El ataque con drones con que Washington respondió al atentado mortal en el aeropuerto de Kabul, donde murieron más de un centenar de personas, incluyendo trece marines, destruyó un vehículo del ISIS-Jorasán (ISIS-K) que se dirigía al mismo lugar para repetir un ataque terrorista.
El Capitán Bill Urban, del centro de mando norteamericano, confirmó el sábado que “fuerzas militares de Estados Unidos han dirigido hoy un ataque aéreo no tripulado contra un vehículo en Kabul, eliminando una amenaza inminente del ISIS-K contra el Aeropuerto Internacional Hamad Karzai. Tenemos plena confianza en haber alcanzado con éxito nuestro objetivo”.
Según ha informado la agencia Associated Press, dos oficiales norteamericanos, que han declarado en condiciones de anonimato sobre las operaciones militares, calificaron de éxito la operación y aseguraron que el vehículo atacado transportaba a varios terroristas suicidas.
Urban, de la Armada, portavoz del Mando Central, aseguró que había sido una situación de defensa propia, y que estaban examinando si se habían producido bajas civiles, algo que parece descartado hasta el momento. Además, Urban añadió que varias explosiones adicionales en el vehículo indicaban que este transportaba una cantidad considerable de material explosivo.
Zabihullah Mujahid, portavoz del gobierno talibán, confirmó a la prensa la versión dada por el Ejército norteamericano y proporcionó algunos detalles adicionales.
La Casa Blanca confirmó los datos sobre el ataque aunque, por primera vez desde la llegada de Biden a la Presidencia, algunas voces de la prensa convencional han expresado sus dudas sobre la vericidad de la versión ofrecida por el Pentágono.
En la misma nota, supuestamente de la mano de Joe Biden, el presidente advierte que la inteligencia norteamericana considera “altamente probable” que se produzcan nuevos ataques contra objetivos norteamericanos en los próximos días.
El anuncio vuelve a poner de manifiesto la incompetencia criminal de una Administración que ha efectuado una retirada, tras veintiún años de ocupación, de la peor manera imaginable. Si una potencia tiene que retirarse de un territorio extranjero potencialmente hostil y largamente ocupado, lo último que se desaloja es una fuerza necesaria para proteger toda la operación y poder evacuar con seguridad el personal civil y a los aliados en peligro, además de documentación comprometida y material bélico que pueda caer en manos del enemigo potencial. Se hizo exactamente lo contrario.
El lugar perfecto, el último que debería haberse abandonado, es la formidable base de Bagram, una fortaleza enorme e inexpugnable que hubiera garantizado un poder disuasorio esencial para garantizar una retirada ordenada. Según el propio Biden, Bagram se abandonó por consejo de la inteligencia militar, aunque posteriormente se negó a responder cuál era la razón de tan extraña decisión.