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Los cinco errores de la OMS en su fatal gestión del virus

Imagen de archivo del logo de la OMS en su sede en Ginebra, Suiza. 6 febrero 2020. REUTERS/Denis Balibouse

La Organización Mundial de la Salud (OMS), como cualquier otra organización del mundo, adolece de un problema estructural: los intereses ante los que se rinde. Prueba irrefutable de ello es lo que ha hecho este organismo en los últimos meses. El que debiera haber sido el mimbre global más importante para el mantenimiento de la salud mundial como un bien público, ni ha velado por la sanidad ni por la rápida resolución de la crisis del coronavirus, sino por los intereses de aquellos a los que sirve. China, entre ellos.

Debimos darnos cuenta cuando, a comienzos del 2020, en los albores de un nuevo año y un nuevo decenio, la OMS quitó hierro al preocupante ritmo de contagio e índice de mortalidad que en una parte de Asia se estaba viviendo. Hay que recordar que uno de los primeros mensajes de la OMS, publicado por este organismo en su cuenta de Twitter, afirmaba que las investigaciones preliminares realizadas por las autoridades chinas no habían encontrado evidencia clara de la transmisión de persona a persona del nuevo coronavirus.

Falso. China ya contaba con análisis que permitían registrar y secuenciar el genoma de la Covid a finales del mes de diciembre de 2019. También habían recibido numerosas alertas enviadas por funcionarios de Taipei en las que se especificaba claramente el riesgo potencial de contagio del nuevo virus de humano a humano en China.

La alianza de Inteligencia Five Eyes puso de manifiesto que el gobierno de Xi Jinping silenció a los médicos, eliminó pruebas de laboratorio y se negó a dar muestras vivas a los científicos internacionales

Pese a todo, las advertencias se silenciaron y no se comunicaron a otros países hasta que John Mackenzie, un cargo del Comité de Emergencia de la Organización Mundial de la Salud, ofreció esta información después de que las autoridades de Pekín hubiesen ocultado los datos hasta el 11 de enero, fecha en la que el virus estaba ya, prácticamente, descontrolado. Y aún así, todavía hubo que esperar hasta el 20 de ese mismo mes para que se reconociera que la Covid-19 podía propagarse entre humanos de forma extremadamente rápida.

El primer gran error de la OMS fue ése: difundir idénticas consignas a las lanzadas por China y apelar, en palabras de Tedros Adhanom, al compromiso y la transparencia mientras colaboraban en la omisión de datos sobre la realidad del virus. Ya son numerosos los informes que apuntan en esa dirección. Uno de los más llamativos es el realizado por la alianza de inteligencia Five Eyes, en la que participan países como Estados Unidos, Reino Unido, Canadá, Nueva Zelanda y Australia. Este documento puso de manifiesto que el gobierno de Xi Jinping silenció a los médicos, eliminó pruebas de laboratorio y se negó a dar muestras vivas a los científicos internacionales que estaban trabajando en una vacuna para encubrir la noticia y difuminar las cifras reales de muertes y contagios.

Segundo error: la OMS no quiso reconocer a tiempo la gravedad de la pandemia. Cuando ya era demasiado tarde, la organización tuvo que derribar el argumento que, durante casi dos meses (diciembre de 2019 y enero de 2020), había respaldado. Por ello, en un comunicado publicado el 27 de enero de este año, reconoció un error de formulación y cambió el nivel de riesgo por coronavirus a escala mundial de moderado a alto. Y, sin embargo, el organismo no catalogó a la Covid como una pandemia hasta el 11 de marzo. Para entonces, Italia y España se habían convertido ya en el segundo epicentro de la enfermedad, pero la OMS tampoco quiso aclararlo y, en un comunicado oficial dictado en esa fecha, precisó que el 90 por ciento de los casos se registraban únicamente en cuatro países mientras que otros ochenta no habían informado de ningún caso y cincuenta y siete anunciaron diez casos o menos 

Meses después, a mediados de julio, la OMS tuvo que rectificar y explicar que la transmisión del coronavirus mediante suspensión de partículas en el aire a largas distancias, era posible

Tercer error: el uso no regulado de las mascarillas. En los primeros meses de gestión, la OMS no recomendó la utilización de mascarillas en la calle. Tampoco en comercios o centros de trabajo, pues sostenía que no existían pruebas claras de que las mascarillas tuvieran una capacidad de protección significativa frente al virus. Sin embargo, meses después, a mediados de junio, la OMS reconoció que eran recomendables para la población pues actuaban como una barrera para las gotitas potencialmente infecciosas.

Cuarto error: las teorías cambiantes sobre la transmisión del virus. La OMS refrendó durante meses la hipótesis de que el coronavirus no se transmitía por el aire, argumentando que lo verdaderamente peligroso a la hora de contagiar eran las secreciones de boca y nariz. Eso quiere decir que, durante gran parte de la epidemia, es posible que nadie se protegiera de manera correcta frente al virus al descuidar las pequeñas partículas que cualquier persona expulsa al estornudar, toser o hablar, y que durante minutos quedan suspendidas en el aire. Meses después, a mediados de julio, la OMS tuvo que rectificar y explicar que la transmisión del coronavirus mediante suspensión de partículas en el aire a largas distancias, era posible, reconociendo, también, el contagio a través de aerosoles y advirtiendo de la necesidad de protegerse en espacios llenos de gente y no suficientemente ventilados.

El presidente de los Estados Unidos no dudó en acusar a la organización de encubrir la propagación del coronavirus y anunció la congelación de la ayuda económica a menos que éste se comprometiese a realizar mejoras sustanciales

Quinto error. El amor y el odio al confinamiento. Queda poco paraque se cumpla un año del inicio de la epidemia. En todo este tiempo, la OMS ha generado mucha incertidumbre en la búsqueda de soluciones más o menos atinadas que permitan frenar la expansión del virus, siendo protagonista de numerosas polémicas por sus indicaciones e instrucciones sobre cómo hacer frente al Covis-19, que han experimentado cambios a medida que la evidencia científica apuntaba en otra dirección. La última confusión se produjo el pasado ocho de octubre cuando, David Nabarro, el responsable de la OMS en Europa, animó a los gobiernos a no recurrir al tan criticado confinamiento como método principal para controlar la transmisión del virus, alegando que, con esa medida, lo único que se consigue es que la gente pobre sea mucho más pobre. Son declaraciones que contradicen, una vez más y en líneas generales, lo dictado por la OMS en los últimos meses.

Son, quizá, las contradicciones en exceso y los bandazos que la organización ha cometido en los últimos meses los culpables de la lluvia de críticas que está recibiendo en los últimos tiempos. Desde la Casa Blanca, y en los primeros compases de la pandemia, Donald Trump ya comenzó a criticar la falta de medidas y de transparencia adoptada por la OMS frente a la crisis sanitaria. El presidente de los Estados Unidos no dudó en acusar a la organización de encubrir la propagación del coronavirus y anunció la congelación de la ayuda económica que, desde su país, se brindaba al organismo a menos que éste se comprometiese a realizar mejoras sustanciales. La que fuera primera ministra noruega también mostró su oposición a la falta de transparencia de Pekín, pero, aunque la OMS ha demostrado muy poca transparencia, errores de cálculo y nefasta gestión y ha sido acusada de fallar estrepitosamente en la resolución de esta crisis, cuenta con el apoyo de muchos de sus críticos, con Bill Gates a la cabeza que defienden la necesidad de contar con una institución global tan poderosa como, en su opinión, lo es la OMS.

Sea como fuere, ahí quedan ya, para siempre, los fallos que han costado demasiadas vidas.

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