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FRENTE A LA DEBILIDAD DEL BANDO GLOBALISTA

Hungría suma adeptos en la defensa de unas fronteras fuertes: Dinamarca se marca el objetivo de ‘cero refugiados’

El Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán. Reuters
El Primer Ministro de Hungría, Viktor Orbán. Reuters

Si Dios da salud a Viktor Orbán, el mandatario húngaro vivirá para ver cómo todos sus homólogos comunitarios, esos mismos que le han demonizado y han propuesto sanciones contra el país, le acaban dando la razón.

De entrada, y con motivo de la crisis que ha provocado la precipitada retirada de tropas norteamericanas y el establecimiento de la noche a la mañana de una república islámica controlada por los talibán en Afganistán, al menos Dinamarca, Austria y la República Checa han acercado posiciones con el empecinado húngaro en lo relativo a la acogida de refugiados.

El mensaje explícito es que se ayude a los afganos que han salido del país y se han quedado en naciones vecinas en lugar de enviar el “falso mensaje” de que todos pueden venir a instalarse en Europa; el mensaje implícito, naturalmente, es que nadie en la UE quiere repetir la pesadilla del verano de 2015, que empezó con un entusiasta “Welcome refugees” y acabó con el reconocimiento, tácito o expreso, de que el experimento había sido desastroso y con la victoria de partidos antisistema en Italia.

Dinamarca, uno de esos ‘países nórdicos’ que nuestra progresía toma como modelo de nación avanzada, es especialmente sensible en este punto: su objetivo es “cero refugiados”. Lo dice su ministro de Inmigración e Integración, Mattias Tesfaye, quien no solo quiere que los afganos se abstengan de buscar refugio en Europa sino que, en un evidente guiño a Orbán, ha pedido que no se vuelva a criticar a los países que gestionan las fronteras externas de la UE. La ventaja de ser hijo de un inmigrante etíope hace difícil que le acusen de racismo o xenofobia.

Austria y los checos están en las mismas, y pese al intento de Bruselas de ofrecer al mundo una estrategia coherente y unida, las grietas son evidentes. Solo que, en esta ocasión, es el bando partidario de las fronteras abiertas el que parece en la posición más débil, pese a todo.

El trasfondo de este enfriamiento del fervor multicultural no es, en el fondo, tan difícil de entender. Sencillamente, el experimento ha sido un fracaso absoluto. Los intentos de integrar a enormes poblaciones llegadas de la noche a la mañana de tierras con costumbres, lealtades, creencias y visiones del mundo muy distintas a las europeas han resultado inútiles y los bienintencionados europeos han visto cómo los recién llegados empeoraban la seguridad de sus calles e imponían un peso insoportable sobre sus sistemas de prestaciones sociales. Los mismos que, supuestamente, venían a “pagar nuestras pensiones” están pensionados en buena medida, y su incorporación al mundo laboral es mínima.

Todo esto lo vio Viktor Orbán en su momento, cuando fue el primero en negarse a aceptar la ‘cuota’ de refugiados presuntamente sirios que Bruselas le había adjudicado. Las razones de su negativa siguen siendo las mismas que hoy: “Porque este es nuestro país”, dijo, con simplicidad desarmante, en reciente entrevista con la estrella de la Fox Tucker Carlson. “Esta es nuestra población, esta es nuestra historia, este es nuestro idioma. Por supuesto, si estás en problemas y no hay nadie más que los húngaros cerca, te ayudaremos. Pero no puedes decir sencillamente: ‘bueno, es un bonito país, me gustaría instalarme aquí, porque es una vida más agradable’. No es un derecho humano instalarse aquí. De ningún modo, porque es nuestra tierra. Es una nación, es una comunidad, familias, historia, tradición, idioma”.

En la misma entrevista, Orbán explica con igual sencillez la esencia de su enfrentamiento con sus socios europeos: “Muchos países europeos decidieron abrir un nuevo capítulo en su propia historia” para crear “una sociedad postcristiana y postnacional. Están firmemente convencidos de que si se mezclan diferentes comunidades, incluso si es un enorme número de, digamos, comunidades musulmanes, con la población original (digamos, de raíz cristiana), el resultado será positivo”.

Orbán no niega esa posibilidad ni la considera ilegítima: simplemente, no es la suya. “No podemos saber si será positivo o negativo, pero me parece muy arriesgado, y la posibilidad de que no salga bien, de que salga muy mal, es obvia”. Y concluye, con palabras que resumen el reto al que se enfrentan hoy las sociedades europeas: “Cada nación tiene derecho a asumir o rechazar ese riesgo. Nosotros, los húngaros, hemos decidido no asumir el riesgo de mezclar nuestra sociedad. Esas es la razón de que ataquen a Hungría con tanta dureza. Y esa es la razón de que yo tenga tan mala fama”.

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