«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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¿CUÁNDO LLEGARÁ EL CAMBIO?

Venezuela: la consulta popular y el País de Nunca Jamás

Cuando hace algunas semanas me enteré de que el Gobierno Interino presidido por Juan Guaidó se proponía la realización de una “consulta popular” como mecanismo para continuar la lucha contra la tiranía que usurpa el poder en Venezuela, pensé que se trataba de una broma de mal gusto.

Me llevé las manos a la cabeza, se me cayó la quijada y se me torcieron los ojos al percatarme de que no era, ni por asomo, un chiste. 

La sequía de resultados que dejó una iniciativa similar –practicada por allá por 2017– me parecía suficiente evidencia empírica de que estos referendos, plebiscitos o “consultas” en el caso venezolano no terminan siendo más que saludos a la bandera; pastoreo de nubes en un país en el que la dirigencia opositora insiste en enmarcar la compleja crisis causada por el Castro-Chavismo dentro de cánones políticos democráticos, esos en los que el entuerto puede resolverse a través de procedimientos electoralistas convencionales. Todo ello ignorando que el adversario es de una casta criminal que se ha propuesto no salir nunca del poder, reinando sobre las ruinas de lo que alguna vez fue un país, si es que fuere necesario.  

Paradójicamente, el evento realizado el 16 de julio de aquel 2017 llevó por nombre: “Consulta Nacional de Venezuela”.

En ella se inquiría la opinión de los venezolanos sobre la Asamblea Nacional Constituyente (ANC) –fabricada por el chavismo en ese año–, el rol de los militares dentro de la política y la necesaria renovación de todos los poderes públicos para proceder a realizar una elección verdaderamente libre, que pudiese destrancar el laberinto en el que estaba metido el país.

Concluido el proceso de consulta se dijo a la opinión pública que unos 7 millones de venezolanos –dentro y fuera del país– habían participado en el mismo, con el fin de oponerse a la tiranía chavista.

Pasó el tiempo y la Constituyente capitaneada por el número dos del chavismo, Diosdado Cabello, nunca cesó en funciones. De hecho llegó a alternar sesiones con la Asamblea Nacional que hoy preside Juan Guaidó en el Capitolio de Caracas. Eso hasta que el propio Guaidó y los demás Diputados  del legítimo Parlamento Nacional fueron desalojados un buen día de esas inmediaciones, quedándose sin sede oficial desde donde despachar.

Se ha dicho recientemente que la Constituyente cesará su funcionamiento en unos días, justo cuando se piensa que el Partido Socialista Unido de Venezuela (PSUV) logrará retomar el control del Parlamento, a través del fraude electoral a realizarse el 6 de diciembre y que ya está en estado avanzado de gestación.  

La casta militar chavista no ha dejado de inmiscuirse en política, siendo el principal pilar sobre el que se sustenta y se explica la permanencia hoy por hoy de Maduro en el Palacio de Miraflores.

Los militares en Venezuela controlan prácticamente todo: se les ha dado parte en el manejo del petróleo, la energía, las telecomunicaciones, los ministerios de Gobierno, las aduanas, el suministro de alimentos, el agua potable, etc.

Poco importó a estos hombres de uniforme, cebados hasta el tuétano por el modo de vida hedonista que les ha provisto la Revolución en los últimos años, si varios millones de venezolanos no quieren que ellos sigan siendo la piedra de tranca para un eventual proceso de cambio político en el país.

Aquella consulta tampoco tuvo la capacidad de lograr que los militares dejasen de ser unos sátrapas.

Las elecciones libres a las que aspiraba aquel plebiscito tampoco llegaron nunca. Ese deseo se ha desvanecido en el aire, al punto de que, tres años después, Maduro y sus candidatos han quedado prácticamente corriendo solos de cara a unas supuestas “elecciones parlamentarias” a realizarse el domingo próximo.

Al día de hoy no hay ninguna garantía en Venezuela de que los resultados que anuncia habitualmente el Consejo Nacional Electoral (CNE) se correspondan realmente con la preferencia que expresan los votantes el día de una elección. El sistema es tramposo de cabo a rabo, y eso lo sabe cualquiera.

Ninguno de los petitorios de la “Consulta Nacional de Venezuela” se cumplió. Todo quedó en el papel. Y eso fue así fundamentalmente porque la oposición venezolana no tiene cómo imponerle nada al chavismo. Este último actúa bajo mecanismos coactivos y de violencia pura y dura, entretanto el liderazgo opositor sigue enmarcando la mayoría de sus estrategias bajo una lógica política democrática, vegana y gluten free. Como si en Venezuela existiese un juego normal en el que simplemente hay unos partidos políticos que se disputan el poder.

No sé realmente en qué país viven los que así piensan. Quizá se trata de aquella tierra de fantasía en la que Peter Pan y los niños eran felices, sin preocuparse por cargar a cuestas responsabilidad alguna: el país de nunca jamás.

La lección acá es clara: en política no basta con desear las cosas, o que éstas sean moralmente buenas para que se cumplan; hay que tener medios para alcanzarlas. Esto lo han comprendido cabalmente Maduro y compañía y por eso hoy reinan. Lo hacen sobre los escombros de un expaís que suda dolor por los cuatro costados, pero reinan.   

Así las cosas, la nueva-vieja “Consulta Popular” que se ha fabricado Guaidó para este diciembre no solamente es anémica en ideas (reproduce casi al calco el mismo tenor de las preguntas formuladas a la ciudadanía en el plebiscito de 2017), sino que entraña el mismo problema de fondo: no tiene cómo hacer valer los resultados que de ella deriven.

Más allá de la discusión sobre si es una iniciativa loable, democrática o si tiene asidero en la Constitución venezolana, la mira acá debe estar puesta sobre una sola cuestión: ¿Puede producir algún resultado concreto?

No hay que ser pitoniso para vaticinar que la probabilidad de que la “Consulta” pueda generar alguna consecuencia real en el cambio político venezolano es muy baja, cuando no estrictamente nula. Y esto es así por el mismo problema que se tuvo hace tres años: al ser el chavismo un problema ya no estrictamente político, sino más bien criminal, su resolución no puede pasar por la aplicación de los métodos que habitualmente se utilizan en una democracia para dirimir las diferencias entre líderes o partidos que en ella hacen vida.

Si entre el 5 y 12 de diciembre participan 10mil o 10 millones de personas en la iniciativa que ahora abandera Guaidó, da más o menos lo mismo: los resultados que de allí se obtengan no podrán imponerle nada al chavismo, que ha resuelto quedarse en el poder por medios coactivos y de fuerza.

Sobreviene la pregunta: ¿Por qué entonces el liderazgo encarnado en Guaidó ha tomado la vía de la inercia, proponiendo de nuevo una iniciativa que no parece tener puerto de llegada? Francamente no lo sé.

Las hipótesis son múltiples: incapacidad y miopía del liderazgo, acuerdos bajo cuerda con el chavismo para perpetuar la permanencia del sistema, vocación por creer en los milagros, exceso de lectura de libros de autoayuda. Vaya usted a saber…

Guaidó y los suyos blanden como leitmotiv el hecho de que su consulta constituye una alternativa más pura y más demócrata a la payasada de la elección montada por Maduro y sus adláteres. Ignoran nuestros cándidos “líderes opositores” el detalle de que en Venezuela ni existe democracia, ni se avizoran salidas electorales a la crisis. Tampoco hay capacidad alguna de imponerle procedimientos democráticos  a unos tipos que son compinches de las FARC, Hezbollah, el Castrismo, la China Comunista y las mafias de Putin.

Se ha llegado a decir que la “Consulta” no busca efectos internos. Que no se persigue que Maduro recapacite, ni se espera realmente que ésta provoque una insurrección de masas dentro de Venezuela. Que su mira está puesta en esa abstracción llamada “Comunidad Internacional”; ese Cid Campeador que increpado por lainiciativa motorizada por Guaidó procedería de inmediato a hacer acuse de recibo y, en consecuencia, comenzaría sin demoras a poner a Maduro de patitas en la calle.

Este cuento también es viejo. Se trata de una premisa que nos lleva de nuevo a 2017. En aquel año se dijo que la “Consulta Nacional de Venezuela” era, sobre todo, el acicate necesario para que nuestros socios en el extranjero tomaran nota de los horrores que se vivían en Venezuela y procediesen con diligencia a echarnos una manito en la tarea de deponer al tirano.

Hoy por hoy esto huele a refrito, tanto más cuando la administración de gobierno en los Estados Unidos está a nada de caer en manos de un conciliador Joe Biden y la determinación de Europa a recordar la existencia del “caso Venezuela” solo deriva en comunicados y sanciones en el papel, pero que a la hora de la verdad nos llevan a toparnos con amargas verdades como las propiciadas por el “Delcygate” de Ábalos en Barajas.   

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