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EL PRESIDENTE SALVADOREÑO MUESTRA SU VERDADERO ROSTRO

Bukele dispara el gasto público, la deuda y el déficit, y empuja a El Salvador al desastre económico

Nayib Bukele, presidente de El Salvador.
Nayib Bukele, presidente de El Salvador.

Nayib Bukele empezó llamando la atención de la opinión pública internacional en cuanto rompió con la larga tradición bipartidaria -alrededor de 30 años- entre la derecha de la Alianza Republicana Nacionalista (Arena) y la izquierda del Frente Farabundo Martí para la Liberación Nacional FMLN, y luego por el desenvuelto estilo con el que comenzó gobernando, tomándose selfies en plena Asamblea General de la ONU.

Sin embargo, el presidente centroamericano también ha sido un personaje –cuando menos– excéntrico desde que apareció en la escena política como un millennial (cumplirá 40 años de edad este próximo 24 de julio) que pretendía terminar con los conocidos niveles de violencia y corrupción, pero que rápidamente terminó mostrando su faceta más intransigente y autoritaria en menos de un año a cargo del gobierno de El Salvador.

Ejemplo de ello es el episodio desencadenado tras la negativa del congreso para aprobar los fondos que iba a destinar a su plan de seguridad. Ante la confrontación decidió irrumpir en la Asamblea Legislativa acompañado de militares armados.

Aunque se trató más de un circo político -porque lo hizo en un feriado-, aquella toma de la Asamblea Legislativa también se trató de una afrenta muy grave, y terminó sentando un precedente para la manera en que –no mucho más tarde– también pretendió encarar la crisis de la pandemia, utilizando un discurso ciertamente agresivo y haciendo cumplir una de las cuarentenas más rígidas del hemisferio.

Propios y extraños decidieron aplaudir de manera prematura un famoso video breve en redes sociales, donde se ve a Bukele entregando una primera fase del que sería el hospital para covid-19 más grande de América Latina. Luego se sabría que no quedó listo a tiempo para las emergencias sanitarias que motivaron su construcción. El Salvador es hoy el segundo país por porcentaje de fallecidos de coronavirus en Centroamérica.

Aún así Bukele mantiene su popularidad en el 90% e incluso sigue ganando adeptos, al punto en que Nuevas Ideas -su partido- terminó arrasando en las elecciones legislativas y municipales del pasado 28 de febrero.

Sin embargo -y es justamente aquí donde más cuidado deben tener quienes se precian de defender las libertades individuales y las instituciones liberal-democráticas-, el presidente va mostrando el rostro que solamente a quienes recién empiezan a conocerlo podría sorprender. De hecho, ya en el pasado había manifestado su profunda admiración por deleznables personajes como Fidel Castro, Hugo Chávez y el Che Guevara.

Bukele lleva casi dos años disparando el gasto público, la deuda y el déficit a niveles con los que ahora no parece querer tener demasiado cuidado. Es más, incluso se está planteando un incremento del Impuesto al Valor Agregado, con el cual, por cierto, pretende financiar los $3.000 millones que habría utilizado personalmente en la última campaña electoral.

El presidente ha redoblado la apuesta por terminar con la independencia de poderes de la República más pequeña de América Latina y establecer una autocracia.

Hace tan solo un par de semanas -concretamente, el primer día de mayo- ha dado un certero golpe al Poder Judicial en lo que se suponía que debía ser un sencillo acto protocolar que inaugurara el nuevo mandato de la Asamblea, destituyendo a cinco miembros de la Corte Suprema de Justicia y al Fiscal General. Tomó así el camino a convertirse más pronto que tarde en dictador absoluto.

Bukele y Nuevas Ideas han justificado el hecho afirmando que los magistrados habrían emitido “veredictos contrarios a decretos ejecutivos durante la pandemia y así obstaculizaron el trabajo del Ministerio de Salud.”

Días más tarde, luego de reunirse con un cuerpo de representantes diplomáticos de la ONU, OEA y la Unión Europea, Bukele no sólo reafirmó su posición, sino que además manifestó su extrañeza por la ausencia de representantes de Estados Unidos, sobre todo luego de que tanto Joe Biden como Kamala Harris manifestaran su preocupación por los hechos en El Salvador.

Desde luego, la representación estadounidense no se hizo presente una vez que ya en abril el presidente salvadoreño se había negado a recibir a Ricardo Zúñiga, enviado especial de Washington para tratar asuntos migratorios y de seguridad.

Con los niveles que lleva, ahora mismo Bukele necesita de financiamiento casi urgentemente, o tendrá que asumir el costo político que implican los ajustes y reformas estructurales que viabilicen el financiamiento necesario.

El Salvador se encuentra altamente endeudado, y buena parte de esa deuda la ha contraído con instituciones multilaterales que están respaldadas por EEUU, como el Fondo Monetario Internacional (con el que se encuentra en tratativas en busca de $1.300 millones). Además, Joe Biden había prometido antes una ayuda de $4.000 millones a Honduras, Guatemala y El Salvador orientadas a combatir las principales causas de la migración ilegal salvadoreña.

Entre las primeras consecuencias que El Salvador puede sufrir por su impasse con EEUU, es que los salvadoreños que envían remesas a sus familiares tengan dificultades para seguir haciéndolo. De estos recursos dependen alrededor del 24.2% de los hogares en el país centroamericano.

Desde luego, las condiciones de financiamiento de Bukele se reducen considerablemente habiéndose echado a la comunidad internacional encima al haber sostenido que «estamos limpiando nuestra casa… y eso no es de su incumbencia».

Días más tarde, EEUU, por intermedio de Zúñiga, exigió la restitución de los magistrados, a lo cual Bukele respondió “con mucho respeto” que aquellas medidas son “irreversibles”.

Si acaso todo esto falla ante los planes de Bukele, el escenario de debilidad democrática institucional y deterioro económico para El Salvador se oscurece rápidamente.

Por el momento las expectativas apuntan a las sanciones que EEUU podría tomar pronto contra el gobierno salvadoreño y su negativa a guardar la paz y el orden en el vecindario.

No obstante, si acaso todo esto todavía no fuera suficiente, en este panorama queda otro aspecto del trabajo de Bukele que resulta todavía más difícil de digerir.

El presidente salvadoreño sabe perfectamente que América Latina sigue recibiendo el acecho permanente y los duros golpes del Socialismo del Siglo XXI –si bien se ha visto muy debilitado en los últimos años–. La izquierda tiene numerosos aliados internacionales que trascienden a Cuba y Venezuela. Hablamos de Irán, China y Rusia -por mencionar algunos-. Si Bukele no toma una postura contra los países antes mencionados, su innecesario conflicto con Estados Unidos solamente se traducirá en favorecer la penetración izquierdista  en El Salvador y en el conjunto de la región.

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