En las últimas semanas, coincidiendo con la aprobación en España de una ley trans que convierte el ‘porque yo lo valgo’ en categoría jurídica, invierte la carga de la prueba y pretende hacer de los deseos realidades, hemos asistido a tres noticias que nos permiten atisbar lejanamente qué futuro nos prepara la imposición mundial de la ideología de género.
La primera fue una anécdota, pero una anécdota significativa, relativa a la propia ley. En Murcia, grupos de feministas radicales que se manifestaban contra la ley en Murcia acabaron a bofetadas con un colectivo transgénero. La cosa no pasó a mayores ni llegó la sangre al río, aunque si la violencia se hubiera generalizado, tengo para mí que las feministas se hubieran llevado la peor parte.
La razón del enfrentamiento es obvia: si ser varón o mujer es una pura elección, sin una base biológica real, ¿qué sentido tiene hablar de ‘la lucha de la mujer’? De hecho, muchos observadores presentaron el debate en la cámara como un pulso entre Carmen Calvo, adalid de las TERFs (feministas radicales transexclusionarias), e Irene Montero, promotora de la ley y campeona de los y las y les transgéneros.
Para las feministas, es como si el Patriarca hubiera levantado su horrible cabeza y hubiera exclamado: “Los varones podemos ser mejores en todo que las mujeres, incluso en ser mujeres”.
O en los aspectos más estereotipados y frívolos de ser mujer, como muestra el caso de la ganadora del concurso Miss Nevada, Kataluna Enríquez, que no nació llamándose exactamente Kataluna. Es la primera vez que pasa en aquel país atrasado, pero en España ya tuvimos nuestra miss nacional en 2018, Ángela Ponce, rompiendo así un curioso ‘techo de cristal’.
Pero en año olímpico, quizá la tercera noticia sea aún más significativa: Nueva Zelanda participará en la categoría femenina de levantamiento de peso con una atleta que lleva poco tiempo como mujer, Laurel Hubbard. Porque si es de esperar que casos como el de Ponce o Enríquez sigan siendo anecdóticos, no sucede lo mismo con el deporte. De hecho, estos últimos años, desde que las federaciones dieron luz verde a hombres biológicos que dicen ser mujeres en categorías femeninas, buena parte de las recién llegadas han pulverizado récords, desanimando de paso a muchas aspirantes.
El caso encierra todo el ridículo del régimen que ahora nos imponen. Que los varones somos, de media, más fuertes y rápidos que las mujeres es una realidad que todo el mundo conoce y que ahora todo el mundo tiene que fingir ignorar. Ver a Hubbard en el podio felicitada por las medallas de plata y bronce (si sucede, que sucederá salvo accidente) mientras el locutor pondera el buen momento que vive el deporte femenino puede ser la escena más soviética e involuntariamente cómica de los tiempos que vivimos.
Hubbard, de 43 años, se dio cuenta de su verdadera naturaleza de género relativamente tarde, en 2012, después de haber fracasado en su intento de llegar a la primera fila en su especialidad. Como levantador de pesos varón, Hubbard no era malo, pero estaba lejos de los plusmarquistas. Como Laurel, en cambio, bate todos los récords y no tiene rival en el mundo entero.