«Ser es defenderse», RAMIRO DE MAEZTU
la propiedad por antonomasia es la propiedad inmueble

Los seƱores de la tierra: desamortizaciones de ayer y de hoy

Unsplash

Spengler decía que la propiedad por antonomasia, la mÔxima expresión de la propiedad como elemento de civilización, es la propiedad inmueble, la que no se mueve: la tierra. Por eso en todo proceso de expropiación de tierras hay siempre algo que va mÔs allÔ de lo económico y entra en el Ômbito de lo moral y lo cultural.

JP Morgan es el primer banco de los Estados Unidos. No es poca cosa. Su director ejecutivo se llama Jamie Dimon. Hace pocas semanas, en su epístola anual a los accionistas, Dimon constataba que el despliegue de energías «limpias» estÔ siendo muy lento, lo cual harÔ cada vez mÔs grave el problema del «cambio climÔtico». En consecuencia, Dimon proponía medidas de ancho aliento: que los Estados se apoderen de las tierras (de los ciudadanos) para entregÔrselas a las empresas del sector de las renovables. En suma, una nueva desamortización. Como las de España en el siglo XIX. En nombre de la redención de la humanidad, como siempre. Y para beneficiar, como siempre, a los privilegiados.

La circulación de las elites

Hablemos de las desamortizaciones. Todos hemos aprendido en el colegio —cuando estas cosas se enseƱaban en los colegios— que las desamortizaciones del siglo XIX fueron una gran hazaƱa polĆ­tica de la EspaƱa liberal. MendizĆ”bal, Madoz, etc. Todos lo recordamos. Arrancar tierras infrautilizadas a las Ā«manos muertasĀ» de la Iglesia, las órdenes militares y los grandes terratenientes y convertirlas en productivas. ĀæHabĆ­a algo mĆ”s loable? Sin embargo, la realidad de las desamortizaciones no tiene nada que ver con esa imagen ideal. Para empezar, los grandes procesos desamortizadores comenzaron mucho antes, con Carlos III, primero, y Godoy despuĆ©s, como instrumento para enjugar una deuda pĆŗblica que se iba haciendo insoportable. Y sobre todo, las grandes desamortizaciones liberales no sirvieron para hacer Ā«vivasĀ» aquellas tierras, sino que su finalidad real fue otra: desmontar las Ćŗltimas pervivencias de la estructura económica de antiguo rĆ©gimen (en particular, el poder económico de la Iglesia) y asentar a una nueva elite polĆ­tica. Fue un proceso clĆ”sico de ā€œcirculación de elitesā€, por utilizar la fórmula de Pareto: los poderosos de antaƱo son sustituidos por una nueva casta que se apodera de los resortes materiales de la hegemonĆ­a. En la Europa del XIX, esos resortes eran sobre todo dos: la actividad financiera y la tierra. Hoy, a juzgar por las palabras de Dimon, el paisaje no es muy distinto.

Hubo dos grandes procesos desamortizadores: el de MendizĆ”bal entre 1836 y 1837 y el de Pascual Madoz entre 1854 y 1856. El primero afectó a las propiedades del clero regular, es decir, las tierras vinculadas a los monasterios de órdenes monacales y órdenes militares (Santiago, Calatrava, etc.). El segundo fue mucho mĆ”s amplio y puso en venta todas las propiedades del Estado, de los Ayuntamientos, del clero secular, de cofradĆ­as y obras pĆ­as, terrenos comunales, etc. El procedimiento fue siempre el mismo: expropiación forzosa (nada de indemnizaciones) y subasta. Para hacernos una idea del alcance de la medida, seƱalemos que hasta 1867 se habĆ­an Ā«desamortizadoĀ» 198.523 fincas rĆŗsticas y 27.442 urbanas. El dinero obtenido se empleó esencialmente para pagar la deuda pĆŗblica, que era descomunal: se calcula que EspaƱa habĆ­a terminado la Guerra de la Independencia con una deuda del 2.000 por cien. ĀæY las tierras? Teóricamente, deberĆ­an haber ido a parar a quienes pudieran hacerlas rentables, pero no fue asĆ­. Las ventas se tramitaron a travĆ©s de comisiones municipales. Ɖstas agruparon las tierras en grandes lotes cuyo coste resultaba inasequible para los campesinos, incluso para los propietarios rurales tradicionales. Sólo pudieron comprarlas los ricos: la nueva burguesĆ­a urbana, los financieros o los grandes propietarios. Y aĆŗn peor, porque muchas de esas tierras, en realidad, no estaban Ā«muertasĀ», sino que eran utilizadas por los campesinos como un recurso elemental de subsistencia. Toda esa gente, que antes malvivĆ­a, pero sobrevivĆ­a, ahora se quedaba sin nada con lo que vivir.  

MendizƔbal, un caso ejemplar

ĀæQuiĆ©n compró las tierras? La nueva elite del paĆ­s. Sobre todo, los grandes nombres de los gobiernos liberales y sus aliados polĆ­ticos y económicos. Hay que entender que esta Ā«circulación de elitesĀ» de la EspaƱa del XIX no sólo fue una sustitución polĆ­tica, sino tambiĆ©n económica. Un caso ejemplar es el de MendizĆ”bal. Gaditano nacido en 1790, hijo de comerciantes de ascendencia judĆ­a, en realidad se llamaba MĆ©ndez, pero se vasconizó el apellido para aparentar Ā«limpieza de sangreĀ». Durante la guerra contra los franceses se habĆ­a dedicado al avituallamiento del ejĆ©rcito, y sobre esa base construyó despuĆ©s una notable fortuna. En 1819 lo encontraremos en CĆ”diz, como miembro del Ā«Taller SublimeĀ» de la masonerĆ­a local, preparando el golpe de Riego. DespuĆ©s, en vez de entrar en polĆ­tica, siguió dedicĆ”ndose a los negocios, siempre en relación con Inglaterra y alrededor de los suministros al ejĆ©rcito. Exiliado tras el retorno del absolutismo en 1823, se afincó en Londres y desde allĆ­ fabricó una red financiera que enlazaba a Inglaterra y Francia con el liberalismo espaƱol. En 1831 utilizarĆ” esos contactos para financiar a la facción liberal en la guerra civil portuguesa. Tras la victoria, se convirtió en el agente principal del dinero inglĆ©s en Portugal. Volvió a Londres y desde allĆ­ vivió la muerte de Fernando VII y la sublevación carlista. Entonces lo tuvo claro: ofrecerĆ­a al gobierno espaƱol dinero inglĆ©s y francĆ©s para afrontar la guerra. AsĆ­ llegó al Ministerio de Hacienda, primero, y a la cabeza del Gobierno despuĆ©s. Para hacerse con la jefatura del Gobierno tuvo que desplazar al conde de Toreno, JosĆ© MarĆ­a Queipo de Llano, uno de los grandes nombres del liberalismo espaƱol, autor de una monumental Historia del levantamiento, guerra y revolución de EspaƱa. Por cierto que, al salir, Toreno se metió en el bolsillo cinco millones de reales —una fortuna— como comisión por entregar a la banca francesa Rothschild los contratos de las minas de mercurio de AlmadĆ©n.

MendizĆ”bal fue uno de los que compraron tierras. Toreno tambiĆ©n. Y Madoz. Y el segundo esposo de la reina regente MarĆ­a Cristina, el duque de Riansares. Y los financieros del ala progresista, como Sevillano y Remisa. Y el duque de FrĆ­as, muy vinculado al capital francĆ©s. Y Ramón de SantillĆ”n, primer gobernador del Banco de EspaƱa. Por supuesto, tambiĆ©n el marquĆ©s de Salamanca. Los generales Serrano y Prim compraron tierras, y el marquĆ©s de Gaviria, que era uno de los hombres de la banca Rothschild en EspaƱa, y lo mismo hicieron los O’Shea, enriquecidos con la explotación de las minas de PeƱarroya. Hay que citar igualmente al sustituto de Madoz en el ministerio de Hacienda, Juan Bruil, financiero de cĆ”mara de Espartero. Con frecuencia, esta nueva elite del poder se apresuró a emparentar con la nobleza. Es el caso de Ignacio Figueroa, padre del conde de Romanones, cuya fortuna familiar pivotaba sobre las minas de AndalucĆ­a y de Murcia. Huelga decir que ninguno de ellos entregó las tierras a los campesinos y que, desde el punto de vista de la productividad agropecuaria, la situación no cambió.

¿Qué fue de aquellas tierras? En general, acabaron mucho mÔs muertas que antes. A veces en sentido literal, como ocurrió con los robledales de Ciudad Real, masivamente talados para convertirlos en combustible. El proceso trajo consigo la primera gran crisis ecológica documentada en España. En cuanto a los campesinos privados de sus medios de subsistencia, especialmente en las grandes extensiones del sur, pronto se convertirÔn en involuntarios protagonistas de un dramÔtico problema social: el de los jornaleros. Después de escuchar a Dimon, es imposible no evocar este episodio de la historia nacional.

Pocas semanas despuĆ©s de la epĆ­stola de Dimon a los Morganitas, el Gobierno de Holanda anunciaba su intención de comprar masivamente las tierras de los agricultores y los ganaderos para dedicarlas a… las nuevas energĆ­as. A lo mejor todo es coincidencia, pero huele a otra cosa: huele a una nueva operación de poder.

Por muy digital, abstracto y financiero que se haya hecho nuestro mundo, el axioma de Spengler sigue siendo verdad: la propiedad por antonomasia es la propiedad inmueble. Por eso los señores del dinero quieren ser también señores de la tierra. Lo cual da un color muy singular a ese mandamiento predicado desde los púlpitos de Davos que reza «no tendrÔs nada y serÔs feliz».

TEMAS |
+ en
.
Fondo newsletter