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CRÓNICA DESDE MANAGUA

Nicaragua, una bomba a punto de estallar

Rotonda en Nicaragua en homenaje a Hugo Chávez. JOVEL ÁLVAREZ

Basta con escuchar a quienes –con temor y en voz baja– te dicen lo que ven venir para noviembre, una vez Daniel Ortega se robe las elecciones presidenciales. “Un detonante”, le dicen algunos. “Una rebelión”, anticipan otros. “Guerra civil”, afirman los más osados.

La periodista mexicana Magdalena García de León fue la enviada especial de Televisa al conflicto nicaragüense en 1979, cuando el Frente Sandinista de Liberación Nacional intentaba derrocar la dictadura de Anastasio Somoza Debayle. Años más tarde, ella recordaría que “todos los días íbamos a la guerra y regresábamos a la paz. Nos hospedamos en una población que es nada más de tránsito, que se llama Liberia, en Costa Rica y estaba a una hora de la frontera. El camarógrafo se iba conmigo, cargábamos entre los dos el equipo porque el ayudante se iba a San José a mandar el material, porque de ahí (Nicaragua) no había manera de mandarlo. Ni satélite ni nada”.

Todo ha cambiado desde entonces. Liberia ya no es una población de tránsito. En Nicaragua gobiernan los sandinistas que en aquel momento eran disidencia. Paradójicamente terminarían convirtiéndose en la versión revisada y aumentada de lo que tanto deploraron.

El periodismo ahora se hace de una manera muy distinta. Los camarógrafos ya no son indispensables en estas circunstancias, y el material se puede enviar desde cualquier punto que tenga buena conexión de internet.

Solo una cosa no ha cambiado con respecto al relato de García de León: Costa Rica sigue siendo un país de paz, y Nicaragua sigue siendo un país en guerra, aunque el enfrentamiento armado esté en pausa.

Actualmente, entrar a los dominios de Daniel Ortega siendo periodista comporta riesgos importantes. Decidimos intentarlo esperando que –en el más positivo de los escenarios adversos– me prohíban la entrada.

Voy solo y sin equipos. Buscaré lo necesario en Nicaragua. Tengo previstos dos días de trabajo y al tercer día regresar a Costa Rica –mi país–.

Una vez cruzada la línea de frontera (Peñas Blancas) envío mi ubicación en tiempo real a jefes, familiares y un par de amigos. No muchos saben del viaje.

En Costa Rica son bastante conocidas las dificultades que se viven en Nicaragua. Los más de 300 mil nicaragüenses que viven en territorio tico se han encargado de hacernos saber cómo ha mutado la realidad del país en sus diferentes épocas.

La migración más reciente ya no habla solo de dificultades económicas –siempre ha habido miseria en Nicaragua –, sino de persecución política descarnada e incesante.

De Peñas Blancas a Managua siguen tres horas de camino. Una vez en la capital, un episodio nuevo está por definirse: la logística. Coordinar el transporte es complicado.

La periodista nicaragüense-costarricense Lucía Pineda me lo había comentado: muchos taxistas son sandinistas. De llevarme a la sede de un partido político o un medio de comunicación crítico al régimen, su denuncia sería inmediata.

He decidido quedarme en un hotel, pues, pese a tener amigos y conocidos en el país, la división en las familias nicaragüenses es tal que mientras una madre te recibe con los brazos abiertos, su hijo puede ser quien te delate.

Finalmente me toca coordinar el transporte con los opositores con quienes me reuniré. Todo el trabajo se hará con celulares.

Pasan por mí miembros del partido Ciudadanos por la Libertad (CxL). Me habían advertido de la presencia de policías a las afueras de la sede. Bajo con mascarilla negra y lentes oscuros para evitar que mi rostro salga en las fotografías que –desde el otro lado de la calle, con sus celulares y como paparazzis principiantes– me toman los oficiales sandinistas. Aún con la flagrante violación a la privacidad, hoy hemos tenido suerte: a veces paran a quienes desean entrar a la sede del partido, les piden sus documentos y envían el reporte de la entrada a sus jefes.

En Venezuela ya había visitado la sede del opositor partido Vente. Alguna vez vi una patrulla de la policía política a las afueras, pero nunca me tomaron fotografías de una forma tan descarada.

Nuestro viaje a Nicaragua se decidió con apenas dos entrevistas pre-confirmadas. Dos dirigentes opositores que –todavía– no han sido detenidos por Ortega: Kitty Monterrey, la presidenta de CxL y Alfredo César, presidente del ya inhabilitado Partido Conservador.

Es difícil coordinar una agenda de entrevistas en estas circunstancias, cuando todos los sujetos de interés se encuentran bajo asedio policial y con la amenaza de su detención más latente que nunca.

Monterrey y César tienen posiciones encontradas: ella –presidente del único partido autorizado por la dictadura para contender en los comicios– insiste en presionar para lograr garantías democráticas que permitan participar en las elecciones. Él, en cambio, considera imposible participar en las circunstancias actuales y hace un llamado a la abstención.

Pese a que los encuentros con ambos dirigentes eran los únicos pautados, logramos otros dos que comportan riesgos importantes: primero con Lesther Alemán, un joven nicaragüense que en 2018 confrontó a Ortega durante el “Diálogo Nacional”. El estudiante ha sido objeto de numerosas críticas por parte de sectores opositores que lo consideran como un oportunista en busca de atención.

Alemán se encuentra en clandestinidad, por lo que me dice que no puede salir del lugar donde se encuentra. En cambio, coordinamos un transporte que me llevará hasta donde está él.

Por motivos de seguridad no puedo comentar nada al respecto, pero tras un largo viaje llegamos al punto donde una pared blanca esperaba para ser el fondo de nuestra entrevista. Alemán afirma haber preparado a su familia para dos escenarios: su encarcelamiento y su muerte.

La última entrevista de este periplo se da con la madre de un preso político. El dolor de esa mujer es tan grande que logra el único momento de quiebre que he tenido en el viaje.

Miedo. Siempre miedo. No pude hacer una sola entrevista en la calle. No pude grabar ningún video con un sitio emblemático de fondo, como tantas veces lo he hecho en coberturas especiales. Hacer el intento habría significado, cuando menos, una revisión por parte de alguno de los cientos de policías desplegados por la ciudad.

Después de cada entrevista he enviado el material a mis jefes para borrarlo de mis equipos. “Si me detienen, que no se pierdan las entrevistas”, es mi pensamiento constante.

Aquí en Managua parece no haber un punto ciego. Siempre te están viendo. Incluso el difunto y nefasto Hugo Chávez tiene presencia en esta ciudad mediante una imponente rotonda iluminada con los impuestos de los nicaragüenses.

¡Cuánta cobardía! ¡Cuánto dolor ha procurado Ortega para este país! Laura Chinchilla, expresidenta de Costa Rica, llamó recientemente al tirano “pendejo”. En nuestro país esa palabra significa “cobarde”, no “imbécil”, como en Nicaragua. Sin embargo, ambas acepciones le hacen justicia al dictador socialista.

Había venido a Nicaragua en dos ocasiones anteriormente. Siempre de un día para otro. Nunca con el tiempo suficiente para conocer. En esta, mi estancia más larga (de 3 días) no hubo tiempo de nada y me voy del país con la certeza de que no podré cumplir con mi anhelo de conocerlo mientras Daniel Ortega esté en el poder. Lo mismo que me ocurrió en Venezuela.

Al cruzar nuevamente a Costa Rica mi alma respira aliviada. Siento un agradecimiento infinito por ser costarricense y tener un país donde mi trabajo no es un delito.

Nicaragua duele en su estado actual, pero dolerá más en noviembre, cuando un nuevo conflicto estalle –si es que los pronósticos de los expertos se cumplen–.

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