La operación encabezada por la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB) desde hace varias semanas en contra de facciones disidentes de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (FARC) parece no tener fin. El fin de semana una patrulla de 29 soldados venezolanos fue emboscada en una localidad del estado Apure (al occidente de Venezuela), lo cual habría terminado en capturas y asesinatos de varios funcionarios venezolanos, así como del robo de su armamento.
Este lunes el Ministro de la Defensa chavista, Vladimir Padrino López, ha reconocido públicamente a través de un comunicado que las refriegas en Apure se han intensificado en las últimas 72 horas, causando incluso bajas dentro de las filas del Ejército Venezolano. Aunque Padrino no aclaró el número de decesos, el medio colombiano RCN, indica que se trata al menos de 12 soldados venezolanos.
“La Fuerza Armada Nacional Bolivariana informa, que en las últimas setenta y dos horas se vienen desarrollando cruentos combates con los grupos irregulares armados colombianos, específicamente en sectores despoblados al oeste de La Victoria, municipio Páez del estado Apure”, reza la comunicación del régimen.
El Ministro de la Defensa también afirmó que, en medio de los operativos, habrían sido destruidas instalaciones que estaban siendo utilizadas por los guerrilleros colombianos; al tiempo que precisó que el Ejército había logrado capturar a algunos insurgentes que estaban siendo sometidos a interrogatorios en los que se estaba recabando “valiosa información”.
Estos hechos contravienen la propia información divulgada por el régimen de Maduro, quien a través de otro alto cargo militar, el Almirante Remigio Ceballos, indicó a principios de abril que la situación en Apure estaba “en control”, ya que solo persistían algunos reductos de rebeldes de las FARC que estaban siendo perseguidos por las fuerzas militares venezolanas. En esa oportunidad Ceballos afirmó que todo lo que está ocurriendo en la frontera corresponde a un plan que compromete a los gobiernos de Estados Unidos y Colombia en una agenda de desestabilización.
El caso es que, a más de un mes de que se hicieran públicos los enfrentamientos en esta zona del territorio venezolano, el conflicto sigue estando presente. Ni el hermetismo ni las declaraciones oficiales triunfalistas del régimen de Maduro han servido para ocultar lo evidente: la crisis en Apure es, si no de gravedad extrema, al menos preocupante. Y hasta este momento nadie parece contar con el control absoluto en el área.
Organizaciones como Human Right Watch (HRW) han recalcado otra faceta trágica de esta historia: el sufrimiento extremo al que ha sido sometida la población civil de esta región durante el último mes. Según la HRW los delitos perpetrados por fuerzas militares y policiales venezolanas van desde las torturas y las detenciones arbitrarias, hasta las más cruentas ejecuciones extrajudiciales. El pretexto que han enarbolado las fuerzas de Maduro para cometer tales atrocidades es que muchos de los campesinos de la zona están colaborando con los rebeldes colombianos.
Esta misma organización ha identificado como parte principal del problema el hecho de que Maduro haya permitido por mucho tiempo la existencia de grupos guerrilleros colombianos en la zona fronteriza. Agrupaciones que hoy cierran filas en torno a la llamada “Segunda Marquetalia”, liderada por alías Iván Márquez.
Mientras esto ocurre en el interior de Venezuela, en su capital se sigue escenificando una pugna por el control de una zona que conecta prácticamente a todo el oeste de Caracas. La Cota 905 es un vasto corredor que enlaza distintos sectores populares y urbanizaciones capitalinas. Allí se ha asentado la banda criminal de un delincuente apodado como “El Coqui”.
Carlos Luis Revete -como realmente se llama este personaje- tiene cargos criminales por robos, narcotráfico y homicidios al menos desde el año 2013. Sin embargo, ha logrado dar forma a una organización criminal de tal calibre que su captura se ha tornado en algo imposible. El dominio de “El Coqui” sobre el corredor de la Cota 905 se ha expresado en infinidad de ocasiones: ni las policías locales, ni los cuerpos élite ni las fuerzas militares han logrado penetrar en su territorio cuando lo han intentado.
Las inmediaciones de la Cota 905 ya son famosas por ser el escenario de auténticas reyertas a plena luz del día, en las que funcionarios chavistas tratan –sin éxito– de obtener algún avance en la lucha contra este peligroso criminal. Durante cada semana se repite el episodio al menos por dos días: el fuego cruzado va y viene, pero “El Coqui” sigue sin ser capturado.
El más reciente episodio de enfrentamientos, prolongado por unos cuatro días, ha dejado a un par de agentes heridos. Lo más insólito ha sido la declaración pública del Jefe del Cuerpo de Investigaciones Penales y Criminalísticas (CICPC), Douglas Rico, quien ha señalado que desde la policía que él representa han tomado la determinación de entablar conversaciones con los delincuentes, para que entreguen las armas y “depongan su actitud”.
Análisis de la situación
¿Han sido rebasadas las policías y los militares venezolanos en este caso? ¿Estamos, más bien, frente a un escenario en el que la delincuencia se ha apoderado a tal punto de las estructuras del Estado chavista que a éste no le queda más que fingir que lucha en contra de los criminales cuando en realidad es su cómplice encubierto? Hay múltiples interpretaciones, pero lo cierto es que hasta el momento Maduro no ha decidido acometer un operativo de mayor envergadura para hacer frente a este problema. O no quiere o no puede hacerlo.
El caso es que, con el chavismo en el poder, bien en la frontera o bien en la capital, los grupos delincuenciales han encontrado pasto verde para hacer de las suyas. La guerrilla colombiana y las bandas criminales locales se han topado con la estructura de un Estado absolutamente debilitado y corroído por la corrupción que ha decidido poner en último lugar de prioridades la protección de la población civil que habita dentro de sus confines territoriales, dando preeminencia al mero hecho de sostenerse en el poder. Sin importar si para ello tiene que tolerar la convivencia con cuanto hampón exista, o más grave aún, cederle abiertamente porciones del territorio de lo que alguna vez fue conocido como Venezuela. Es imperdonable.