«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La tiranía del olvido

El dolor es un tirano más terrible que la propia muerte del ser querido al que lloramos. Pero se convierte en todo un infierno cuando quien lo sufre, se encuentra con el olvido de la sociedad que le rodea, y sólo le queda algún tímido hombro en el que, en soledad, apoyar el rostro cuando las lágrimas afloran en los ojos. La autopsia a los años de plomo de ETA que Fernando Aramburu realiza en su libro “Patria”, arranca con el alto al fuego de la banda y el olvido al que se intenta obligar a una viuda de una víctima del terrorismo, que se niega a resignarse a él porque los sanguinarios mafiosos de ETA digan que, de momento, no van a matar a más gente.
“¿Es necesario poner nombres y apellidos a ese dolor?”, se preguntaba un concejal de Podemos de Cádiz, para justificar que ni el alcalde Kichi, ni él mismo, ni el resto de concejales de la izquierda radical, fueran a votar a favor de que se le pusiera una calle en la ciudad a Miguel Ángel Blanco, concejal asesinado por ETA. Su argumentación, altamente sesuda como corresponde a esta clase de ralea intelectual, iba más allá al asegurar que el PP de Cádiz proponía dedicar una calle a Miguel Ángel por el simple hecho de haber sido concejal de ese partido.
Hasta aquí nada nuevo con esta patulea de la izquierda radical que nos ha tocado sufrir, por obra y gracia del apoyo del PSOE de Sánchez, que fue quien les puso en bandeja las alcaldías del cambio a peor. Porque el caso de Cádiz no es el único, y por desgracia sospecho que no será el último. Con parecidos argumentos, la izquierda radical también se ha lucido en San Fernando o Jerez. Y cruzando el Ebro, en el nuevo nomenclator de la muy modernuki, hispanofoba y cristianofoba Barcelona que le gusta a Ada Colau, se le quitan las plazas al Rey Juan Carlos I o a la plaza de la Hispanidad para que se llamen, por ejemplo, plaza de la República. Allí tampoco encuentran un espacio para recordar a Miguel Ángel Blanco. A los que Colau y los suyos sí ceden un local municipal es a quienes fueron a agasajar y aplaudir al dirigente etarra Arnaldo Otegi, ese que mientras España tomaba las calles llena de indignación por el asesinato de Miguel Ángel, se encontraba plácidamente tomando el sol en la playa de Zarautz.
Vivimos en un tiempo en el que si Consuelo Ordoñez, presidenta de Covite, pone placas en San Sebastián para recordar el nombre de las víctimas del terrorismo en el lugar en el que fueron asesinadas, va el Ayuntamiento y las quita. Y ya no digamos nada de ese otro concejal podemita de Alicante que te suelta, así sin anestesia, que lo de otorgar el nombre a una pista de skate en homenaje a otro héroe español, el recién asesinado Ignacio Echeverría, no le parece bien “porque no está demostrado que llevara un monopatín” el día en el que los terroristas yihadistas le mataron en Londres mientras intentaba ayudar a salvar la vida de un policía.
Es otro perfecto ejemplo de la nueva postverdad de la izquierda radical: la que ellos pintan y con la que tratan de convencernos de su relato. Supongo que este concejal de Podemos estará tomando el primer vuelo a Venezuela para comprobar si también los venezolanos que han salido a manifestarse contra el gobierno de Maduro (más de 90 víctimas ya en las calles) son absolutamente todos unos “fascistas”, como les llamó Monedero.
En estos días en los que estamos recordando el 20 aniversario de la liberación de ese otro héroe español llamado Ortega Lara -enterrado en vida en un zulo durante 532 días y al que los terroristas le pensaban dejar morir de hambre- y el aniversario del vil y cruel asesinato de Miguel Ángel Blanco, lo que está claro es que el virus maligno del olvido no nos puede tiranizar la memoria. Poco no se puede reescribir la historia del terrorismo en España al antojo de quienes consideran que es impropio recordar los nombres, los rostros y el motivo por el que fueron asesinados. Porque aquí sólo hubo víctimas y asesinos. Nada más.
Porque esta izquierda radical es la misma que hizo senador a un miembro de ETA como Josetxo Arrieta; es la misma que se alía con los representantes del brazo político de ETA en muchos Ayuntamientos del País Vasco y Navarra; son los mismos que convierten en “hombre de paz” a un condenado por pertenencia a ETA como Otegi; son los mismos que te hacen diputada en Madrid a una señora que acusa a la Policía de maltratar a los detenidos “de forma sistemática”, mientras se alegran de las absoluciones de miembros de las juventudes de ETA. Y hablando de recordar: todos estos son los mismos que salen a la calle para decirnos que los agresores de la brutal paliza a dos guardias civiles (y sus mujeres) en Alsasua, son gente pacífica y son las auténticas víctimas.
Por eso, para ellos es mejor olvidar el nombre y apellidos de las víctimas del terrorismo. Sobre todo porque así tratan de convencer de su postverdad a una generación de nuevos españoles que no creció con la sangre de españoles derramada en las calles por culpa de ETA. Pero frente a la tiranía del olvido que tratan de imponernos desde la izquierda radical, sólo cabe decir: Verdad, Memoria, Dignidad, Justicia para todas las víctimas del terrorismo. No permitamos que el paso del tiempo condene al olvido a ninguno de ellos.
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