Estados Unidos está alcanzando a toda velocidad su «punto Ruanda» de división y odio ideológico indisimulado, ese que en tantas ocasiones en la historia ha precedido un enfrentamiento civil violento.
Así, el ambiente en la palestra pública está lo bastante cargado como para que todo un director del departamento de Raza y Equidad de la prestigiosa Universidad de California, Los Ángeles, (UCLA), Jonathan Perkins, haya podido escribir en Twitter: «Nadie quiere admitir abiertamente que todos esperamos que Clarence Thomas se muera. Con independencia de lo que nos digamos a nosotros mismos».
El juez Clarence Thomas, de 74 años, único negro en el Tribunal Supremo por el momento, tuvo que ser recientemente hospitalizado por una enfermedad respiratoria no especificada y que, como puede comprobarse, muchos progresistas esperan que sea fatal.
Y es que Thomas es conservador. Y católico. Lo peor. Y su muerte daría al presidente Joe Biden la oportunidad de nominar a un nuevo juez de este tribunal de nueve miembros cuyas decisiones son inapelables y se imponen a cualquier otra instancia de poder, rompiendo así la exigua mayoría conservadora lograda en tiempos de Trump, que pudo nombrar a tres de sus actuales miembros. Biden ha nominado a una nueva juez en sustitución del juez Breyer, que se jubilaba, Ketanji Brown Jackson, pero su nombramiento, si supera el proceso de aprobación en el Senado, no altera la balanza porque viene a sustituir a otro progresista.
Thomas no es meramente un conservador, sino un excelente jurista y un hombre de principios que ha destacado en las últimas decisiones del tribunal por situarse incluso a la derecha de sus colegas conservadores, más tibios ideológicamente de lo que se prometía en principio.
La UCLA defiende a su director
Y todo esto, por lo visto, hace lícito desearle la muerte desde instancias oficiales del estamento «woke» estadounidense. Sobre todo porque la UCLA, que recientemente disciplinó a un estudiante por declaraciones polémicas, ha defendido, sin embargo, el derecho de Perkins a expresar puntos de vista tan llenos de odio. Y no deja de ser irónico que precisamente el departamento que dirige Perkins haya defendido ardientemente en los últimos años posturas abiertamente contrarias a la libertad de expresión para justificar la censura y los códigos de lenguaje.
Perkins añadió a su vomitivo comentario que le parece «tonto» sentir reparos a desearle la muerte a alguien, y que «el Tío Thomas (en alusión a ‘La Cabaña del Tío Tom’) es un símbolo sexista que se ha comprometido a hacernos a todos partícipes en su infelicidad y en la de su traicionera esposa».
Anna Spain Bradley, vicerrectora de Equidad, Diversidad e Inclusión de UCLA, declaró que «este tuit no refleja mis puntos de vista ni los de UCLA», pero añadió que, en cualquier caso, «sigo apoyando el derecho de Perkins y otros profesores y estudiantes a hablar libremente en las redes sociales. El suyo ha sido un punto de vista personal expresado fuera de la escuela».
La hipocresía se sale de las gráficas, sobre todo conociendo cómo ha reaccionado implacable la UCLA ante opiniones ‘non sanctas’ para el régimen. El año pasado, el atleta de la UCLA Chris Weiland fue despedido del equipo de campo a través y atletismo después de que apareciera en las redes sociales un video de él haciendo comentarios supuestamente «racistas, sexistas y homofóbos», mientras hablaba con su madre.