Verdaderamente hay que quitarse el sombrero con el mercado, que no deja necesidad o demanda, por extraña que sea, sin satisfacer. De quienes nos trajeron el café sin cafeína, la cerveza sin alcohol y el chocolate que no engorda, hoy nos llega la última cuadratura del círculo: la rebelión inofensiva.
Seamos sinceros: la rebelión mola, la rebeldía vende, la revuelta da caché. Es así, al menos, desde el triunfo del romanticismo, allá por el siglo XIX, y la cosa ha ido a más y saltado a la educación y la cultura y todos los medios de comunicación. No se hacen canciones para alabar el conformismo ni películas que glorifiquen la obediencia a la autoridad. Me viene ahora a la cabeza el anuncio, hace años, de una famosa cadena de comida rápida que incitaba a los jóvenes a «saltarse las reglas», aunque sospechamos que no se referían a la de pagar la consumición en sus locales.
Solo hay un problema: rebelarse contra poderes reales, contra los que de verdad mandan, es arriesgado, por decir poco. Se cuentan con los dedos de una mano quienes, y más entre las últimas y blandas generaciones, quieran de verdad arriesgar patrimonio, libertad, integridad física o vida por cualquier causa en la que posan de rebeldes. Qué digo: probablemente, ni la cobertura del wifi.
Así que el mercado, siempre eficiente, ha creado la rebeldía inocua, la que permite todas las satisfacciones emocionales de la barricada y la protesta sin ninguno de sus incómodos efectos secundarios habituales. Toda la emoción de asaltar el Palacio de Invierno sin el engorro de que la guardia zarista te pegue un tiro o te mande a Siberia. Y con la posibilidad de grabar toda la experiencia y transmitirla vía SmartPhone por las redes sociales.
Este día 8 es un día de esos, con la famosa huelga feminista. Se vende como una rebelión, un portentoso levantamiento de las oprimidas. Solo que sin tener a nadie enfrente, y sin que nadie haga otra cosa que ignorarlas o aplaudirlas.
¿Contra quién están?
Uno de los puntos más repetidos es la ‘brecha salarial’. Se les opondrán entonces las empresas, ¿no?
Pues no. Eche un vistazo. Las multinacionales y los bancos no han dicho ni mú contra esta huelga que, en puridad, debería ser ilegal en cuanto política. Por el contrario, muchas de las marcas más conocidas financian foros y congresos para debatir y encontrar soluciones a la famosa brecha, dejando así claro que no va con ellas. No sé, será el del bar de la esquina el que paga menos a sus empleadas que a sus empleados por el mismo trabajo.
¿Los partidos? Ni uno solo en todo el arco parlamentario se opone. En el partido del Gobierno, el más votado en las últimas elecciones, algunas de sus políticas amagaron con una ‘huelga a la japonesa’, en sentido contrario, pero su ‘macho alfa’, Rajoy, las ha desautorizado pidiendo «respeto» por la huelga. ‘Mansplaining’, creo que se llama eso.
De los grandes medios, ni hablo. Si tienen el buen gusto de leer el Trasgo, ya habrán visto cómo vienen las portadas de los diarios, aun los de la derechita acomplejada: la brecha es dogma, y mucho más. Pero, al fin, los medios pertenecen a quien pertenecen: échenle un vistazo a los accionistas de cada grupo, es aleccionador.
¿Qué queda, la jerarquía eclesiástica?
Nope. El Arzobispo de Madrid, don Carlos Osoro, no solo es partidario de la huelga sino que opina que la Virgen María también lo es. Igual o mayor entusiasmo han mostrado, entre otros, los obispos de Tarazona y Palencia.
Cierto, los de Alcalá –Monseñor Reig Pla- y San Sebastián -Monseñor Munilla– han mostrado su voto disidente. Pero, ¿alguien haría una huelga general para oponerse a Munilla?
Sin duda la Monarquía, esa polvorienta reliquia de tiempos pasados, supuesta guardiana de la continuidad histórica y la tradición, aunque no pueda opinar por el qué dirán constitucional, habrá fruncido el regio ceño ante la idea…
Pues tampoco. Su Católica Majestad la Reina de España, Doña Letizia, ha hecho público que despejará su agenda para no cumplir compromiso alguno tan señalado día. Una acitud enormemente altruista, habida cuenta que solo es reina por ese discriminatorio machismo que no ha dejado reinar a la Infanta Elena, nacida antes que su real cónyuge.
Pues no me está quedando mucho más, realmente. Nadie se opone ni citan a nadie con nombre y apellidos; es una barricada sin enemigo. Y aquí es donde entra el mito: su verdadero enemigo, tan todopoderoso como elusivo es… (redoble de tambores)… ¡el Patriarcado!
¿No les parece perfecto? Lo de dar gran lanzada a moro muerto no es nada comparado con este maravilloso juego de manos, arte de birlibirloque. El Patriarcado está en todas partes y en ninguna, es una figura extraordinaria contra la que queda muy bien luchar pero nadie espera que recoja el guante y se presente en la batalla.
Y es entonces cuando pienso lo bien que le ha salido la jugada a la izquierda (no se engañen, esto es tan ‘transversal’ como una reunión del Politburó) y a las élites económicas.
El enemigo ausente de la izquierda
Verán, hubo un tiempo, cuando nació, en que la izquierda sí tenía un enemigo, los capitalistas, los dueños de los medios de producción, y un grupo populoso que defender, los trabajadores. Su receta, sí, fue siempre un desastre, pero al menos había eso, y los capitalistas, salvo aquellos que les financiaron en su día, les temían realmente.
Pero sucedió que la posguerra mundial desmintió todas las profecías apocalípticas de Marx y el proletariado, en lugar de depauperarse más y más, empezó a vivir mejor, a prosperar, a tener cosas. Seguía votando a izquierda mayoritariamente, pero cada vez menos a la radical, sobre todo después de que la caída del Muro nos permitiera vez lo que había al otro lado.
Así que la izquierda tuvo la luminosa idea de arrinconar a esos ‘traidores’ y buscar nuevos proletarios, es decir, nuevos grupos a los que aplicar el pueril y monótono esquema marxista de opresor/oprimido. Y lo encontraron: las mujeres con respecto a los hombres, cualquier raza con respecto a la blanca, los nativos contra los colonizadores, los inmigrantes contra los nativos, los homosexuales contra los heterosexuales o la Madre Tierra contra el ser humano.
Y las élites, fuera ya de peligro, sonríen y financian este cambio de enemigo que no les perjudica en absoluto.
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