A las 18,21 horas del 23 de febrero, en el instante en el que el teniente coronel Antonio Tejero deshonra su uniforme e irrumpe en el Palacio del Congreso de los Diputados con la injusta orden de secuestrar al Congreso y a aquel Gobierno ucedista en crisis de acoso y derribo, el Rey cuenta con tres armas fundamentales para desbaratar cualquier intento golpista: el mando supremo de las Fuerzas Armadas, al general Sabino FernĆ”ndez Campo y la convicción de que la mayorĆa de los espaƱoles no quiere abandonar (ni aunque sea por un parĆ©ntesis forzado por aquellos aƱos de plomo), la carrera constitucional y democrĆ”tica.
A las 18,22 horas, uno de los ayudantes del Palacio de la Zarzuela comunica a Don Juan Carlos (que se estaba preparando para jugar un partido de squash), que un grupo de guardias civiles habĆa entrado en el hemiciclo. En ese instante, el Rey tuvo que recordar las palabras del general Jaime Milans del Bosch cuando era jefe de la División Acorazada Brunete (DAC) y le mostraba la artillerĆa con la que contaba la formidable fuerza acuartelada a pocos kilómetros de la capital: Ā«Con este cañón yo llego desde aquĆ hasta la Puerta del SolĀ»; y asĆ, Don Juan Carlos, mientras toma el telĆ©fono para hablar con el jefe del Estado Mayor del EjĆ©rcito, se vuelve hacia FernĆ”ndez Campo y le dice: Ā«Telefonea a la DAC, y mira a ver cómo estĆ”n las cosas por ahĆĀ». Al otro lado de la lĆnea, el general JEME JosĆ© Gabeiras Montero, leal a Su Majestad, le asegura al Rey que apenas tiene mĆ”s información que aƱadir… Ā«pero si quiere le paso con el general ArmadaĀ». Es en aquel momento, escasĆsimos minutos despuĆ©s de la entrada de Tejero, cuando comienza el fin del golpe de Estado.
De inmediato se pone al teléfono el general Alfonso Armada, un militar veterano, divisionario, monÔrquico hasta la médula, ex jefe de la Casa del Rey y con mÔs de 20 años en puestos claves al servicio de Su Majestad. Cuando fue relevado de su puesto al lado del Rey, Armada fue destinado a la región pirenaica. Aburrido por su alejamiento del poder, movió todos los resortes que pudo para volver a Madrid. Lo consiguió al poco tiempo, aunque con la oposición frontal del presidente SuÔrez, y obtuvo el mando de segundo jefe de Estado Mayor del Ejército.
āĀ«Alfonso, ĀæquĆ© estĆ” pasando?Ā»
Ā Ā Ā āĀ«Estamos recabando toda la información, SeƱor. En unos minutos subo a La Zarzuela para informarleĀ».
Nada hay de extraño en la disposición de Armada a acudir junto al Rey; al fin y al cabo goza de confianza y es el segundo JEME. Pero entonces entra en acción Sabino FernÔndez Campo, que con el teléfono en la mano hace señas al Rey para que tape el auricular. «Se trata de Armada», dice el secretario general. La certeza de FernÔndez Campo le viene de una conversación que acaba de mantener con el general José Juste, jefe de la División Acorazada:
ā«¿EstĆ” en La Zarzuela el general Armada?Ā»- pregunta Juste.
āĀ«Ni estĆ”, ni se le esperaĀ», asegura FernĆ”ndez Campo.
āĀ«Dile al Rey que no haga nada de lo que le diga Armada. VolverĆ© a llamarĀ». (El general Juste ya habĆa comprendido que era falso lo que le aseguraban ciertos mandos golpistas de la DAC en el sentido de que Don Juan Carlos autorizaba el pronunciamiento).
El Rey destapa el auricular:
āAlfonso. Ahora no puedo recibirte, asĆ que no vengas. IntentarĆ© verte mĆ”s tarde.
Esta brevĆsima conversación es el primer varapalo que recibe la Solución Armada. Lo que pretendĆa el general monĆ”rquico al llegar junto al Rey era que el resto de los mandos viera que el jefe de los golpistas estaba al lado de Don Juan Carlos, con lo que se consumarĆa el engaƱo de hacerles pensar que el golpe estaba bendecido por el Rey.
Sabino FernĆ”ndez Campo idea al instante la estrategia que habĆa que seguir. La mente rapidĆsima y brillante del general, la misma que le sirvió unos pocos dĆas antes para escribir (en pocos segundos y con letra clara) la respuesta regia a los incidentes de los proetarras en la casa de Juntas de Guernica, entiende que debe ser el Rey el que se ponga en contacto directo con todos y cada uno de los altos mandos de las Regiones Militares, AĆ©reas y MarĆtimas, asĆ como con los presidentes de las comunidades… el primero, Jordi Pujol, que escucha la frase: Ā«Tranquilo, Jordi, tranquiloĀ».
Armada, en efecto, no estĆ”, pero sĆ que podĆa esperĆ”rsele en cualquier momento, por lo que el Rey completa las órdenes sobre el despliegue de seguridad que debĆa establecerse alrededor de Palacio (guardias civiles en su mayorĆa) con la exigencia de que en ningĆŗn caso se debĆa permitir el acceso al general Armada.
Dentro del Congreso, los golpistas celebran el «éxitoĀ» del asalto con gritos de «”Viva el Rey!Ā». Tampoco resulta extraƱo, porque casi la totalidad de los guardias civiles, oficiales incluidos, piensan (en su intoxicación) que estĆ”n cumpliendo sus órdenes… Todos menos Tejero, a quien la MonarquĆa le importa lo mismo que la Constitución y la democracia. A Tejero sólo le importa EspaƱa. Otra EspaƱa que ya no era posible ni necesaria. Es revelador el enfrentamiento de Tejero con el vicepresidente del Gobierno, el general GutiĆ©rrez Mellado. Cuando Ć©ste se levanta, se dirige a Tejero y le ordena que le entregue el arma, el teniente coronel le responde: Ā«No obedezco mĆ”s órdenes que las del generalĀ».
Tejero no cita a su mĆ”ximo superior, el Rey, sino a esa supuesta autoridad, militar por supuesto, a quien obedece en exclusiva. Mientras tanto, el Rey seguĆa con su ronda de llamadas de urgencia a todas las CapitanĆas Generales. Por riguroso orden, el primero en atender a Su Majestad fue el general Quintana Lacaci, jefe de la Primera Región Militar, con sede en Madrid y, por tanto, absolutamente vital para el Ć©xito o el fracaso de la intentona. Quintana Lacaci actĆŗa como un constitucionalista, aunque sólo sea con la mirada puesta en el artĆculo que consagra al Rey el mando supremo de las Fuerzas Armadas, y al instante se puso del lado de la legalidad. Meses despuĆ©s, en las sesiones del juicio contra los golpistas, Quintana aseguró que siempre habrĆa obedecido las órdenes de Don Juan Carlos, tanto si estaba con el golpe, como si no.
Esta declaración sirve para un buen nĆŗmero de mandos franquistas que se pusieron de parte de la legalidad, mandos que aunque pudieran estar de acuerdo con la necesidad de dar un golpe de timón tras unos aƱos en los que las Fuerzas Armadas pusieron los muertos en la lucha contra el terrorismo; aƱos de crisis económica y huelgas que causaban la sensación ārealā de que el tejido social empezaba a desgarrarse, eran excelentes y disciplinados soldados como ya habĆan demostrado tres aƱos antes al aceptar (a excepción de un almirante enrabietado), y por mĆ”s que les doliera, la legalización del Partido Comunista aquel Viernes de Pasión.
De vuelta al despacho del Rey en La Zarzuela, uno de los momentos mĆ”s dolorosos ocurre cuando Gabeiras le comunica que uno de los generales mĆ”s monĆ”rquicos, el jefe de la Tercera Región Militar, Jaime Milans del Bosch y UssĆa, ha asumido todo el poder en la zona del Levante y ha sacado los tanques a las calles de Valencia Ā«hasta tanto se reciban las correspondientes instrucciones que dicte S.M. el ReyĀ».
De nuevo, el nombre de Don Juan Carlos es utilizado, como hacĆa Tejero, en vano. Por dos veces, y en un lapso de tiempo de solo media hora desde el asalto al Congreso, dos hombres leales al Rey le niegan a Tejero la relación de la monarquĆa de todos con la intentona. Primero, en conversación telefónica, FernĆ”ndez Campo, al que Tejero cuelga enfurecido. El segundo, el director general de la Guardia Civil, Aramburu Topete, que frente a frente con el golpista le asegura que el Rey no estĆ” al frente de esa torpe maniobra y le exige que se rinda. La respuesta de Tejero, de nuevo, es reveladora de lo que le importa su mando supremo: Ā«Mi general, antes le pego un tiro y luego me matoĀ». Aramburu, enfurecido por la indisciplina de uno de sus guardias civiles, intenta sacar la pistola, pero se lo impide uno de sus ayudantes.
Un teléfono suena en La Zarzuela. Esta vez no es un militar, sino una llamada desde el Partido Socialista. «Señor, es la diputada Anna Balletbó, que ha logrado salir del Congreso» (Balletbó estaba embarazada de gemelos). Esta llamada, clave para destruir todos los «argumentos» de ciertos libros de reciente publicación, fue desvelada 20 años después por el periódico La Razón.
ā«¿Cómo estĆ”s Anna? ĀæHa habido heridos en el Congreso?Ā»
āĀ«Hasta que yo salĆ, SeƱor, seguro que noĀ». (Balletbó le asegura al Rey que Ā«no habĆa escuchado gemidos de dolor ni nada parecidoĀ». DespuĆ©s, Don Juan Carlos le pregunta acerca de los golpistas, sus empleos y si ha reconocido a alguno de los asaltantes).
āĀ«Uno de mis compaƱeros dijo su nombre cuando entró. Creo que es algo asĆ como Torrijos o Terre…Ā»
ā«¿Tejero?Ā»
āĀ«SĆ, eseĀ».
En este momento, casi al final de la llamada, la diputada socialista le lanza una pregunta determinante al Rey:
ā«¿Y usted, quĆ© piensa hacer? Se lo tengo que preguntar porque tambiĆ©n tengo que tomar decisiones sobre mi vida, y porque dentro hay 400 personas secuestradas…Ā»
āĀ«El Rey estĆ” al servicio de los mĆ”s altos intereses de EspaƱa…Ā»
Según el relato de Balletbó, que hoy es asesora de Sociedad Civil Catalana, Don Juan Carlos hace una pausa de unos segundos en ese momento, por lo que la diputada insiste:
ā«¿Y quĆ© mĆ”s?Ā»
āĀ«Y de la democraciaĀ».
Mientras tanto, en La Zarzuela, los hombres del Rey comprenden que la acción mĆ”s eficaz (para calmar a la población y desanimar a los mandos intermedios que puedan estar pensando en unirse a las fuerzas rebeldes), es emitir por televisión un mensaje de Don Juan Carlos uniformado de CapitĆ”n General. Para ello, NicolĆ”s Cotoner, MarquĆ©s de MondĆ©jar, trata de contactar con la dirección de TVE. DespuĆ©s de muchos intentos, logra hablar con Diego Castedo y este le hace saber que dos unidades de un Regimiento perteneciente a la DAC han tomado las instalaciones y que le es imposible cumplir la orden de enviar una unidad móvil a Palacio. La providencia (que la suerte tambiĆ©n actuó a favor de la democracia aquel dĆa) hace que el MarquĆ©s de MondĆ©jar y el jefe accidental del Regimiento cuyas tropas habĆan tomado RTVE sean compaƱeros de armas. DespuĆ©s de una intensa conversación entre ambos compaƱeros y en la que llegó a intervenir Don Juan Carlos, el jefe del Regimiento ordena a sus hombres retirarse de Prado del Rey, que en unos minutos es asegurado por fuerzas policiales fieles a la Constitución.
Al mismo tiempo, el Rey se asegura la lealtad de cuatro plazas que un observador distante podrĆa entender como conflictivas. Primero la de Sevilla, al mando del muy conservador Merry Gordon, que se halla indispuesto y que es magnĆficamente reemplazado esa noche por los generales Saavedra y Urrutia. Segundo, la de Zaragoza, al mando de ElĆcegui Prieto, a quien algunas informaciones seƱalan como dudoso, pero que, a la hora de la verdad, mantiene varias conversaciones con el director de la Academia General en las que confirma que estĆ” del lado de la Constitución. Por Ćŗltimo, los capitanes generales de la Sexta y SĆ©ptima Región Militar (con sede en Burgos y en Valladolid), tienen que vencer algunas contradicciones, tanto propias como de otros jefes bajo sus mandos, pero aseguran con los hechos que obedecen disciplinadamente las órdenes de Su Majestad.
Otras personas que cumplen un papel importante en aquellas horas, aunque sólo sea por el respaldo moral al Jefe del Estado, son los miembros de la Familia Real. A los pocos minutos de conocerse el asalto al Congreso, las hermanas del Rey, con sus maridos, se concentran en La Zarzuela. TambiĆ©n estĆ” cerca la Reina DoƱa SofĆa, quien afrontó aquellas horas, desde el recuerdo del āGolpe de los Coronelesā que derrocó a su hermano del trono de Grecia, con un apoyo absoluto a su marido, a quien acompaƱa muchas veces en el despacho y al que ayuda a sobrellevar momentos de gran tensión. Pero el mejor bĆ”culo es la presencia constante del entonces PrĆncipe de Asturias.
Con tan solo 13 aƱos, Don Felipe recibe la orden paterna de acomodarse en un sillón y asistir, como espectador de excepción, al duro oficio de reinar. Su Majestad ha llegado a relatar que en mĆ”s de una ocasión durante aquella larga noche de telĆ©fonos, tiene que despertar de un grito al joven heredero: «”Felipe, aprende!Ā», a lo que el PrĆncipe, una vez, responde: «”Jo, papĆ”, quĆ© mes!Ā» (se refiere a la muerte de su abuela materna, la Reina Federica, ocurrida unas semanas antes).
Fuera de Palacio, en Estoril, pero mucho mÔs cerca que nadie, el Rey cuenta con la inestimable ayuda de su padre, el Conde de Barcelona. Don Juan es el primero en conocer y respaldar en todos sus puntos el mensaje que su hijo dirigirÔ a la nación en cuanto las cÔmaras de TVE puedan llegar. «Y recuerda una cosa, Juanito. No se te ocurra pactar. Pactar en una situación asà es una rendición. Mantén la serenidad y la firmeza».
De nuevo, el que tiempo despuĆ©s llegó a ser el mayor productor de camelias espaƱolas, el general Alfonso Armada (quien habĆa hablado varias veces con Milans y le habĆa confirmado que nadie estaba con ellos en la intentona), llama a La Zarzuela para ofrecer la Solución Armada (su nombramiento como presidente del Gobierno). El Rey, tajante, lo rechaza.
Sin embargo, unas horas despuĆ©s, alrededor de la medianoche, el general Gabeiras cree que es una buena idea que Armada acuda al Congreso para conseguir la rendición de Tejero, Ā”pero sólo su rendición! Con la autorización de La Zarzuela, Armada llega a la carrera de San Jerónimo, anuncia su presencia con la contraseƱa Ā«Duque de AhumadaĀ» y se encierra en la pecera de la sala de Prensa del edificio con el teniente coronel. AllĆ, el general desobedece las órdenes del Rey y le ofrece a Tejero la Solución Armada, o lo que es lo mismo: la formación de un Gobierno de unidad nacional presidido por Ć©l y formado por los lĆderes de los principales partidos polĆticos y diferentes personalidades de la vida espaƱola. Si es verdad que hubo una lista, y si es verdad que el vicepresidente del Gobierno era un cargo reservado para Felipe GonzĆ”lez, Tejero no necesita escuchar mĆ”s… para eso Ć©l no se ha jugado, no ya la vida, sino el honor de ser guardia civil. Tejero, en un nuevo acto de insubordinación, despacha al traidor Armada asegurĆ”ndole que lo Ćŗnico que Ć©l y sus oficiales admiten es que una Junta de Defensa gobierne EspaƱa bajo la presidencia de Milans del Bosch. Cuando Armada sale del Congreso, derrotado, debió fijarse en la edición especial del periódico El PaĆs que alfombraba las calles y que titulaba Ā«El paĆs, con la ConstituciónĀ».
Mientras, la mastodóntica unidad móvil de Televisión EspaƱola habĆa llegado a La Zarzuela. El Rey recibe al periodista JesĆŗs Picatoste y a los tĆ©cnicos con el uniforme de CapitĆ”n General. Sólo hace falta una toma. El Rey apenas lee, se lo sabe de memoria despuĆ©s de haberlo revisado una y otra vez:
Ā«Al dirigirme a todos los espaƱoles, con brevedad y concisión, en las circunstancias extraordinarias que en estos momentos estamos viviendo, pido a todos la mayor serenidad y confianza y les hago saber que he cursado a los capitanes generales de las Regiones Militares, Zonas MarĆtimas y Regiones AĆ©reas la orden siguiente: Ante la situación creada por los sucesos desarrollados en el Palacio del Congreso y para evitar cualquier posible confusión, confirmo que he ordenado a las autoridades civiles y a la Junta de Jefes de Estado Mayor que tomen todas las medidas necesarias para mantener el orden constitucional dentro de la legalidad vigente. Cualquier medida de carĆ”cter militar que en su caso hubiera de tomarse deberĆ” contar con la aprobación de la Junta de Jefes de Estado Mayor. La Corona, sĆmbolo de la permanencia y unidad de la patria, no puede tolerar en forma alguna acciones o actitudes de personas que pretendan interrumpir por la fuerza el proceso democrĆ”tico que la Constitución votada por el pueblo espaƱol determinó en su dĆa a travĆ©s de referĆ©ndumĀ».
No hay tiempo para mĆ”s. Mientras el equipo de TVE sale con dos copias grabadas con el mensaje real por dos caminos diferentes, uno de los jefes de la División Acorazada, el comandante Pardo Zancada, decide por su cuenta, pero arriesgando las vidas de sus hombres, formar una columna de tropas voluntarias que acudirĆ” al Congreso para ponerse a las órdenes de Tejero. Con este gesto simbólico, Pardo Zancada pretende animar a los cuadros de mando intermedios a rebelarse a la autoridad de los mandos de sus regiones militares. Nadie le sigue en esta empresa. A la una y cuarto de la maƱana, nada mĆ”s emitirse el mensaje, Don Juan Carlos toma de nuevo el telĆ©fono y, en una conversación durĆsima, se enfrenta definitivamente al general Jaime Milans del Bosch, un militar de la vieja guardia que, hasta ese dĆa desgraciado, llevaba el servicio a la Corona hasta en el Ćŗltimo de sus genes:
āĀ«Jaime, te ordeno que anules de inmediato el bando subversivo que has publicado. Haz regresar a los carros de combate a sus cuarteles y ordena a Tejero que abandone el Congreso. Hasta ahora me he esforzado en pensar que no eras un rebelde, pero a partir de ahora tengo que considerar que lo eres, y no podrĆ© volverme atrĆ”sĀ».
āĀ«SeƱor, lo que he hecho ha sido para salvar a la MonarquĆaĀ».
āLa respuesta del Rey es de una contundencia terrible: Ā«TendrĆas que hacerme fusilar para lograr tus finesĀ».
La desesperación de Milans del Bosch fue proporcional al órdago lanzado cuando decidió sacar a pasear (como siempre habĆa dicho que harĆa) sus carros de combate. Los hechos demuestran que el bravo defensor del AlcĆ”zar vuelve a negar el mando del Rey, ya que tardó varias horas en anular el bando militar y en devolver a las unidades a sus acuartelamientos. ĀæQuĆ© intentó Milans demorando tanto el cumplimiento de tres órdenes directas? ĀæUn pulso entre la Tercera Región Militar y el resto de EspaƱa? A las cuatro de la maƱana, el general, hundido, llama a La Zarzuela y comunica que ha anulado el bando… pero al tiempo insiste en la Solución Armada. El Rey, dolido y enojado, ni siquiera se pone al aparato. Sin embargo, este es un momento de alivio. Con Valencia a salvo, la intentona se puede considerar desmantelada y sólo hay que convencer al obstinado y orgulloso Tejero de que libere al Gobierno de la Nación y a los diputados. El PrĆncipe de Asturias puede irse a dormir.
En las largas horas que siguen hasta el amanecer, la tensión va relajĆ”ndose. El director general de Seguridad y presidente del Gobierno en funciones, Francisco LaĆna, consulta a Don Juan Carlos todas y cada una de las decisiones que va tomando, incluso el arriesgado plan de las fuerzas de intervención de la PolicĆa Nacional y de la Guardia Civil para asaltar al Congreso que, finalmente, es desechado para bien de todos. TambiĆ©n le informa de la negociaciones para la rendición de los rebeldes (el archiconocido Pacto del Capó en el que Pardo Zancada y Tejero se entregan con la Ćŗnica condición de que sólo los oficiales āsalvo los tenientesā, asuman la responsabilidad de la intentona). En su Ćŗltima comunicación, en el mediodĆa del 24 de febrero, LaĆna informa al Rey de que devuelve el poder civil al presidente SuĆ”rez, que sale en esos momentos por la puerta del Congreso de los Diputados.
Unas pocas horas antes, el Rey tuvo que escuchar un sonido bronco, muy parecido al ruido de decenas de carros de combate pasando cerca de La Zarzuela. Eran los motores de los coches de miles de madrileƱos que, como cada dĆa en su rutina, bajaban desde la periferia hasta sus puestos de trabajo. Desde las 18,21 horas del 23 de febrero, Don Juan Carlos, junto a sus leales, ha trabajado con todas sus fuerzas Ā«en defensa de los mĆ”s altos intereses de EspaƱa… y de la democraciaĀ» y ha conseguido que la carretera de La CoruƱa sonara a División Acorazada, pero sin carros de combate, sólo con espaƱoles en libertad.