Inca -líder de la resistencia quechua y primer inca de Vilcabamba, un reducto tras perder el Cuzco- sitiaron Lima en 1536, no solo encontró a la infantería y caballería española comandada por Pizarro, también a miles de indígenas adversos al incario, como los huaylas -Pizarro tenía como concubina a una princesa de esa etnia-, los guerreros del valle del río Rímac -comandados por Gonzalo Taulichusco, hijo del curaca- y los huancas, que desertaron al bando quechua y se pasaron al lado hispano. Fue tal la fidelidad que tuvieron estos últimos con los españoles, que el rey Felipe II otorgó un escudo de armas en 1564 al noble huanca Felipe Guacrapáucaren en retribución a su colaboración para derrotar a los incas.
“Cuando se produce la conquista, los curacazgos del norte del Tahuantinsuyo se estaban desarrollando como unos señoríos feudales, que tenían cada vez menos dependencia del aparato administrativo del Cuzco. No había tal cosa, como insisten algunos grupos radicalizados de izquierda, una unidad o identidad política global en el imperio de los incas. Ni hablar de los pueblos recientemente conquistados como los pastos, en el sur de la actual Colombia, o los del norte de los actuales territorios de Chile y Argentina que vivían guerreando contra los incas para liberarse de su dominio”, explica el historiador Francisco Núñez del Arco Proaño, autor del libro “Quito fue España: historia del realismo criollo”.
Las castas no solo corresponden al virreinato
En otra parte de su discurso, el presidente electo del Perú aseguró que, con la fundación del virreinato, “se establecieron las castas y diferencias que hasta hoy persisten”. Pero esto es completamente falso.
Si bien, tanto en el Virreinato del Perú como en el de Nueva España (México) se impuso el sistema de castas para distinguir a las numerosas etnias, y sus mezclas, que convivían en los dominios españoles, tuvo un “fin práctico” que no estaba asociado a la concepción moderna de raza que surgió hasta principios del siglo XIX.
“Antes que nada, es un sistema de dominación política y económica. No son prejuicios raciales, porque las castas no son razas, no hay que confundir eso”, aseguró Federico Navarrete, doctor en Estudios Mesoamericanos de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM).
Pero las castas eran muy propias de este lado del mundo, incluso antes de la llegada de los españoles. En el caso del imperio de los incas, la sociedad fue jerárquica y muy rígida, formando una pirámide donde el inca se encontraba a la cabeza del imperio, donde existieron grandes diferencias entre las distintas clases sociales:
a) Realeza
La realeza inca – Conformado por la familia nuclear del inca: el auqui (hijo), la coya (esposa).
La panaca real – Parientes de primera línea del inca (primeras generaciones de cada panaca).
b) Nobleza
Nobleza de sangre – Miembros restantes de las panacas (parientes).
Nobleza de privilegio – Personas que destacaron por sus servicios (sacerdotes, acllas, altos jefes).
c) El pueblo
Ayllu Hatun Runa – El pueblo en general (campesino).
Mitimaes – Grupos trasladados para colonizar nuevas regiones enseñando a los pueblos nuevas costumbres.
Yanaconas – Servidores el inca y del imperio. Muchos de ellos eran prisioneros.
“El relato idílico de un mundo prehispánico justo e igualitario que gusta vender el indigenismo mariateguista del siglo XX es un absurdo, y se contradice con las evidencias históricas, antropológicas y arqueológicas. Mucha de la estructura social que se heredó en los andes durante el virreinato fue porque los españoles respetaron los derechos históricos de los pueblos aborígenes. Hubo muchas desigualdades entre la nobleza inca, los curacas y la población indígena en general. El Tahuantinsuyo idílico es una farsa. Había una jerarquía muy estructurada donde el inca era un ser divino y el resto del aparato político servía para la subsistencia de ese propósito divino”, explica Núñez del Arco.
Palacio de Gobierno no es un “símbolo colonial”
Castillo anunció que no ejercerá la presidencia desde Palacio de Gobierno, residencia oficial del jefe de Estado -que también es conocida como la Casa de Pizarro por estar ubicada sobre los cuatro solares que se adjudicó el conquistador trujillano-, y donde se levantó el Palacio de los Virreyes durante los casi trescientos años en que el Perú estuvo unido a la Corona de Castilla.
“No gobernaré desde la Casa de Pizarro, porque tenemos que romper con los símbolos coloniales, para acabar con las ataduras de la dominación que se han mantenido tantos años”, indicó.
El nuevo peón del Foro de Sao Paulo ignora que el Palacio de Gobierno -Patrimonio de la Humanidad como parte del Centro Histórico de Lima- no es un “símbolo colonial”. Además de sufrir constantes remodelaciones en casi cinco siglos, y sufrir los embates de terremotos e incendios, el edificio actual fue diseñado por el arquitecto polaco Ricardo de Jaxa Malachowski en 1926, siendo inaugurado en 1938 durante la segunda presidencia del mariscal Óscar Benavides.
Palacio de Gobierno ha sido la sede del Ejecutivo desde 1821 tras desalojar a los virreyes, y por él han pasado, incluyendo a José de San Martín y Simón Bolívar, todos los gobernantes del Perú independiente.
Sin embargo, antes de la llegada de los españoles al valle del río Rímac, en ese mismo lugar estuvo la residencia del curaca local, Taulichusco, aliado de los conquistadores en su guerra contra los incas.
Debido a su ubicación estratégica en la ribera del río -lo que garantizaba el control del riego de las tierras agrícolas del valle-, y por la sucesión ininterrumpida de gobernantes en sus instalaciones, ya sean indígenas -que lo consideraban un lugar sagrado-, españoles -que aprovecharon la carga simbólica que tenía para los locales- o peruanos, es el epicentro del poder en el Perú.
Pero la propuesta de Castillo, populista y baladí, ha encontrado resistencia en muchos historiadores y especialistas, como la exdirectora del Museo de Arte de Lima, Natalia Majluf, que utilizó sus redes sociales para calificar la iniciativa como “la peor idea que se ha propuesto para cultura en muchos años” y pensar que es un “gesto descolonial” es un absurdo.