Dicen que las cosas buenas pueden entenderse como cosas malas, si no se comunican de manera acertada. Es lo que le ha pasado, y le sigue pasando, al presidente de Colombia, Iván Duque, desde que asumió el cargo el siete de agosto de 2018. Ese día, fue el nuevo presidente del Congreso quien detalló la situación del país que recibía el nuevo mandatario, mientras que el recién posesionado jefe del estado se dedicó a los lugares comunes de siempre. Pocos meses después las calles impondrían el rumbo y su Gobierno quedaría a merced de lo que allí se definiera.
Primero fueron los estudiantes movilizados. Para calmar los ánimos, Duque anunció con bombos y platillos un incremento histórico en el presupuesto de las universidades públicas, llegando a ser un 4,65% superior al índice de precios al consumidor en el último año de su mandato. La calle no reconoció esto como un gran avance en materia de educación superior, sino como una primera derrota que lograban propinarle al nuevo Gobierno. Ocurrió lo mismo con el incremento, también “histórico”, del salario mínimo anunciado para 2019. Sindicatos y sectores de izquierda lo asumieron como un triunfo, una segunda victoria frente a un gobierno que se proyectaba sin rumbo, sin programa, sin banderas, aunque con muchos anuncios.
La pandemia le permitió al equipo del palacio de Nariño hacer uso de los poderes de emergencia y encontrar un camino hacia la reconexión con la opinión pública, que en los primeros meses pareció reconocer las medidas que se tomaron y la favorabilidad del presidente mejoró. Su equipo de Gobierno optó por crearle un espacio todos los días de seis a siete de la tarde, al mejor estilo de Hugo Chávez, donde el presidente era el presentador estrella: “Prevención y acción”. Sin embargo, la crisis económica empezó a pasar cuenta de cobro y, en lo que todos recordarán en Colombia como uno de los errores políticos más graves de la historia, Duque anunció y radicó una reforma tributaria que no había sido acordada con los partidos de Gobierno, no había sido socializada suficientemente, y cuyo costo político superó cualquier expectativa. El país se paralizó y se generaron las condiciones para lo que pudo llegar a ser una insurrección sin precedentes.
Después de cinco semanas de aquél fatídico 28 de abril, cuando se anunció el “paro nacional”, el Gobierno aún no logra recuperar el control, pero la situación del país poco a poco regresa a la normalidad, gracias a la movilización ciudadana en contra de los bloqueos y a escenarios de diálogo donde los empresarios han logrado articular voluntades con los manifestantes y abrir así “corredores humanitarios”, que no son otra cosa que la cesión de la soberanía a unos vándalos que hoy se alegan representados en un comité nacional que nadie eligió, pero que el Gobierno reconoce como el mejor interlocutor para encontrar salidas a la crisis.
Para no perder la costumbre, Duque anuncia ahora la reforma a la Policía, que girará en torno a diez pilares, que incluyen la creación de una Dirección de Derechos Humanos, un nuevo estatuto disciplinario y nuevos uniformes. Una vez más, la calle celebra la derrota del presidente. En su Twitter, la representante de la Cámara María José Pizarro publicó “Anuncios reforma #Policía: otro logro del #ParoNacional”.
La reforma a la Policía se venía gestando desde hace años y es algo necesario en Colombia, que requiere consensos, debate, articulación de las fuerzas políticas. Ahora, puede pasar a la historia como uno de los triunfos de un paro que no representa a las mayorías, tal y como lo han demostrado los resultados en las urnas. El anuncio viene un día después de que el comité del paro nacional se levantara de la mesa de negociación con el Gobierno, alegando que no se había firmado un primer acuerdo logrado con el Alto Comisionado para la paz, Miguel Ceballos, quien renunció para ser candidato presidencial. Vuelve y juega. Anuncios y más anuncios, ahora con la nefasta compañía de la peor crisis económica de la historia y a solo nueve meses de las elecciones al Congreso. A veces pareciera que el Gobierno asumió la jefatura de debate de la izquierda en Colombia.