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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Los 60 mártires vicencianos, la memoria que no le gusta a la izquierda

40 misioneros paúles -24 sacerdotes y 16 hermanos-, dos hijas de la Caridad, 13 laicos y cinco sacerdotes de la Familia Vicenciana fueron fusilados durante la Guerra Civil.


En un momento en el que el PSOE busca sacar adelante una reforma de la sectaria ley de Memoria Histórica que suprime la libertad de expresión en esta materia al  oficializar sus puntos de vista como obligatorios, y prevé el secuestro de libros, la cárcel y la pérdida de la condición docente para los profesores que la incumplan, y cuantiosas multas, inhabilitaciones e ilegalizaciones es preciso recordar a otros mártires de una contienda en la que hubo hechos heroicos y deleznables en ambos bandos.
Es el caso de los 60 mártires de la Familia Vicenciana, beatificados por la Iglesia Católica beatificó el pasado mes de noviembre. 40 misioneros paúles -24 sacerdotes y 16 hermanos-, dos hijas de la Caridad, 13 laicos y cinco sacerdotes fueron fusilados por su fe católica durante la Guerra Civil -la mayoría, en Madrid entre los meses de julio y diciembre de 1936, aunque con otros perecieron en ciudades como Barcelona, Figueras, Valencia, Jumilla o Cartagena-.
Los primeros mártires de la archidiócesis de Madrid y de la Familia Vicenciana en la persecución de 1936 fueron Vicente Cecilia Gallardo, novicio paúl de 21 años, y Manuel Trachiner Montañana, también de 21. Ambos fueron asesinados en el Ateneo Libertario de Ventas tras ser identificados como religiosos por la sotana y el crucifijo que llevaban en una maleta. Cecilia pudo huir antes con su familia ante el ambiente de persecución, pero aseguró que «había hecho el propósito de ser religioso y que a vida o muerte se quedaba».
Cristóbal Gónzalez Carcedo, portero y sacristán de 23 años, decidió afrontar el martirio y no huir junto a su familia. Fue fusilado el 23 de octubre del 36 en Vallecas al lado de Cesáreo Elexgaray de Otazua, cocinero de la comunidad de Atocha de 32 años, y otros eclasiásticos.
Eleuterio Castillo Gómez, sacerdote y capellán de las religiosas Trinitarias de 33 años, que fue apresado en la cárcel Modelo de Madrid y después llevado a la checa de las Milicias del POUM en el monasterio de las Salesas, junto al cuartel de la Guardia Civil. Fue el fusilamiento el 3 de octubre.
Victoriano Reguero Velasco, profesor de latín y literatura en el seminario de 34 años, fue detenido y conducido a la Dirección General de Seguridad y dos días después a la cárcel de Modelo. En la celda 454 junto a tres dominicos y cuatro compañeros páules se preparó para el martirio. Lo sufrió en la «saca» del 7 de noviembre en Paracuellos del Jarama.
Miguel Aguado Camarillo, padre de familia de la Asociación Caballeros de la Milagrosa de 33 años, denunciado por los vecinos por católico, José García Pérez, novicio de la Congregación de la Misión de 21 años, que pasó por el Comité de Hortaleza, la cárcel Modelo y la de San Antón; y Joaquín Zubillaga Echarri, hermano de la Casa Central de Madrid de 37 años, fueron fusilados en las «sacas» del 27, del 28 y del 30 de noviembre también en Paracuellos. La esposa del primero fue ejemplo de perdón cristiano y fortaleza al hacer rezar a sus hijos todos los días por su padre y por el alma del asesino.
Es preciso señalar que la mayor matanza de la Guerra Civil fue precisamente la de Paracuellos del Jarama, cerca de Madrid, en noviembre de 1936, perpetrada por milicianos del Frente Popular al más puro estilo soviético. Oficialmente se decía que eran enviados a Valencia, pero en realidad se les hacía bajar de los vehículos en las cercanías del pueblo y allí eran fusilados en masa. Los ejecutores fueron fundamentalmente los piquetes dispuestos por las milicias del Partido Socialista, el Partido Comunista y el sindicato UGT. El Consejero de Interior de la Junta de Madrid, el joven comunista Santiago Carrillo, fue el principal responsable político de la operación.
Entre el 7 de noviembre y el 4 de diciembre de 1936, más de 2.500 personas fueron asesinadas por este procedimiento en Paracuellos. Las matanzas no cesaron hasta que el anarquista Melchor Rodríguez se hizo cargo de las prisiones de Madrid.
Además, fue fusilado en Barcelona el 30 de noviembre de 1936 Vicente Queralt, de 42 años, denunciado y capturado por ser sacerdote. Al día siguiente de su asesinato, el hijo de la señora que lo había acogido, que era policía, fue a preguntar por él intentando liberarlo. A su pregunta el jefe de la patrulla le contestó «no te preocupes, ya está en el cielo. Yo mismo le di paseo. Yo le fusilé». Fue enterrado en la fosa común del cementerio del Sudoeste. También la religiosa Sor Dorinda Sotelo Rodríguez, de 21 años y conocida por servir a los enfermos de tuberculosis y martirizada el 24 de octubre de 1936 en la subida del Tibidabo, junto a Sor Toribia Marticorena, de 54 años.
En Cartagena, mataron a los seglares Francisco García Balanza, de 35 años, Modesto Allepuz Vera, de 30 años, y Enrique Pedro Gonzálbez Andreu, de 26, el 25 de agosto y el 22 de septiembre del 36, respectivamente, y en Silla (Valencia), el Frente Popular acabó con la vida de Rafael Lluch Garín, de 19 años y ayudante en la farmacia de una familia profundamente cristiana. Al anochecer del 12 de octubre de 1936 dos milicianos y una chica inspeccionaron la farmacia y comenzaron a blasfemar contra la Virgen queriendo arrancar el cuadro que estaba en el laboratorio. Él les pidió que no lo tocaran y ante esta actitud la miliciana dijo: ¿A este guapo lo vais a dejar aquí…? Le retuvieron tres días en el cuartel de la guardia civil de Sollana y le fusilaron el día 15.

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