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La región ha sufrido aluviones desde 1975

Un desastre natural en Ecuador es aprovechado para introducir la narrativa del ambientalismo extremo

Los destrozos causados por el aluvión en Quito, Ecuador. Twitter

Quito, la capital del Ecuador, fue escenario reciente de un desastre natural devastador. El mundo vio cómo descendía de la ciudad montañosa un río de lodo que arrasó con automóviles, árboles e incluso cuerpos humanos, arrastrados por el torrente.

Según fuentes del Servicio Nacional de Gestión de Riesgos y Emergencias de Ecuador, hasta el momento se reportan 24 muertos, al menos 52 heridos y 12 desaparecidos. Aunque las cifras pueden ser mayores, en vista que la mayor cantidad de víctimas provienen de una cancha de voleibol que colapsó.

Los vecinos del barrio de La Gasca quedaron atrapados dentro de sus viviendas, sin luz, dado que colapsó el sistema eléctrico. Tuvieron que ser evacuados por causa de las casas destruidas. Luego de reunirse con el Comité de Operaciones de Emergencia del Distrito Metropolitano, el alcalde Santiago Guarderas informó que hasta ahora 348 personas han reportado daños y 38 viviendas sufrieron destrozos, según dijo Guarderas.

La población civil se organizó para auxiliar a sus conciudadanos, camiones enteros al servicio de los más necesitados. El país sudamericano se ha destacado por auxiliarse entre compatriotas, sobre todo desde el terremoto del 2016.

No obstante, todo lleva la carga del aprovechamiento político, aún en momentos difíciles. Pasó en el terremoto, y pasa ahora. Enseguida todos los dedos apuntaron al Gobierno municipal, varios aprovecharon para adaptar el desastre a su discurso y ventaja política. Desde donaciones como publicidad, hasta ataques por parte de futuros candidatos a la alcaldía. Y no faltaron los alarmistas del cambio climático.

El cambio climático vende. Obedece a una línea política e ideológica que pretende implantar una narrativa donde el ser humano es destructor del planeta. Lo que conduce a un discurso misántropo. A los promotores de esta corriente ideológica se les ha denominado sandías, por ser verdes por fuera y rojos por dentro, ambientalistas públicamente y socialistas por dentro. Esto dado que el mensaje de estos grupos va de la mano de mayor control sobre la población, de que el ser humano es incapaz de regirse de manera voluntaria, y debe hacerlo a través del Estado y organismos supraestatales, para domarlo.

Si bien es cierto que el ser humano tiene un rol activo en lo sucedido aquí, estamos ante un problema de planificación y corrupción. Pues se ha permitido construir en zonas no aptas. La urbanización en ese sector rellenó quebradas que a su vez impidieron la circulación del agua cuando esta se acumula. Incluso la BBC desde Londres publicó un artículo adjudicando que el “cambio climático” sería una de las causas, lo mismo los medios locales funcionales a la agenda progresista.

Sin embargo, no toman en consideración un dato clave: la zona ya sufrió la misma calamidad hace más de 30 años. De modo que no ha sido un cambio en el clima. Además de que enero se ha caracterizado por ser un mes de abundante lluvia y el área tiene fallas estructurales que han propendido a este tipo de desastres.

Para quienes no estén familiarizados con la terminología serrana, una quebrada es un quebradura en un terreno y a su vez un paso estrecho entre montañas. Es decir, un conducto idóneo para que el agua no se acumule en zonas urbanas, sino que sea absorbido, o bien circulado a través de la tierra.

‘Quito ha aniquilado sus quebradas’, reprochó Emilio Cobo, experto en gobernanza ambiental y gestión de paisajes. Desmontó así la versión del municipio que alegaba que el aluvión se produjo por causa de la lluvia. Cobo señala la mala gestión de los drenajes naturales de la ciudad. Pues esto interrumpió una serie de quebradas en todo el flanco occidental de Quito; sobre todo en las laderas del volcán Pichincha.

Y destacó que no es algo nuevo, pues el sector de La Gasca ha sufrido aluviones desde 1975, dado que el barrio fue construido donde antes había una quebrada y la  zona se rellenó, obstruyendo el cauce natural del agua, que luego no tiene por dónde desfogarse.

Además resaltó el impacto que ha generado la deforestación en las laderas de la cordillera del Pichincha. De manera que se puede tener consciencia ambiental, reconocer su impacto en la vida humana (y viceversa) sin caer en reduccionismos.

Pero cuando el discurso impera sobre los hechos, la inversión no mide prioridades. Por lo cual la ciudadanía ha destacado su indignación frente al hecho que la prefecta (gobernadora de la provincia donde está la capital, Pichincha) gastó alrededor de medio millón de dólares en un mural indigenista.

Esto a su vez ha destacado una mayor necesidad de fiscalizar a los gobernantes, dado que está en su poder la asignación de recursos, sobre todo en materia de planificación urbana. Y en lugar en invertir en el mejor cuidado de la zona, se apuesta por afincar un discurso que en lugar de integrar a la sociedad y destacar lo común, apuesta por la división con discursos que hacen al ciudadano renegar no solo de su historia y su origen sino incluso de su especie.

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