La izquierda, que lleva décadas considerándose la garante de la cultura frente a lo que consideran el obscurantismo de la Iglesia, no tuvo ningún problema a la hora de incendiar los casi 90.000 libros.
Aquello de “Arderéis como en el ‘36” que gritaban Rita Maestre y sus amigas mientras asaltaban la capilla de la Facultad de Políticas de la Universidad Complutense de Madrid, es el reflejo de una vieja tradición de la izquierda española. De la extrema, pero también de la moderada. La Segunda República, esa que nuestros políticos a la izquierda de Ciudadanos venden como el paradigma de las libertades y el respeto, se estrenó pocos días después de su proclamación con ataques a la Iglesia. Durante el Gobierno del Frente Popular, antes de estallar la Guerra Civil, también andaban quemando Iglesias. Luego su afición por la piromanía no se ciñe a los periodos bélicos. No es una cuestión de reacción frente a un alineamiento de la jerarquía eclesiástica con los alzados el 18 de julio.
Las primeras agresiones violentas contra centros religiosos se extendieron por España durante los días 11 y 12 de mayo de 1931. La República se había proclamado menos de un mes antes, el 14 de abril, tras las revueltas posteriores a unas elecciones municipales celebradas el domingo 12 de aquel mes. El día 10 de mayo de aquel 1931 era domingo. Los monárquicos inauguraban la sede del Círculo Monárquico Independiente. La música elegida para la apertura de los actos fue –no podía ser de otra manera- la “Marcha real”. Nada de lo que allí se hizo era ilegal ni contrariaba la legalidad republicana que se estaba constituyendo con el anuncio de que sería una democracia abierta en la que se respetarían todas las ideas políticas. Incluso las monárquicas.
Junto a la sede del Círculo se congregaron varios “convencidos republicanos” que insultaron a los que se encontraban en el interior. En ese momento llegaba un taxi con dos asistentes al evento de los monárquicos que discutieron con el conductor y con varios de los allí presentes. El resultado es que los republicanos empezaron a quemar los coches de los monárquicos que había aparcados en la puerta. Inmediatamente los revoltosos hicieron correr la falsedad de que el taxista había sido asesinado y los manifestantes se dirigieron hacia las oficinas del periódico monárquico ABC. Allí la Guardia Civil tuvo que disparar para evitar un asalto violento de las instalaciones del diario y murieron tres personas.
La respuesta de la muchedumbre fue asaltar un quiosco de venta del periódico El Debate, de inspiración católica, y el incendio de una librería especializada en textos religiosos. Si el incidente se había iniciado por un enfrentamiento entre monárquicos y republicanos ¿Por qué los izquierdistas se lanzan contra los católicos?
No son pocos los autores que señalan que los ataques contra instalaciones católicas estaban preparados y se iban a producir independientemente de la actitud que la Iglesia tomara y este fue el momento que aprovecharon para ponerlos en marcha.
Madrid fue la primera ciudad en verse asolada por una turba que pertenecía a los partidos que formaban parte del Gobierno provisional. Allí estaba la izquierda radical –socialistas, anarquistas y comunistas-, pero también miembros de partidos de la izquierda burguesa como la Acción Republicana de Manuel Azaña, que ocupaba la cartera de Guerra. En Gobernación estaba el único miembro de un partido de derecha moderada de aquel Ejecutivo: Miguel Maura, de Derecha Liberal Republicana, que abogó por sacar la Guardia Civil para frenar los ataques. El propio Azaña se negó, primero el día 10 y luego el 11 de mayo. Fue entonces cuando pronunció aquella frase que se ha hecho célebre: “Todos los conventos de España no valen la vida de un republicano. Si sale la Guardia Civil, yo dimito”.
Los radicales empezaron, ante la inacción del Gobierno, una orgía de incendios en Madrid. Entre la noche del 10 de mayo, todo el día 11 y las primeras horas del 12, momento en el que se declaró el Estado de Guerra en Madrid y se sacó a la Guardia Civil, fueron decenas de centros religiosos los atacados.
Los desmanes empezaron en la residencia de profesos de los Jesuitas de la calle Isabel la Católica, allí se incendió también la capilla adyacente al edificio. La izquierda, que lleva décadas considerándose la garante de la cultura frente a lo que consideran el obscurantismo de la Iglesia, no tuvo ningún problema a la hora de incendiar los casi 90.000 libros de la biblioteca de ese centro de estudios, entre ellos había numerosos incunables y primeras ediciones de miles de títulos clásicos. Después se pasó a incendiar el Instituto Católico de Artes e Industrias (ICAI), con su biblioteca de 20.000 volúmenes y el Colegio de la Inmaculada. De allí pasaron al Centro de Enseñanza de Artes y Oficios que se encontraba en la calle Areneros y en el que los jesuitas daban formación técnica a hijos de obreros que no podían pagar sus estudios.
También fueron pasto de las llamas en Madrid la Iglesia de los Carmelitas Descalzos en la Plaza de España, el colegio del Sagrado Corazón, el de Nuestra Señora de las Maravillas y su museo de ciencias, el colegio de María Auxiliadora y los conventos de las Mercedarias Descalzas y de las Bernardas de Vallecas. Además, otra docena de edificios se salvaron de las llamas o solamente fueron parcialmente destruidos gracias a la acción de los bomberos o de ciudadanos que lograron parar la acción de los izquierdistas.
La ciudad donde mayores daños causaron los ataques de los republicanos contra edificios religiosos fue Málaga. En la ciudad andaluza los ataques se habían producido desde el mismo momento en el que se proclamó la República: el 14 de abril se incendiaba la Residencia de los Jesuitas y el 15 el Seminario de la ciudad. El 11 de mayo volvieron a asaltar la residencia de los Jesuitas y la residencia del Obispo, que no llegó a ser destruida gracias a la actuación de la Guardia Civil que después fue retirada de las calles por orden del gobernador militar de Málaga, el general Gómez-Caminero, que dejó vía libre a los izquierdistas para que destruyeran durante 24 horas cuantos edificios religiosos quisieran. Así, en Málaga ardieron 42 iglesias y conventos, fueron asesinados seis religiosos, otros 27 resultaron heridos y más de 50 edificios próximos a los incendiados se vieron afectados por el fuego.
En Valencia ardieron seis edificios y fueron asaltados otros seis. En Sevilla, además del colegio de los Jesuitas de Villacís, fueron incendiados otras cinco iglesias y conventos y una docena recibieron ataques. En la provincia de Sevilla también se incendiaron templos en varias localidades como Lora del Río, Alcalá de Guadaíra o Carmona. En Granada se asaltaron dos diarios conservadores y católicos: Gaceta del Sur y El Noticiero Granadino y se incendiaron dos colegios, una iglesia y un convento. En Córdoba ardió el Convento de San Cayetano. En Cádiz y varios pueblos de su provincia fueron destruidos por las llamas 10 iglesias y conventos.
Ya fuera de Andalucía, en Murcia se quemó la Iglesia de la Purísima y los conventos de las Isabelas y las Verónicas, además de las oficinas del diario La Verdad de Murcia. Y en Alicante se incendiaron 15 centros religiosos.
Las reacciones desde los medios de la izquierda fueron más que llamativas. Todas ellas exculpaban a los pirómanos y asesinos –en toda España murieron cerca de 30 personas y más de 100 resultaron heridas de diversa consideración-, pero es especialmente significativo el editorial del diario El Socialista en el que se decía: “La reacción ha visto ya que el pueblo está dispuesto a no tolerar. Han ardido los conventos: esa es la respuesta de la demagogia popular a la demagogia derechista”.
Tras estos incidentes se produjo el ataque legal a los católicos. Se prohibió su actividad docente, lo que llevó a cerrarse miles de colegios en toda España, se expulsó a los Jesuitas y se incautaron sus bienes y se limitó la capacidad de practicar ritos de culto en público.
Durante la revolución de octubre de 1934 en Asturias se incendió la Universidad de Oviedo, parte de la Catedral y la Cámara Santa, el teatro Campoamor y diversos edificios religiosos en los municipios en los que los revolucionarios tuvieron el poder o cierta fuerza como en Gijón, La Felguera o Sama.
En el periodo de Gobierno del Frente Popular, ya en 1936 y antes del alzamiento militar del 18 de julio, los ánimos volvieron a crisparse y la deriva revolucionaria del nuevo Ejecutivo permitió que se retomasen los desmanes. Durante casi cuatro meses, el diputado José Calvo Sotelo empleó sus intervenciones parlamentarias para burlar la censura y hacer públicas las destrucciones de edificios religiosos, los ataques a personas y organismos, los asesinatos, secuestros, bombas y petardos que sumaron, según sus cuentas, 1.874 actos violentos en ese periodo.
Tras el asesinato de Calvo Sotelo, José María Gil Robles, líder de la CEDA, completó su trabajo y en la sesión especial en el Congreso de los Diputados del 14 de julio que trataba sobre la muerte del dirigente derechista hizo el último recuento antes de la Guerra Civil: “Desde el 16 de junio al 13 de julio, inclusive, se han cometido en España los siguientes actos de violencia, habiendo de tener en cuenta los señores que me escuchan que esta estadística no se refiere más que ha hechos plenamente comprobados y no a rumores que, por desgracia, van teniendo en días sucesivos una completa confirmación: Incendios de iglesias, 10; atropellos y expulsiones de párrocos, 9; robos y confiscaciones, 11; derribos de cruces, 5; muertos, 61; heridos de diferente gravedad, 224; atracos consumados, 17; asaltos e invasiones de fincas, 32; incautaciones y robos, 16; Centros asaltados o incendiados, 10; huelgas generales, 129; bombas, 74; petardos, 58; botellas de líquidos inflamables lanzadas contra personas o casas, 7; incendios, no comprendidos los de las iglesias”.
Ahora, desde las filas de lo que han dado en llamar la nueva izquierda vinculada a Podemos, vuelven las agresiones y ataques a la Iglesia: destrozos, pintadas, profanaciones,… y no se esconden a la vez que gritan: “Arderéis como en el 36”.