Nadie entiende mejor la verdadera dimensión de la iberosfera que los artistas. El intercambio musical entre América Latina y España que hoy vemos natural, por compartir lengua, historia y cultura, era casi inexistente a mediados del siglo pasado. Y lo seguiría siendo unas décadas más sino fuera por contadas pero exitosas excepciones: el paradigma, Julio Iglesias, que en 1968 compuso La vida sigue igual durante la convalecencia de la lesión que le obligó a dejar el fútbol profesional, triunfó aquí y allá, y todavía hoy es tributado como el artista latino más exitoso de todos los tiempos.
Pero detengámonos un instante en el pop rock. Técnicamente Moris no es el primero en triunfar con su rock a ambos lados del Atlántico, pero cuando abandonó Buenos Aires para sobrevivir en el Madrid de los 70 trazó con claridad una ruta hasta entonces confusa que con el tiempo se ha convertido en un riquísimo caudal. A Moris se le olvidó demasiado pronto en España pese a su Fiebre de vivir, pero grupos como Enrique Urquijo y Los Problemas, Miguel Ríos o Los Rodríguez, que versionaron Sábado a la noche, o Loquillo, que hizo lo propio como Rock de Europa, han mantenido vivo su legado. Prueba de ello es la cantidad de artistas que se unieron en 2015 a Ariel Rot para recordar a Moris en La ciudad no tiene fin, interpretada para la ocasión por voces como Rosendo, Lichis, David Summers, Marwan, y Álvaro Urquijo entre otros.
No es casualidad que se me haya cruzado ahora en el camino Ariel Rot. El guitarrista argentino del rock español llegó a Madrid en 1976, un año después lo haría Alejo Stivel. En España se aliaron con el guitarrista Julián Infante para formar Tequila, que en solo seis años de vida revolucionó la escena rock iberoamericana con canciones como Rock and roll en la plaza del pueblo, Dime que me quieres, Me vuelvo loco, o ¡Salta! Décadas después, siguiendo la estela de Ariel Rot, Andrés Calamaro desembarcó en la España de 1990 para detonar un bombazo musical llamado Los Rodríguez, que invadió radiofórmulas españolas y latinoamericanas tan pronto como lanzaron su segundo disco, Sin documentos, uno de los más exitosos de la historia del rock español internacional.
Sin embargo, el éxito abrumador de Los Rodríguez, en donde el talento compositor de alguien tan bonaerense como Calamaro confirmó una vez más el potencial del español como idioma artístico de comunicación global, llegó en una década en la que el intercambio musical entre España y América Latina brillaba en esplendor. Imposible no mencionar que fue en 1987 cuando Joaquín Sabina lanzó su quinto disco, Hotel, dulce hotel, ampliando su popularidad española a un festival de giras y recintos llenos hasta la bandera en América Latina, algo que continuará hasta hoy, quizá porque de la Calle Melancolía al barrio de la alegría todos quieren mudarse por igual, sea en Madrid o en Buenos Aires.
La influencia latina que trajeron Los Rodríguez al pop español de los 90 se convirtió casi en un género aparte que explotarían con inagotable éxito muchas otras bandas después, como hizo Seguridad Social con su inteligente pirueta del punk al rock latino de Quiero tener tu presencia, o de un modo aún más natural el recientemente fallecido Pau Donés y todo el son cubano que escondieron desde el inicio las composiciones de su Jarabe de Palo, como poco después lo haría también Café Quijano.
Pero el caso de Calamaro es especialmente interesante porque al poco tiempo de llegar a Madrid solía insistir en las entrevistas en que Los Rodríguez no querían “ser otro grupo de rock argentino”. Sea porque venía cansado de su intensa vida musical en Buenos Aires previa a Los Rodríguez, o porque no quería reeditar el triunfo un tanto extravagante de Tequila en los 70, el artista se afanó en encontrar un lugar personal, concibiendo la cultura española como algo propio desde el primer día. Es probable que, en el mundo artístico, pocos latinoamericanos hayan comprendido mejor lo español que Andrés Calamaro, quien en repetidas ocasiones ha declarado su amor a España y a su cultura, y en los momentos más complicados de nuestra democracia no ha tenido reparos en gritar “¡Viva el Rey”! o celebrar la españolidad de Cataluña desde los escenarios, alérgico como es a toda corrección política e incansable militante del batallón de libertades individuales.
En el sector musical, el potencial del idioma hoy, con el mundo digitalizado, es igual de intenso, pero más veloz
El recorrido inverso al éxito de Andrés Calamaro en España lo representan bien los Hombres G, cuando el productor Paco Martín decidió probar suerte con ellos en América Latina, a mediados de los 80. Tras el éxito inmediato en Perú en 1986, el grupo español obtuvo discos de Oro y Platino en Colombia y Venezuela, culminando a finales de la década la expansión por la locura fan del pop español con su entrada en el mercado mexicano.
Si Hombres G siguen juntos hoy y llenando enormes recintos en España y América Latina es gracias al empuje latinoamericano que fue crucial para el regreso de la banda tras el cambio de siglo. Porque, aunque habían decidido tomarse un descanso en 1992, el mercado latinoamericano seguía demandando por millones sus discos. Más aún: cuando David Summers decide grabar su primer disco en directo en solitario en 1998, no lo hace en Madrid, sino en el Teatro Metroplitan de Ciudad de México, donde miles de enfervorizados fans todavía coreaban sin nostalgia Te necesito, Sufre mamón o Un par de palabras.
Junto al fenómeno internacional de Alejandro Sanz despertó también la globalización musical de los ritmos típicamente latinos que, si bien con heterogéneo éxito estético, no es posible dejar de mencionar a quienes en las últimas décadas no han dejado de alimentar la listas de ventas españolas
Más o menos por la misma época, otro grupo español se convertía en icono del rock iberoamericano, Héroes del Silencio, en un matrimonio artístico que se mantendría estable durante décadas, también en la actual carrera en solitario de su líder, Enrique Bunbury.
La eclosión del fenómeno fan de Hombres G en Latinoamérica fue asombrosa, pero no exclusiva, porque en aquel 1986, con Entre el suelo y el cielo, Mecano saltaba a lo grande sus propias fronteras para arrasar en América Latina y Estados Unidos. Una vez más, la universalidad de la sencillez del pop y las composiciones de dos grandes talentos como los hermanos Cano, propiciaban que temas como Me cuesta tanto olvidarte emocionaran por igual a españoles, argentinos, peruanos y mexicanos. Años después de la disolución de Mecano, Ana Torroja volvería a triunfar en solitario en América Latina en una gira mundial en la que estuvo acompañado de otro de nuestros artistas más populares allí, Miguel Bosé.
En el sector musical, el potencial del idioma hoy, con el mundo digitalizado, es igual de intenso, pero más veloz. Los grandes éxitos españoles del siglo XXI ya solo se miden por su reflejo americano, un examen que han superado con nota desde Pereza y Leiva hasta El Canto del Loco, pasando por La Quinta Estación -que causó furor en México-, y por supuesto, Alejandro Sanz, que su disco Más, de 1995, no solo es el más vendido de la historia musical de España, sino que se estudia en la universidad de Berkeley como uno de los más influyentes de la historia de la música.
Junto al fenómeno internacional de Alejandro Sanz despertó también la globalización musical de los ritmos típicamente latinos que, si bien con heterogéneo éxito estético, no es posible dejar de mencionar a quienes en las últimas décadas no han dejado de alimentar la listas de ventas españolas. Son artistas como Gloria Estefan, Shakira, o Juanes, que transitaron los mismos senderos de la fama entre dos mundos antes recorridos por Celia Cruz, Juan Luis Guerra, José Feliciano, o Juan Gabriel, que a su vez se habían encontrado en el camino hacia la cima de la popularidad a nuestros Raphael, José Luis Perales, Rocío Dúrcal, o Camilo Sexto.
Pero, en definitiva, la clave más precisa a todo este intercambio cultural y musical tal vez nos la dio Loquillo hace unos cuando años cuando se plantó en Lima para una minigira por varios países de América Latina, y declaró a la prensa que, compartiendo el idioma y la cultura, tiene mucho más sentido que un cantante barcelonés de rock español actúe en el corazón de Perú antes que hacerlo en Memphis o Tennessee.