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«ES UNA SITUACIÓN DE AHORA O NUNCA»

Japón abrirá una agencia estatal dedicada a la infancia para hacer frente a la catástrofe demográfica

El primer ministro de Japón, Fumio Kishida. Europa Press

La maldición del periodista es que nunca puede informar de lo realmente importante más que a toro pasado, porque lo importante rara vez es inmediato. En el mundo entero, y muy especialmente en el mundo desarrollado, nos asomamos ya a un abismo poblacional que promete traer enormes problemas en un futuro no lejano, un futuro que, de hecho, ya empieza a afectar a los países que antes entraron en la crisis de la natalidad, como es el caso de Japón.

Japón se muere, de viejo. No lo digo yo; ni siquiera lo dicen sólo los números. Acaba de decirlo, alarmado, el primer ministro del país, Fumio Kishida: «Japón está al borde de no poder seguir funcionando como sociedad». Es, asegura Kishida, una situación de «ahora o nunca».

Es el momento de «centrar toda la atención en una política de fomento de la natalidad», algo que no puede «esperar ni posponerse», añade, tras admitir que Japón se encuentra en una posición crítica como sociedad debido a la caída en picado de la natalidad.

Japón, con 125 millones de habitantes, tuvo solo 800.000 nacimientos en 2022, cuando en la década de los setenta nacían cada año más dos millones.

Y no es que el de Japón sea en absoluto un caso único. Está todo el primer mundo igual, empezando por sus propios vecinos asiáticos, pero con varias diferencias importantes. En primer lugar, Japón empezó antes el descenso hacia el invierno demográfico. En segundo lugar, la esperanza de vida en Japón ha aumentado espectacularmente con su desarrollo económico, y eso significa un número enorme de jubilados que tiene que alimentar una población activa en continua mengua. Después del diminuto y estadísticamente insignificante Mónaco, Japón es el país con una mayor proporción de mayores de 65 años, según datos del Banco Mundial.

Kishida quiere conseguir con el tiempo duplicar el gasto público dedicado a la infancia, estableciendo en abril una agencia estatal dedicada exclusivamente a tal efecto. Tampoco es el primer político japonés en alertar de este suicidio social a cámara lenta, ni el primero en aprobar medidas para paliarlos, siempre con un resultado decepcionante.

No hay incentivos reales para formar una familia y tener hijos. Por grandes que sean los incentivos económicos –y, evidentemente, tienen un límite– es difícil que superen los costes de criar hijos, por no hablar de los sacrificios no tan fácilmente cuantificables. Si no hay otras razones de mayor peso para tener hijos, un poco de calderilla oficial no va a cambiar sustancialmente el panorama.

Como primer síntoma de la enfermedad, el salario real lleva sin crecer desde hace treinta años, lo que ha dado tiempo a vecinos como Corea del Sur y Taiwán a superar a Japón en este sentido.

En nuestro entorno, conocemos la respuesta estándar de nuestros gobernantes: no os molestéis en tener hijos, que ya traeremos mano de obra de África para pagaros las pensiones. Pero en Japón no quieren ni oír hablar de esta salida, menos aún viendo los problemas de fractura social y conflicto permanente que genera en las sociedades que sí están recurriendo a esta forma de reemplazo poblacional.

Ni siquiera lo pavoroso del panorama ha hecho cambiar la opinión nipona en este aspecto, y aún hoy solo un 3% de la población japonesa ha nacido en el extranjero frente a, por ejemplo, el 15% de la población británica.

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