«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
La Gaceta de la Iberosfera
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No pensaba encontrarme un póster del Cristo de la Buena Muerte en el Líbano

Un día con La Legión en la frontera de Oriente Medio: lo de estar a la altura va en su credo

En 2006, España puso su primer pie en el sur del Líbano. Aquel año, el Ministerio de Defensa acordó con las Naciones Unidas el soport e militar del Ejército español a la misión que la ONU lleva décadas desarrollando en una de las regiones más hostiles del mundo. Ese año, como decía, llegó la Legión en representación de España a la zona de Marjayoun. Y en este «prado de primaveras» —que eso significa— se inauguró, en noviembre de 2006, la Base Miguel de Cervantes.

La labor de las Naciones Unidas en el Líbano nos daría hoy mucho que hablar. Unos y otros quieren cerca a las tropas de la ONU porque su presencia supone en la actualidad el mayor motor económico del sur del país. Por debajo de Sidón y Tiro, que ese es su orden, el organismo internacional opera con el objetivo de mantener la paz. Entre tanto, la Legión española, junto con el resto de contingentes internacionales, ayuda a las poblaciones locales como buenamente puede. La semana pasada, mediante la donación de alimentos a un municipio sin recursos. Hace algunos meses, con la construcción de un pozo de agua  o con la instalación de paneles solares. «La ONU va a estar siempre aquí porque al Líbano le interesa. El día que haya paz se lanzarán cohetes a sí mismos para que nos quedemos», me reconocen.

Ahora es el turno de la Legión, porque desde el año que se inauguró la base no han dejado de llegar tropas españolas, al servicio de las Naciones Unidas. Ésta es la tercera vez que viene la Legión de Ronda al Líbano, representada por su X Bandera Millán-Astray, del 4º Tercio. Estos legionarios forman el llamado Spanbatt. A uno parece que le cuesta imaginarse a un legionario andaluz negociando con alcaldes de Hezbollah, pero aquí llevan ya cinco meses, logrando además conciliar posturas con los distintos actores políticos de la zona. «A nosotros nos va la marcha», me confiesan.

Apenas han pasado cuatro días desde que algunas milicias terroristas, instaladas al sur del país, bombardearan posiciones israelíes en la frontera. Es la Base Miguel de Cervantes un punto caliente: a menos de 14 kilómetros de la frontera israelí, queda rodeada también por la frontera siria (apenas a 5 kilómetros en línea recta) y, a la misma distancia, la inestable región de los Altos del Golán. Cuatro días después de este cruce de misiles, que obligó a las tropas internacionales a pasar por el búnker de la base, La Gaceta de la Iberosfera visita las instalaciones de UNIFIL, acompañados por el Teniente Coronel Miguel Ángel Pérez Franco.

Es un día de lluvia y la carretera está impracticable. No hay asfalto en el sur del Líbano y perdemos un tapacubos por el camino, que hoy tendrá nuevo dueño. Todo en esta zona del país está sellado con el logo de Hezbollah. Entramos a la base con el coche, no sin antes pasar por el control de explosivos. Estamos, repito, en una de las zonas más calientes de Oriente Medio. Cuatro meses en el Líbano no han bastado para conocer a un español, pero hoy la Base Miguel de Cervantes me parece más acogedora que la embajada. Son 600 los españoles que viven en la base, presidida por la silueta del caballero de la triste figura. Nos recibe primero un cabo, que nos acompaña hasta la cantina —«aquí la llamamos mesón, chico».

Impresiona el cuadro del Rey Felipe VI, uniformado, que preside la pared del mesón. Pensaba yo que aquello de los billares y las cervezas sería cosa de películas, como de Tom Cruise entrando en la cantina de Top Gun Maverick. No lo es. En el mesón de la base nos esperan decenas de legionarios bebiendo Mahou y tomando patatas Santa Ana, jugando al billar, charlando en sofás y haciendo ruido. Son españoles, legionarios con el chapiri azul de las Naciones Unidas. Después de seis meses de despliegue, me confiesan un poco de nostalgia, pero pronto estarán sirviendo de nuevo en Ronda. «Tendremos unas pocas vacaciones, pero no te creas que tantas eh». Hoy, de hecho, ya están en casa, porque hace apenas unos días regresaban a España con la misión cumplida.

De la blue line, la línea fronteriza marcada por la ONU como zona de tensiones, 20 kilómetros son los que le corresponden directamente a los legionarios de la X Bandera. No en vano esta misión de medio año ha requerido de otro medio preparatorio en Ronda. Los legionarios patrullan las 24 horas del día a lo largo del perímetro «azul», acompañados muchas veces por las LAF (las Lebanese Armed Forces) y controlan también 3 puntos de vigilancia perenne, ubicados en la misma frontera. Desde la retaguardia, el teniente coronel nos explica las labores del día a día.

Es en el comedor de la base donde el coronel de Meer, Pérez Franco y demás me reconocen que el día a día es bastante normal. «Este comedor es como de Cáritas. Fíjate, espaguetis boloñesa y un guiso de carne que es todo hueso», bromea otro de los coroneles de la Legión. «Por lo menos la empresa que gestiona el comedor es española y nos da cerveza Mahou, aunque nos gustaría más Cruzcampo», añade otro, mientras nos miran los cientos de legionarios que comen junto a nosotros buscando carne entre tanto hueso. No es normal recibir visitas. Pregunto por la proporción y me dicen que entre 600 españoles, 21 son legionarias, «igual de feroces que todos los demás».

Tomamos el café en el edificio de mando del Spanbatt. Están aquí los despachos de los mandamases y Millán Astray y algún otro de los primeros fundadores aparecen por todas las paredes. No pensaba encontrarme un póster del Cristo de la Buena Muerte en el Líbano, pero esta es la Base Miguel de Cervantes. «A España servir hasta morir», puedo leer en uno de los despachos. Hay en el barracón de mando un recuerdo permanente por aquellos que precisamente sirvieron a España hasta morir. Pocos han sido, afortunadamente, los caídos en acto de servicio en UNIFIL, pero están muy presentes. Tomamos un café acompañado por un polvorón de estepa. «Aquí hemos comido polvorones hasta reventar, así que mejor llevaros todos los que podáis». Y nos los llevamos, claro. Son las cuatro y algo de la tarde, las tres y poco en España, y en esta salita está sintonizado el telediario de la Cuatro.

Nos cruzamos por un pasillo al Brigada Costoso, al que saludo con mucha ilusión. Es hijo del teniente coronel Recena, fundador de la Plataforma Patriótica Millán-Astray, y en la puerta del barracón nos hacemos una foto. Ya es tarde y el teniente coronel tiene lío. Esta semana, decía, Israel ha devuelto los ataques hacia el sur del Líbano. Así que es el cabo Vargas, un andaluz simpatiquísimo, el encargado de enseñarnos toda la base. El perímetro no lo sé, pero me dice que son unos cuantos kilómetros cuadrados «muy bien aprovechados». Verdaderamente lo están.

Con el cabo subimos a uno de los carros que la Legión ha traído desde Ronda, pintado en blanco con las letras «UN» y vamos haciendo paradas. Barracones, oficinas, zonas de tiro, zonas veterinarias, puestos de vigilancia, almacenes de munición, pistas de pádel, peluquería, capilla (consagrada a la Virgen del Pilar y a la Inmaculada), fisioterapia, locutorios para llamadas internacionales, un par de gimnasios, una pequeña tienda con lo básico (productos del Mercadona y del Decathlon), y hasta un local de estética. «La semana que viene hay un torneo de pádel y yo me he apuntado con un amigo coronel», me confiesa, con el orgullo de haber ganado a las tropas nepalíes en el anterior campeonato de fútbol. «Y no te creas que eran tan malos».

De todo el recinto nos detenemos especialmente en el búnker: «Hace unos días, con los misiles que lanzaron, el general Lázaro ordenó que todos al búnker, y aquí estuvimos 18 horas». En efecto, durante casi un día estuvieron todos los legionarios españoles en un espacio minúsculo en el que huele a rata. Me cuesta respirar con normalidad porque verdaderamente hay un olor a cloaca insoportable. Olor y cansancio que tuvieron que paliar con litro y medio de agua y apenas un metro cuadrado para dormir sentados, bajo tierra. El cabo lo cuenta con cierta gracia, claro, pero encuentro en esta base pocos legionarios contentos con la orden. «A nosotros lo que nos va es estar en la vanguardia, haciendo nuestro trabajo y no escondidos», me dice uno. Otro añade que han venido «para trabajar, no para dormir bajo tierra». Es este espíritu legionario, inevitablemente español, el que he encontrado al sur del Líbano. Lo de estar a la altura va en su credo.

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