«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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¿Queda algo que podamos conservar?

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El conservadurismo es la etiqueta de la derecha americana. En realidad, en todo Occidente, aunque en desuso, rara vez en España alguien se define como conservador. Más allá del etiquetaje, cuyo significado siempre está condicionando por los azares de la historia, John Daniel Davidson propone en The Federalist un debate que, aunque pueda parecer cosmético, resulta inspirador y necesario. Con un provocador artículo pidiendo a la derecha que deje de llamarse «conservadora», despliega una realidad en donde oportunidad y estrategia se entremezclan con los grandes valores del conservadurismo.

John Daniel Davidson despliega una realidad en donde oportunidad y estrategia se entremezclan con los grandes valores del conservadurismo

En opinión del autor, el proyecto conservador ha fracasado. «En una era anterior, esto tenía sentido. Había mucho que conservar», expone, «pero cualquier evaluación honesta de nuestra situación actual hace que tal definición sea absurda. Después de todo, ¿qué han logrado conservar los conservadores? Sólo en mi vida, han perdido mucho: el matrimonio tal como se ha entendido durante miles de años, la Primera Enmienda, cualquier apariencia de control sobre nuestras fronteras, una distinción fundamental entre hombres y mujeres». 

«Llamarse conservador en el clima político actual sería como decir que uno es conservador porque quiere preservar las tradiciones europeas medievales del matrimonio concertado y el juicio por combate», escribe, «sea cual sea el mérito de esas prácticas, no se puede preservar o defender algo que está muerto». Propone Davidson no solo un debate sobre el nombre que debe adoptar la derecha, sino un cambio de posición, del viejo conservadurismo a una suerte de reacción, de revolución: «Si todo eso suena radical, bien», concluye, «el radicalismo es precisamente el enfoque que se necesita ahora porque la tarea necesaria es nada menos que radical y revolucionaria».

Propone Davidson un cambio de posición, del viejo conservadurismo a una suerte de reacción, de revolución

En la misma línea Rod Dreher certifica en The American Conservative la muerte del conservadurismo pero, a diferencia de Davidson, apuesta con firmeza por redefinir el deceso como el comienzo de algo mejor. «Creo que es un momento emocionante para estar en la derecha», escribe, «las viejas estructuras e instituciones se están derrumbando; los nuevos están a la espera de ser construidos por pensadores creativos que una vez estuvieron en los márgenes de la derecha dominante, pero que se están moviendo rápidamente hacia el centro. Nadie piensa realmente que los derechistas de la vieja escuela sean el futuro. Todavía no sabemos cuál es el futuro de la derecha, pero hay mucha gente trabajando ahora para crear uno. No todos estamos de acuerdo y algunos tenemos mejores ideas que otros. Necesitamos todas las manos a la obra. Personalmente, estoy a favor de la Democracia Cristiana de la escuela Viktor Orban-Giorgia Meloni, un conservadurismo que valora el localismo, la soberanía, la familia natural y la religión, y que es anti-woke y orientado al mercado, pero ve el mercado como algo necesariamente limitado, y con una concepción más amplia del bien común». 

En la redefinición de la derecha occidental resultará importante mirar de puertas adentro, hacia la soberanía de las naciones, pero sin perder de vista las amenazas externas. Quizá por eso uno de los grandes desafíos de Estados Unidos para el futuro inmediato sigue siendo la cuestión china. Un ensayo desapasionado de Doug Bandow sobre el momento que atraviesa la dictadura comunista invita a reflexionar sobre el posible enfoque que Estados Unidos y Occidente deben mostrar hacia China, y es buen momento para hacerlo porque acaba de convocarse el XX Congreso Nacional del Partido Comunista Chino. «El futuro no está definido y, contra la retórica jactanciosa de Xi, la libertad sigue siendo la mejor apuesta para el mundo», señala el autor, «Washington debería comenzar por abordar sus propias debilidades. Los estados libres y aliados pueden restringir a la República Popular China cuando sea necesario mientras cooperan con Beijing cuando sea posible, abordando los abusos chinos sin adoptar las estrategias autoritarias y colectivistas de la República Popular China». 

En la redefinición de la derecha occidental resultará importante mirar de puertas adentro, hacia la soberanía de las naciones

«Si la amenaza de China fuera solo el regreso del país a los niveles maoístas de opresión», explica, «los pueblos libres de todo el mundo podrían lamentar el resultado, pero permanecer seguros. Sin embargo, las ambiciones de Beijing se extienden más allá de las antiguas fronteras de la República Popular China». En definitiva, concluye, «no todas las políticas que sigue son malignas y no todos los problemas que crea requieren una respuesta, y mucho menos justifican una acción militar. Sin embargo, Beijing es un nuevo tipo de adversario».

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