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elecciones legislativas

Polonia elige entre el exitoso modelo de Morawiecki y el cambio ‘proeuropeo’ de Tusk

Mateusz Morawiecki y Donald Tusk

Este domingo Polonia tiene una cita con las urnas. Veinte millones de votantes deberán decidir la nueva composición del Sejm y del Senado, y quién llevará las riendas del país durante los próximos cuatro años.

Hasta siete candidaturas compiten por liderar el próximo Gobierno, aunque sólo dos de ellas se disputan la primera posición: el gobernante Ley y Justicia (PiS), que opta a un tercer mandato sin precedentes, y la Coalición Cívica liderada por ex primer ministro y presidente del Consejo Europeo Donald Tusk, convertido en el campeón favorito de las instituciones europeas. En un segundo grupo, con entre el 9 y el 10% de las intenciones de voto, La Izquierda (Lewica), Tercera Vía y Confederación Libertad e Independencia continúan sumando semanas de intensos duelos.

De acuerdo con los sondeos, ni el PiS ni la Coalición Cívica lograrían hoy formar un Gobierno en solitario. La Izquierda y la Tercera Vía parecen preparados para apoyar el movimiento liderado por Tusk, pero está por verse si Confederación haría lo mismo con el PiS. A pesar de cierta proximidad ideológica, Confederación aboga por recortes en el gasto social, algo que choca con las políticas desarrolladas por el Gobierno en los últimos años, que ha tratado de reforzar el Estado del bienestar.

En la práctica, a grandes rasgos la elección de los ciudadanos se ha visto limitada a dos posibilidades: o bien revalidar al actual Gobierno de Mateusz Morawiecki o bien decantarse por la candidatura de la oposición de Tusk, una amalgama atrapalotodo conformada por partidos de diversos trasfondos políticos. Al igual que ocurrió en Hungría en abril del pasado año, el único nexo de la oposición es su rechazo frontal a las políticas del Gobierno nacional.

En Hungría, Fidesz se enfrentó a una candidatura de oposición única formada por hasta diez formaciones que incluía desde el Partido Socialista Húngaro hasta el radical Jobbik. La victoria de Viktor Orbán fue, por tanto, todavía mayor que la que pretende obtener el gobernante PiS. En unos comicios que se anunciaban muy reñidos en las encuestas, la formación de Orbán obtuvo un respaldo histórico: el 54% del voto nacional, más de cuatro puntos más que la cifra alcanzada en 2018. Como el propio primer ministro aseguró, la masiva victoria de Fidesz «se puede ver desde la luna y, ciertamente, se puede ver desde Bruselas».

No es, por tanto, un imposible. Pero en Polonia, el dominio del PiS no es el de Fidesz en Hungría. Las últimas encuestas otorgan al principal partido del Gobierno un 36% de intención de voto, una cifra alejada de las que el Ejecutivo de Morawiecki disfrutaba en 2019 y 2020, cuando el respaldo electoral al partido se situaba entre el 40 y el 45%. La coalición liderada por Tusk, por su parte, obtendría el 30% de los votos.

Los polacos deberán decidir entre dos modelos de país. También elegirán entre dos hombres cuyas vidas e historias han discurrido paralelas: Donald Tusk, primer ministro entre 2007 y 2014 y presidente del Consejo Europeo hasta 2017, y Jarosław Kaczyński, primer ministro entre 2006 y 2007. Ambos surgieron de Solidaridad, movimiento que hizo frente y derrocó al régimen comunista en Polonia, pero sus caminos pronto tomaron derivas diferentes. Convertido en burócrata, Tusk marchó a Bruselas y terminó liderando el Partido Popular Europeo (PPE), mientras que Kaczyński permaneció en Polonia entre los bastidores del PiS.

Estos comicios se anuncian más complejos que los anteriores, no sólo por ser un cruce de caminos a nivel nacional, sino por la relevancia que Polonia ha tomado en Europa y en el mundo como uno de los pilares más sólidos del movimiento patriótico europeo. Junto con Hungría, el PiS ha colocado a Polonia a la vanguardia del nacionalismo occidental de base cristiana, una opción política denostada por las élites y los burócratas por suponer un claro «no» a la uniformización ideológica propagada por la Agenda 2030. La cita electoral se ha convertido en un duelo entre los dos modelos que, en el mundo occidental, se disputan el poder. Pero existe la posibilidad de que este sábado ninguna de las dos opciones obtenga apoyos suficientes para formar Gobierno y que el país se vea abocado a unas nuevas elecciones en 2024.

El actual gobierno liderado por Mateusz Morawiecki ha dirigido la nación durante algunos de los años más difíciles para Europa. Su Ejecutivo no sólo tuvo que hacer frente a la pandemia mundial del COVID-19 y las consiguientes crisis sanitaria y económica, sino también a la guerra híbrida que Bielorrusia desplegó en su frontera y a la amenaza rusa tras la invasión de Ucrania.

Tras experimentar una drástica bajada del Producto Interior Bruto en 2020 (-2,0%), consecuencia de la pandemia del COVID-19, la economía polaca se recuperó rápidamente y en 2021 su crecimiento se situó por encima de la media europea (6,9%). Aunque Polonia observó un crecimiento económico continuado durante los dos años siguientes a la pandemia (5,3% en 2022), el crecimiento de la economía polaca se estancó en el primer trimestre de 2023 y ha decrecido durante el segundo.

Aun así, el PIB per cápita ha visto grandes incrementos en estos años, de hasta el 10 y el 15%, y las subidas de los años anteriores llevaron al crecimiento del salario medio a más del 22% respecto al de 2017. El Gobierno del PiS ha optado por orientar el crecimiento económico hacia la mejora del Estado del bienestar, aumentando el gasto social en los últimos años.

Desde su ascenso al gobierno en 2015, el Ejecutivo de Morawiecki se ha visto obligado a responder a una serie de desafíos formulados desde la Unión Europea. El enfrentamiento entre las instituciones europeas y el Gobierno de Polonia ha pasado factura al PiS desde que se inició en 2017. Tras obtener el 43% del voto en las elecciones de 2019, Morawiecki ha mantenido un pulso con una Comisión y un Parlamento Europeo crecidos. Y es que, en los últimos tiempos, Polonia ha enfrentado sucesivas campañas desde Bruselas de todo tipo: judiciales, mediáticas, políticas y económicas. La injerencia de las instituciones de la Unión ha sido una constante durante los últimos cuatro años de gobierno.

Tras el verano de 2020, el apoyo popular al PiS se vio disminuido tras el recrudecimiento de una campaña internacional tras la sentencia del Tribunal Constitucional que consagraba el derecho a la vida. La decisión de los magistrados, quienes consideraron que el aborto era contrario a la Constitución, no sentó bien en Bruselas, que rápidamente puso en marcha la maquinaria. La intención de voto del PiS pasó en unos pocos meses del 40% a un mínimo del 33% tras una brutal campaña en la que se cuestionó la integridad de los jueces, la independencia del poder judicial y el Estado de derecho de Polonia. La etiqueta de «democracia iliberal» ha sido empleada innumerables veces en el caso de Polonia, a pesar de que los indicadores democráticos otorguen a su sistema la misma credibilidad que a los de naciones como Estados Unidos, Japón, Italia o los países bálticos.

Un año después del fallo del Tribunal, la sesión plenaria del Parlamento Europeo todavía arremetía contra «el ilegítimo Constitucional polaco» y declaraba que «ni una mujer más debe morir por la restrictiva ley del aborto». Para el pleno, «la sentencia es un ejemplo más de la politización del poder judicial y el colapso del Estado de derecho en Polonia». De nuevo, Bruselas elige bien las aguas en las que rema: Hungría y Polonia sí, España o Francia, no.

En octubre de 2021 la tensión entre la Unión y Polonia llegó a su punto álgido. El Tribunal Constitucional consideró «incompatibles» con su Carta Magna ciertos aspectos del Tratado de Adhesión a la UE y declaró la preeminencia del Derecho nacional sobre el comunitario, algo que el Parlamento Europeo consideró intolerable. El pleno volvió a desplegar su animadversión por la independencia polaca, llegando a cuestionar no sólo a un Gobierno democráticamente elegido, sino a la propia existencia de Polonia como nación soberana, y exigió a la Comisión la aplicación del mecanismo de condicionalidad para privar al Gobierno polaco de los fondos comunitarios para la recuperación de la crisis provocada por el COVID-19.

Tras la invasión rusa de Ucrania, Polonia optó por dejar a un lado estas cuestiones y apoyó decididamente al Gobierno de Zelenski, a la «solidaridad europea» y a la Alianza Atlántica. Como uno de los mayores países de Europa del Este y frontera exterior de la UE y la OTAN, Polonia supo estar una vez más a la altura y aplicó a rajatabla la solidaridad con los ucranianos: es, de hecho, la nación europea que mayor número de refugiados ha acogido, más de 1.600.000.

La Unión Europea, sin embargo, no mantuvo esa reciprocidad cuando las fronteras polacas fueron presionadas por Bielorrusia en la guerra híbrida desarrollada por Lukashenko. De nuevo, en lugar de apoyar con firmeza a un Gobierno europeo democráticamente elegido, la Unión Europea dudó en ponerse del lado de Polonia, que tuvo que enfrentar sola peligros que afectaban a todo el continente. La ocasión fue, de hecho, instrumentalizada por representantes y medios de comunicación para volver a poner en duda el estado de Derecho de Polonia mientras los 15.000 soldados, policías y guardias fronterizos desplegados por el Gobierno hacían frente a los más de 40.000 intentos de cruzar la frontera ilegalmente.

Consciente de la creciente amenaza rusa, el Gobierno de Polonia ha optado en los últimos meses por reconfigurar sus fuerzas doblando el número de efectivos de su Ejército y aumentar la calidad de su arsenal, decisiones que han obtenido amplio respaldo popular. Como en otras ocasiones, el Gobierno de Morawiecki ha dejado claro que no hay lugar a la duda a la hora de defender Polonia, algo que se ve reflejado en otros órdenes. Recientemente, las relaciones con Ucrania se han visto afectadas por la prohibición unilateral del grano ucraniano, una decisión justificada por la necesidad de asegurar los mercados nacionales y «proteger al agricultor polaco» frente a una inundación de productos agrícolas extracomunitarios.

Nadie oculta que Donald Tusk, presidente del Consejo Europeo entre 2014 y 2019, es el favorito de las instituciones europeas. Como líder de una coalición conformada por partidos que se sitúan entre el espectro de la izquierda y el centro derecha, resulta complicado imaginar cómo funcionaría en la práctica un Gobierno apoyado por ideologías tan incompatibles. Sin embargo, el pasado preconiza que, con Tusk al frente, las relaciones entre Polonia y la Unión Europea serían sin duda más fáciles que las actuales.

Morawiecki ya ha demostrado en numerosas ocasiones que no le tiembla el pulso a la hora de defender los intereses de los polacos y que no está dispuesto a hacer concesiones a costa de su país. Junto a Hungría, Polonia se ha convertido en los últimos años en el único resorte que impide que la agenda de Bruselas avance sin oposición por toda Europa. Su tamaño, su posición geoestratégica y su significado histórico permiten mantener una línea frente a Bruselas que resulta complicada para naciones más pequeñas. La firme defensa de Ucrania, de la Alianza Atlántica y del carácter y los valores de Europa, por otra parte, dificulta la demonización —aunque no la impide— de la Polonia que sueña el PiS.

Más allá de las grandes ciudades, sus políticas sociales han sido ampliamente apoyadas por la población. De hecho, son en gran parte las zonas rurales las que motivaron el cambio político en Polonia en 2015, tras experimentar los efectos de las políticas «urbanitas» que la Coalición Cívica desplegó desde 2007.

En aquellas áreas donde la despoblación se hace más visible, los programas del PiS de prestaciones por hijos nacidos han surtido efecto. La congelación de la edad de jubilación, la negativa al mecanismo de reubicación de inmigrantes ilegales, la fortificación de la frontera este y la defensa de las empresas nacionales y la prohibición expresa de venta de entidades estatales a manos extranjeras son medidas que el gran público también ha celebrado. También la denuncia de las injerencias de Alemania en la campaña electoral y, en general, en la vida de Polonia: el 50% de los medios de comunicación polacos están, de hecho, en manos de capital alemán. Son cuatro cuestiones sobre las que los polacos también podrán pronunciarse el próximo sábado en el referéndum que tendrá lugar junto a las elecciones.

El modelo de Mateusz Morawiecki para Polonia está claro, pues el partido lleva desarrollándolo dos legislaturas: crecimiento económico sostenido, aumento de la calidad de vida, reivindicación de la familia y los valores cristianos tradicionales, defensa de la soberanía nacional y la preminencia del Derecho nacional sobre el comunitario, fortalecimiento de las Fuerzas Armadas o mejora del Estado del bienestar son algunos de sus pilares. Cómo las propuestas de la coalición atrapalotodo de Tusk de socialdemócratas, agraristas, verdes, conservadores y liberales podrían materializarse, por otra parte, sigue siendo una incógnita.

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