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Los dos regímenes del Foro de Sao Paulo han empleado las mismas herramientas para imponerse

Nicaragua y Venezuela: dos tiranías y un mismo método para aferrarse al poder

Foto: Reuters
Ortega y Maduro, tiranos de Nicaragua y Venezuela, respectivamente. Reuters

Falta apenas una semana para que se lleve a cabo una nueva farsa electoral en Nicaragua. El 7 de noviembre el tirano Daniel Ortega se reelegirá en la Presidencia sin contratiempo alguno. Ha encarcelado virtualmente a todos los opositores que podían disputarle la jefatura del Estado y ha emprendido una sistemática política en la que se enmarcan distintas acciones, con el único norte de permanecer en el poder hasta que le venga en gana.

La ocasión es propicia para meter en el microscopio a Ortega y a uno de sus socios en la región, Nicolás Maduro. Ambas tiranías –la nicaragüense y la venezolana– han dado con una especie de manual muy efectivo para evitar ser derribadas, incluso en contextos de alto rechazo popular.

Y es que allí quizá sobreviene una primera pista: al hablar del sandinismo de Ortega y del chavismo que ha terminado regentando Maduro lo último que importa es si la gente les quiere o no. Lo que viene realmente a cuento es la capacidad de ambos regímenes de desarrollar instrumentos de dominación de las grandes capas de la población; verdaderas políticas criminales destinadas a sobreponerse a las protestas, la oposición de las élites locales, el descontento popular y las sanciones de los organismos internacionales.

En el caso nicaragüense la cosa es de espanto: el sátrapa Ortega ha optado por llevar a prisión virtualmente a todo aquel que se le oponga y tenga algún rango de influencia dentro de la sociedad. Una oleada de arrestos que comenzó en mayo de este año ha dejado a casi 40 líderes políticos y gremiales detenidos. Los 2 presos políticos más recientes que ha dejado esta andanada de persecución son el Presidente y Vicepresidente del organismo empresarial más importante del país centroamericano, el Consejo Superior de la Empresa Privada (COSEP).

Dentro del listado de prisioneros políticos se suman además varias personas que presuntamente iban a cometer la osadía de inscribirse como candidatos presidenciales para desafiar el poder del tirano. Otros tantos, como la líder de Ciudadanos por la Libertad (CxL), Kitty Monterrey, han tenido que irse al exilio para salvar su integridad física.

El régimen ha conseguido así crear una especie de vía libre, para que Ortega concurra a unos comicios completamente amañados de antemano. Un evento en el que la competencia no existe, y por tanto toda posibilidad de que el mandato sandinista se vea interrumpido ha quedado descartada de plano.

Además de ello, la tiranía nicaragüense ha empleado la represión frontal como arma contra la disidencia. Basta ver lo ocurrido en 2018, cuando opositores al régimen marcharon en las calles de la nación aspirando con ello a provocar un cambio de gobierno. Esas jornadas dejaron un horrible saldo de más de 320 muertos (incluidos varios niños) y más de 88mil exiliados, según cifras aportadas por la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH).

En medio de esa masacre Ortega no se cansó de promover falsos diálogos con los sectores opositores. Por un lado les disparaba, mientras que por el otro afirmaba tener voluntad de mediar con sus adversarios para construirle una solución consensuada al país. Las tentativas de negociaciones truculentas entre representantes de la disidencia y el régimen sandinista todavía se siguen convocando en la nación centroamericana.

Esto probablemente ha generado un clima de desconexión entre las expectativas de una población hastiada del orteguismo y las actuaciones de líderes de oposición que una y otra vez han concurrido a “diálogos” improductivos convocados por el tirano. La credibilidad de ciertos liderazgos opositores ha quedado en entredicho.

A quienes no les ha podido torcer el brazo a través de la fuerza, Ortega ha optado por metérselos en el bolsillo: cooptar organismos de la disidencia o infiltrarlos directamente con fichas afines a su proyecto ha sido un método también muy efectivo para este sistema. Así, al frente de la propia COSEP (que hasta las revueltas de 2018 mantenía una actitud de colaboración con el régimen, pero que luego comenzó a oponerse al mismo) se ha designado a César Zamora, una persona cercana al orteguismo.

Lo mismo ha ocurrido con partidos y liderazgo de oposición que han asumido repentinamente posiciones más blandas y colaborativas con el régimen. Eso no ha hecho otra cosa que aumentar el recelo de la gente común en los posibles referentes que podrían ser alternativa a la tiranía sandinista.

No es de extrañar que Ortega tenga este proceder. En el Foro de Sao Paulo es, junto a Nicolás Maduro, uno de los grandes sobrevivientes al desprecio popular que le propinan su pueblo y los pueblos del mundo. Y es precisamente con la tiranía chavista con quien ha encuadrado métodos y herramientas para sostenerse en el poder a toda costa.

En Venezuela la infiltración y cooptación comenzó con el principal soporte del régimen sudamericano: la Fuerza Armada Nacional Bolivariana (FANB). La aquiescencia de los militares venezolanos ha sido fundamental para apuntalar la permanencia por más de 20 años de un régimen que fue inaugurado por Hugo Chávez y que hoy continúa quien fuera su canciller por años, Nicolás Maduro.

De allí en más, los modos y maneras empleados por Maduro en tiempo reciente apuntan a tratar de comprar voluntades dentro de las propias filas de la oposición, en los medios de comunicación críticos e incluso en gremios como en las cámaras empresariales (tal y como ocurre en Nicaragua). Recientemente la principal cámara empresarial venezolana, Fedecámaras, ha invitado a su reunión anual a la vicepresidenta de Maduro, Delcy Rodríguez, para hablar de planes en conjunto que los empresarios y el régimen pueden poner en marcha en la nación caribeña para crear así un espacio de coincidencias entre ambos sectores.

Dentro de los propios partidos políticos la cosa no ha sido distinta. En este aspecto el régimen de Maduro incluso ha tomado la decisión de intervenir judicialmente a buena parte de ellos, designado directivas que le respondan directamente a él y a sus intereses. La idea de fondo en todo esto es contar con una suerte de oposición leal que no desafíe demasiado al chavismo y que, además, no ponga reparos a la hora de acudir a las elecciones amañadas que este convoca. El 21 de noviembre se escenificarán, por cierto, unas elecciones regionales truculentas en el país sudamericano.

Los falsos diálogos son una vieja herramienta que la tiranía chavista también ha venido utilizando desde hace muchos años. En ellos la oposición política nunca ha ganado nada de consideración nunca. Los episodios más tristemente célebres de este tipo de iniciativas en el pasado reciente son los que remiten a encuentros en Oslo y Barbados (2019), así como los que actualmente se desarrollan en México. Todos ellos suscritos por quien se supone ha sido el máximo líder opositor venezolano en los últimos 2 años, Juan Guaidó. Todos ellos con el mismo resultado final: el descrédito de la clase política opositora venezolana y el fortalecimiento de Maduro.

La violencia desmedida, encarnada en represión pura y dura, tampoco le ha sido extraña a los modos de actuar del chavismo. Ante sendas protestas populares realizadas en 2014 y 2017, el régimen rojo respondió con fuego, cárcel y tortura. Además de haberse escenificado decenas de asesinatos en las calles (sin que haya mediado la aplicación de justicia y la determinación de responsabilidades), Maduro instauró la figura del preso político como una moneda de curso corriente en el país.

En los últimos años decenas de jóvenes (incluso algunos de ellos menores de 18 años) fueron brutalmente asesinados por integrantes de las FANB o de las policías administradas por el chavismo. Al día de hoy en Venezuela hay cerca de 260 prisioneros por razones políticas.

El manual está allí: infiltración, montaje de falsos diálogos, represión, encarcelamientos, torturas, inhabilitaciones políticas y convocatoria a elecciones amañadas, son recursos que han utilizado recurrentemente estas dos tiranías criminales del Foro Sao Paulo para sobrevivir en el poder, contra toda lógica.

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