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IMPONE LA PARIDAD

Colombia aprueba una ley que desincentiva el esfuerzo y el mérito

Foto: Brooke Lark – Unsplash

En Colombia se aprobó la Ley de Paridad. Esta legislación obliga a que las listas de participación en corporaciones públicas sean 50% hombres y 50% mujeres, en el marco de la reforma al Código Electoral.

Al respecto, hay tres puntos que quiero tocar: los incentivos para estudiar y contratar, la victimización y las soluciones.

En primer lugar, están los incentivos. La educación es una inversión a largo plazo. Es decir, se sacrifica consumo presente a cambio de la expectativa de tener mayor consumo en el futuro, gracias a que aumentarán los ingresos por ahorros que previamente fueron invertidos.

Esa expectativa de aumentar ingresos se da porque, acceder a ese tipo de educación, supone una buena garantía para luego conseguir un puesto de trabajo con un determinado salario. Mientras mayor sea la competencia, mejor preparada debe ser la persona para tener lo que llamamos un “mark-up” o diferenciador en el mercado. 

Con esta legislación el mérito de una mujer que está bien preparada para acceder a cargos de poder no será recompensado. En este caso, al ser 50% y 50%, se buscarán mujeres que ocuparán cargos solo por llenar la cuota en ciertas organizaciones y hombres para llenar la cuota en ciertas otras, dejando de lado lo anteriormente mencionado.

¿Dónde quedan los incentivos para ser la mejor si ya de entrada te garantizan un puesto? ¿Dónde quedan los incentivos para contratar a la mejor persona si se sabe que deben ser mitad hombres y mitad mujeres?

Bajo esta ley, para obtener un cargo de poder importa más ser mujer que la cantidad de pregrados, maestrías y cursos, libros, podcasts o charlas hayamos hecho, leído o escuchado.

Se nubla así la posibilidad de que el trabajo, el esfuerzo y la dedicación hablen por sí mismos. Perece también la utopía de que, si en una organización existe un rechazo hacia contratar mujeres (cosa que puede pasar), se tenga entonces la opción de encontrar más y mejores organizaciones que finalmente se enriquezcan con los aportes que puedan darse.

En otras palabras, la competencia real de las empresas por el mejor talento se verá distorsionada en el mercado.

En segundo lugar, está la victimización. En el fondo, la discriminación positiva es la velada convicción de inferioridad de un grupo. Algunos medios se refieren a la paridad como una “deuda de participación política efectiva de las mujeres”.

Pedir forzosamente a través de una ley que se cumpla una estricta regla de 50% cada género evidencia el reconocimiento de una posición débil para las mujeres, quienes indiscutiblemente deben acudir al Estado para imponerse.

En tercer y último lugar, hablemos de las soluciones. No se puede ser reduccionista a la hora de hablar del desempeño de la mujer en el mercado laboral, en la cultura u otros factores que históricamente han afectado su vida y libertad.

Ahora bien, no es posible tampoco vivir en una perpetua victimización o buscar la solución en el Estado.

La realidad no se cambia por decreto. Los retos culturales y educativos siguen latentes. De hecho, hoy están más vigentes que nunca al adicionar el riesgo que supone formar a las nuevas generaciones de niñas en la victimización y el rencor por hechos históricos que implican el reconocimiento de una inferioridad.

Esta ley podrá visibilizar a algunas mujeres talentosas y la percepción podrá mejorar ¿pero a qué costo? con seguridad también entrarán a ocupar cargos la prima, la hermana, la tía, la sobrina y la novia del suscrito que necesite llenar la cuota.

¿El machismo existe? Sí, especialmente en el campo, en las zonas rurales. ¿Existen idiotas que rechazan o desprestigian a las mujeres? También. Cada vez menos, pero no gracias a las regulaciones que buscan imponer a las mujeres por decreto, sino gracias al poder que estas han adquirido por tener libertad económica y verdadera igualdad ante la ley, que no dotan de privilegios a un grupo con cuotas o tratos diferenciales, sino que permiten competir.

El que tiene la plata tiene el poder. Los ciclos de violencia doméstica se ven perpetuados por la dependencia económica que generalmente sufren las mujeres por culpa de su pareja.

Firmando un papel y forzando a las listas del congreso a ser 50% hombres y 50% mujeres no se cambia la cultura.

Necesitamos mujeres trabajadoras, que puedan ser absorbidas en el mercado laboral gracias a su flexibilización, que eduquen con su ejemplo, que puedan montar empresas, tomar decisiones de rigor y capitanear puestos enormes en espacios vitales como la política, el sector privado, la academia, la familia y la sociedad civil. Todo esto gracias a la firme convicción de que se puede lograr sin llorarle al Estado, indirectamente reconociendo inferioridad.

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