«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

Ludopatía: un día de terapia

Santi y Antonio son ludópatas y cada día acuden a rehabilitación. Ya no juegan pero siguen fieles a la terapia de grupo en la que participan junto a otras personas con problemas de adicción entre las que se establece una fuerte comunicación emocional que les ayuda a salir del agujero.

La terapia forma parte del tratamiento que la Fundación Hay Salida, una organización sin ánimo de lucro, ofrece a personas con pocos recursos que han intentado dejar sus adicciones por otros medios y no lo han conseguido.

En estos momentos ofrece terapia a diario a 35 personas, pero hay otras 20 que llevan más de cinco años y siguen acudiendo de vez en cuando aunque están recuperadas.

Éstas sirven de ejemplo. «Lo que transmita una persona que lleve más tiempo es importantísimo. Da igual que lleve cinco años o uno pero le está trasladando al que lleva una semana que se puede salir y que se puede vivir bien sin juego», señala a Efe el director de la fundación, Antón Durán.

El grupo lo integran entre doce y trece personas que cada día durante más de dos horas intercambian sus vivencias cotidianas y expresan sus emociones, pero también sus miedos o su frustración cuando han estado a punto de recaer.

Para todos la terapia es prioritaria. «No llego tarde nunca, aunque estoy fastidiado de la espalda y pendiente de una operación. De hecho, ahora tendría que estar en reposo», asegura Antonio, que tarda casi dos horas en llegar a la sesión.

Siempre se sigue el mismo patrón: los pacientes se sientan en círculo y comienza interviniendo el terapeuta para preguntar quién va a hablar ese día; el que quiere levanta la mano y cuenta cómo se siente. No todos hablan en todas las sesiones.

«Trabajamos con las cosas que les pasan a diario, como ‘me he enfadado con mi madre’ o ‘he tenido ganas de jugar’, y luego los que quieren responder levantan la mano y se dirigen a él para animarle, pero también para regañarle, meterle caña», explica Durán.

El terapeuta puede intervenir entre medías y al final hace un resumen de la sesión, que muchas veces aprovecha para indicarle alguna pauta al paciente.

«El grupo va generando una cosa que se llama la regulación de las emociones que crea un clima mucho más potente que en la terapia individual porque el paciente se identifica, ve que tiene un problema que también tienen los demás», precisa Durán.

La terapia forma parte de un tratamiento en el que la persona con adicción tiene que seguir, además, una rutina diaria.

Antonio, que tiene 59 años y ha jugado «toda la vida», trata de «cumplir al máximo» esas pautas, aunque las adapta a su dolencia de espalda. «El paseo de una hora no puedo hacerlo, lo doy de 20 minutos», cuenta a los demás miembros del grupo.

En ese punto interviene el terapeuta para agradecerle su esfuerzo y le hace hincapié en la importancia que tiene en la recuperación. «Eso es lo que al final te gratifica», le dice.

Este exjugador aprovecha la sesión para hacer partícipes a sus compañeros de lo bien que se siente y de los progresos que está haciendo con su familia. «He notado cambios en mi vida con mis tres hijas y mi ex».

La relación familiar tiene mucha importancia para él. Se entristece al recordar que perdió «el sentido» el día que nació su hijo con problemas. «Dejé a mi mujer en el hospital y pasé toda la noche jugado».

Ahora «la cosa va avanzando» con su ya exmujer, de la que reconoce estar «muy enamorado». Ella participa en las terapias familiares y «sale encantada».

Tacho levanta la mano para expresarle su alegría por lo que ha contado pero le advierte de «la falsa seguridad que nos da el bienestar». «Esto es un sube y baja», le recuerda.

Santi tiene 37 años y llegó a la fundación hace tres, los mismos que lleva sin consumir drogas, un periodo durante el cual empezó «a tocar el juego», a veces de forma «compulsiva» y psicológicamente se vino «abajo». Al final acabó teniendo adicción al juego.

Lleva nueve días trabajando y cuando comenta que está «un poco saturado», algunos miembros del grupo rememoran que hace unos días tuvo que abandonar la terapia para resolver por teléfono un problema relacionado con su empleo.

Uno de sus compañeros toma la palabra para decirle que tiene que priorizar la terapia. «Aprende a medir cuando te surja algo en el trabajo», le dice.

Al iniciar el tratamiento se aconseja a los pacientes coger una baja médica o se intenta que la familia les ayude para que puedan dejar el trabajo, al que se pueden reincorporar tras 10 o 12 meses de abstinencia.

«Lo ideal sería que los tres primeros meses estuvieran ingresados pero no tenemos dinero para eso», lamenta Durán.

Además del problema laboral, Santi cuenta que se siente agobiado por su familia, especialmente por su madre. «No entiende que tengo que tener mi espacio. Tenemos que ir todos a todos sitios».

Paquito dice sentirse identificado en la relación con sus padres y le da un consejo: «Tienes que marcar tus límites para que ellos cambien».

El tratamiento no solo sirve para dejar de consumir sino para aprender a vivir sin el comportamiento patológico. «Esa es la idea, que al final tengas una buena emocionalidad contigo mismo y con los demás», señala el director de la fundación.

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