El expresidente del Gobierno español José Luis Rodríguez Zapatero, que aseguró cuando dejó el cargo en 2011 que quería ser supervisor de nubes, se incorporó en 2015 a la presidencia del Consejo Asesor de la ONG globalista alemana Institute for Cultural Diplomacy, en la que impulsó con el objetivo de blanquear al castrismo un aquelarre de ministros socialistas y diplomáticos cubanos denominado «Diálogo sobre Cuba».
Desde entonces su labor ha sido amparar a las narcodictaduras bolivarianas. A Venezuela ha viajado más de 40 veces, cada vez que el tirano Nicolás Maduro y el chavismo le han necesitado. Ha sido y es su asesor, su gurú. Ante la condena generalizada al heredero de Hugo Chávez y su entorno dijo que la comunidad internacional estaba «mal informada». Y altos cargos del régimen como Jorge Rodríguez le definieron como «hombre decente, digno».
Esta alianza con la mafia que tortura y condena a la pobreza, al hambre y a la falta de libertad a los venezolanos no sorprende a nadie y no es nueva. Por algo la trama de su embajador en Venezuela durante su etapa como presidente, Raúl Morodo, recibió 35 millones de la Petrolera Estatal PDVSA a cambio de trabajos fantasma y desvió parte de ese dinero a la cúpula del régimen a través de cuentas en paraísos fiscales, según la investigación de la Fiscalía Anticorrupción.
Ahora Zapatero se ha mostrado «esperanzado» con la farsa electoral que prepara Maduro para el próximo domingo y que cuenta con la oposición de una treintena de partidos -todos los disidentes reales y parte de los chavistas con complejos para admitirlo-, la Organización de Estados Americanos (OEA), la Organización de las Naciones Unidas (ONU) y la Unión Europea (UE). Un teatro que nadie avala, salvo los sospechosos habituales: Irán, Rusia y China.
A su juicio, «si se quiere paz y diálogo, hay que ir a votar«, aunque se vaya a votar en unos comicios que la narcodictadura ha preparado sin la posibilidad de perder y en los que ha elegido a sus falsos oponentes, prácticamente desconocidos para la inmensa mayoría de los venezolanos.
Zapatero considera que «hay pluralidad de elecciones» en la farsa, con las principales formaciones disidentes intervenidas por la fuerza, sus líderes inhabilitados y el árbitro electoral comprado -Maduro ordenó imponer a tres militares adláteres del régimen entre los cinco puestos del Consejo Nacional Electoral (CNE) y ceder dos a los grupos colaboracionistas saltándose así la Constitución-. Y más de 360 presos políticos.
Es hoy el principal valedor en Europa de la narcotiranía comunista, pese a que siempre quiso venderse como «mediador» y se mostró como falso equilibrista entre el opresor y el oprimido, pero sin dejar de esconder nunca su solidaridad con los delincuentes. Ha trabajado incansablemente por el levantamiento de las sanciones de Europa y Estados Unidos a los criminales jerarcas del chavismo por violar los derechos humanos. Y lo ha hecho desde julio de 2019 como miembro del Grupo de Puebla, la misma mafia del Foro de Sao Paulo con distinto nombre. A la red se unió este año Irene Montero, ministra del Gobierno socialcomunista de España.
Su función, de la mano de los tiranos Evo Morales, ahora de vuelta en Bolivia, y el ecuatoriano Rafael Correa, entre otros, es poner una capa de barniz al régimen sangriento, al que la OEA culpa de crímenes de lesa humanidad por más de 18.000 ejecuciones extrajudiciales y unas 15.500 detenciones arbitrarias desde 2014. Y sostenerlo. De ahí su apoyo al Ejecutivo de Pedro Sánchez con la sucursal chavista Podemos que amenaza a la oposición, impone la censura a través de sus terminales mediáticas -regadas con dinero público-, pretende controlar a los jueces y favorecer a sediciosos condenados, y lleva a la ruina a millones de ciudadanos, su defensa inquebrantable a un Ejecutivo que quiere, en definitiva, derribar el sistema constitucional y dirigir sus escombros. Porque si caen Sánchez e Iglesias, caerá Maduro. Y con el mafioso chavista, el indigno Zapatero.