«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
El castrismo no podía permitirse el lujo de ser la única tiranía en la región

La Nicaragua de Ortega es el triunfo de Fidel Castro sobre Carlos Andrés Pérez

El dictador cubano Fidel Castro, junto a uno de sus discípulos en la región, el tirano nicaragüense Daniel Ortega. Reuters

Lo que se ve de Nicaragua hoy es el lamentable detritus de años de desechos políticos, nacionales e internacionales, bilaterales y multilaterales, que convirtieron a Centroamérica en terreno fértil para la colosal desgracia que hoy vemos en tiempo real.

Como si Miguel Ángel Asturias y su novela “El señor presidente” fuesen el punto de partida, la región ha pasado de los dictadores agropecuarios a los socialistas abyectos como Ortega o los dictadores milenials como Bukele. Y todo esto tiene unos detalles que convierten la historia en una de las más trágicas que se conozcan en tiempos modernos en todo el continente.

Una revolución de intelectuales

La izquierda suele ser siniestra, pero a veces también tiene una candidez que no se explica sin tomar en cuenta a los románticos utópicos que ven al “otro mundo posible” como una realidad alcanzable a través de la poesía armada, de la literatura de combate, con un fusil que lleva una flor en el cañón. Esa estupidez poco a poco fue mutando y cambió el fusil con flores por un puño con rosas, pero siguió siendo estupidez.

De esas supercherías se nutrió el vasto movimiento popular contra la dictadura de los Somoza. Estamos hablando de unos decimonónicos dictadores de raigambre rural, bananera y caudillista, de esos que nos dejó en Iberoamérica la independencia mal asimilada, con naciones mal construidas caídas en manos de chafarotes.

Poetas, periodistas de izquierda, sacerdotes infectados de Teología de la Liberación, artistas de distinto signo. Ciudadanos de a pie, sometidos a las inclemencias de vivir en un país donde la tierra es propiedad de un puñado de personas que someten a las mayorías a condiciones feudales de vida. Y un país en manos de una familia que gobierna por décadas. Es un escenario servido para estallar, por supuesto. Y estalla.

El asesinato de Augusto César Sandino fue quizás el crimen fundamental de “Tacho” Somoza. Tan temprano como en 1934, en medio de las acciones de empresas agropecuarias estadounidenses afincadas en Centroamérica, el control que desde EEUU se imponía sobre Centroamérica tenía dos fundamentos, poco evaluados por quienes analizan el desastre de la zona.

En primer lugar, desde 1903 el gigante norteño asume la construcción del canal de Panamá, finalmente puesto en marcha en 1913. La monumental obra se convierte incluso el día de hoy, en el curso fundamental que asegura el impulso comercial a través de la navegación de una Nación que arrastraba desde la Guerra de Secesión el inmenso problema de asentar sus industrias en el norte y sus materias primas en el sur.

Una cosa llevaría a la otra. El paso marítimo conllevaría la revalorización de las tierras de Centroamérica, pues sería más fácil la introducción de productos a todo el territorio de los EEUU. Así, llegan las grandes empresas agropecuarias norteamericanas, fundamentalmente fruteras, a comprar, arrendar y administrar vastas extensiones de terreno fértil para la exportación. Todo esto, en pacto con los terratenientes locales que administraban el país desde su independencia de España.

Con todo eso, la mesa servida para la propaganda de la izquierda: terratenientes, yankees invasores, campesinos oprimidos. Una Revolución es posible.

El mártir fue Augusto César Sandino, asesinado en 1934 por el fundador de la dinastía Somoza, cuando aún no accedía a la presidencia. Lo haría en poco tiempo. Y con el tiempo, ese asesinato le daría a la izquierda un mártir al cual convertir en movimiento. Entre guerrilla y poesía, surgió el Frente Sandinista de Liberación Nacional.

Lo que pudo ser y no fue

El Frente Sandinista tenía como caras visibles a soñadores e intelectuales que hablaban de cosas bonitas y utópicas. Pero estaban armados. Aunque en desventaja.

Cuando empezó a hacerse cada vez más visible la incapacidad de los Somoza para mantener el control del país, surgieron los problemas para EEUU. A “Tacho” Somoza lo asesina un poeta en 1956 y lo sucede su hijo Luis, quien luego cede el poder a su hermano menor “Tachito” Somoza. Manteniéndose con sangre en el poder y con mucho latrocinio, siguió dándole argumentos al Sandinismo.

Con el avance de la democratización de la región en los años setenta y con las debilidades en EEUU luego de los escándalos de la administración Nixon, la llegada de Carter al gobierno alineó los planetas a favor de los planes del socialismo y obviamente se eclipsó definitivamente la estrella del clan Somoza y sus crímenes infinitos. Vía libre para que se financiara desde el extranjero al Frente Sandinista, con dos actores fundamentales: Carlos Andrés Pérez en Venezuela y Fidel Castro en Cuba. Armas y pertrechos e inclusive tropas y respaldo logístico, fortalecieron al movimiento antidictatorial, que tomó un impulso mayúsculo con el asesinato del periodista y editor Joaquín Chamorro. Las cartas estaban echadas.

Carlos Andrés Pérez vs Fidel Castro

Mientras el presidente venezolano mantenía la política de combate a las dictaduras militares en la región, Fidel Castro mantenía la política de promover guerrillas y apoyar a regímenes de izquierda para radicalizarlos y combatir a los Estados Unidos. Tiempos de guerra fría y dictaduras, vieron en Centroamérica sus peores años. Mientras Pérez buscaba respaldo a movimientos democráticos, Fidel enviaba tropas élite. De hecho, en el comando de Edén Pastora “Comandante Cero” el lugarteniente era Antonio De La Guardia, el coronel mellizo luego fusilado en la “Causa N° 1” del ’89 en Cuba.

Y la infiltración, especialidad de Fidel, rindió sus frutos cuando al movimiento de intelectuales, poetas, sacerdotes y periodistas “comprometidos con la causa”, se les va paulatinamente desplazando de la primera fila por los que tenían los fusiles. De forma progresiva pero sostenida, la política dejó de comandar a los fusiles, y se impuso la “ley del hierro”. Así, se imponen los hermanos Ortega como los máximos jefes del país. Obviamente, eso solo significaba la negación de la democracia y en medio del contexto internacional, la imposición de la guerra.

El regreso de Carlos Andrés Pérez al poder en 1989 llega en medio de la disolución del socialismo real, pero con Fidel aún ahí y Centroamérica aún ardiendo. Fue él, desde su segunda presidencia, quien comprendió la realidad geopolítica que aún hoy se niegan a entender muchos: mientras haya una sola dictadura en la región, no habrá paz ni democracia nunca, pues los regímenes de terror solo promueven sus prácticas y establecen aliados para poderse mantener. Fidel no podía permitirse ser el único dictador de la región pues se exponía a un concierto de naciones para su expulsión. Por eso, hizo lo que hizo. Y lo logró.

Pero fue en Caracas donde se fraguó el apoyo a la Unión Nacional Opositora y la candidatura de Violeta de Chamorro, la viuda del mártir periodista. Con dinero de la partida de gastos secretos del Ministerio del Interior, se financió la protección de la presidenta electa y otras actividades en resguardo de la democracia en Nicaragua. ¿Por qué? Porque no habría democracia segura si en cada país de la región se permitía que regímenes socialistas se entronizaban. Pérez lo entendió así y tenía razón.

La historia es trágica: en 1992 dos golpes de estado encabezados por Hugo Chávez y factores castristas irrumpen contra el gobierno de Pérez. Luego, una conjura de poderes fácticos empezó la labor de acoso y derribo en su contra. La izquierda llevaba la batuta con sus intelectuales, sus periodistas, sus parlamentarios y sus cómplices de la política corrupta, harta de las medidas económicas que obligaba a un empresariado parásito a ser productivos en un entorno de libertades económicas.

¿Qué se usó contra Carlos Andrés Pérez? La utilización que se le había dado a la partida secreta del Ministerio de Relaciones Interiores de Venezuela para financiar la seguridad de la presidenta Chamorro en Nicaragua. Es decir, una acción de seguridad hemisférica que redundaba en el apoyo a la democracia en la región, fue el origen del juicio contra Pérez, que finalmente lo saca del poder.

Explícitamente: a Pérez lo juzgan y lo sacan del poder por ayudar a Violeta de Chamorro a no ser derrocada por los Ortega, aliados de Fidel.

Cinco años después de ese barbaridad, Hugo Chávez, hijo de Fidel, llega al poder en Venezuela.

Y seis años después de la llegada de Chávez al poder en Venezuela, Daniel Ortega volvió al poder en Nicaragua, financiado por la chequera petrolera venezolana, con el barril de petróleo a más de 100 euros por barril.

Cuando se conoce esta historia y se evalúan los resultados, podemos finalmente darnos cuenta de una inmensa verdad: el triunfo del socialismo criminal en América fue construido a pulso por unos criminales, pero permitido por actores internacionales ineptos.

A veces, la democracia no tiene ni quien le escriba ni quien la defienda. Pero ahí en las calles de Nicaragua, vemos las consecuencias.

Fondo newsletter