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MIENTRAS SE RECORTAN LIBERTADES

La reacción histérica al virus y el pleno poder (ya casi irrenunciable) de los gobiernos

Una sanitaria con la pantalla protectora. Europa Press

Es indudable que, desde hace dos años, el mundo se encuentra en una crisis sin precedentes. De todas las grandes economías mundiales, solo una -China, con un 2%- experimentó un crecimiento del PIB; todas las demás vieron decrecer su producción seriamente.

Uno de cada tres habitantes del planeta perdió su puesto de trabajo o su negocio durante los confinamientos, y la mitad vio cómo se reducían sensiblemente sus ingresos, según un reciente estudio del gigante de la demoscopia Gallup. Los niños perdieron esencialmente un curso entero, y el Banco Mundial estima en un centenar de millones las personas que han entrado en la pobreza en este horrible periodo.

En casi todos los países democráticos se han recortado drásticamente los derechos y libertades, los gobiernos han ganado poderes a los que difícilmente van a renunciar y, no menos interesantes, también han ganado riqueza y poder las principales fortunas y las grandes multinacionales, a costa de las pequeñas y medianas empresas.

Por el covid. Ese es el mantra, el añadido, la coda a cualquier mala noticia que oímos en la prensa: «…a consecuencia de la pandemia». Solo que no es cierto en absoluto.

Si todas las malas noticias que hemos esbozado fuera exclusivamente consecuencia de la pandemia, la gravedad sería en todas muy similar, y vemos casos, como el de España, donde los números -económicos y sanitarios, por no hablar de los recortes de libertades- han sido sustancialmente peores que en países vecinos.

No, el verdadero daño no ha sido una consecuencia directa de un virus que, si bien real y preocupante, nunca ha sido ese trasunto de la Peste Negra que han querido vendernos y que, a día de hoy, ha mitigado en mucho su virulencia y es cada día más tratable, con terapias más eficaces, reduciendo la mortalidad a cifras perfectamente manejables.

El verdadero daño ha sido la reacción al virus, absolutamente demencial, condicionada por el pánico provocado.

Los primeros responsables han sido los medios de comunicación convencionales. Los periodistas, desde el principio (en España, desde después del aquelarre feminista promocionado por el Gobierno socialcomunista), han elegido presentar preferentemente las estadísticas y estudios más alarmantes de todos los posibles: los hospitales iban a colapsar, la mortalidad del virus se anunciaba como de 50 veces superior a la de la gripe estacional, se mostraban a todas horas escenas de caos hospitalario y anécdotas alarmistas.

El pánico se desató ya a calzón quitado con la publicación, en marzo de 2020, de un modelo informático del Imperial College de Londres que preveía 30 pacientes covid por cada cama de UCI disponible y 2,2 millones de muertos en Estados Unidos para el verano de aquel año. El demencial estudio -muy similar a las proyecciones climáticas, por cierto-, que no se ha cumplido ni de lejos, se convirtió, sin embargo, en el consenso y en la plantilla para todas las noticias sobre la pandemia.

Las reacciones histéricas de los gobiernos no solo llevaron a derrochar millones en tratamientos contraproducentes (como los respiradores, de los que salían vivos dos de cada diez pacientes), sino que se tradujeron en medidas draconianas de muy cuestionable utilidad sanitaria -distancia social, confinamientos, cierres, mascarillas- y con un perjuicio evidente e inmediato en la vida de los ciudadanos.

Todo este clima de histeria llevó a la aprobación de emergencia de supuestas vacunas, tratamientos génicos que no han cumplido los estrictos requisitos para la autorización de nuevos fármacos y cuyos efectos a largo plazo se ignoran por definición. Si la extensión, la gravedad y la mortalidad de la covid justifica o no esta precipitación es debatible, pero lo es menos el esfuerzo concertado en todo el mundo de los gobiernos para hacerla obligatoria, contraviniendo así multitud de leyes y tratados internacionales.

El pánico es un fenómeno peligroso, que lleva a la ceguera y la irracionalidad, y así nadie ha sido capaz de extraer conclusiones, por ejemplo, de los países y estados que apenas han aplicado restricción alguna o que las han levantado hace meses sin que su situación sanitaria sea peor que la de los países con condiciones más estrictas.

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