«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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La lección de Nixon sobre China que nadie conoce

El presidente de China, Xi Jinping, y el presidente de EEUU, Joe Biden. Europa Press

Cada vez con mayor periodicidad asalta una duda en las discusiones sobre política exterior en Estados Unidos: ¿qué hacemos con China? Es una pregunta recurrente que, por extraño que parezca, siempre ha encontrado en la respuesta una cierta unanimidad entre republicanos y demócratas, fundamentalmente en lo referente a la prevención, la crítica al régimen comunista, y la disuasión contra una eventual invasión de Taiwán. Algo se está moviendo en ese consenso, como refleja el último editorial de National Review al respecto, porque en el ala izquierda están apareciendo voces que piden un nuevo acercamiento amigable al régimen de Xi Jinping. La excusa –el ambientalismo es ya el perejil de todas las salsas envenenadas– es la oportunidad de una lucha conjunta contra el cambio climático, como si China no hubiera dado ya suficientes muestras de que le importa tanto la salud del planeta como la salud de los chinos a los que maltrata.

Por si había alguna duda en el intento de mover el timón sobre China, el New York Times, que nunca falla a la fiesta de una infamia, lanzó un polémico editorial precisamente basado en la necesidad de luchar juntos contra el cambio climático, que «brindaría beneficios sustanciales a los estadounidenses, sin explicar nunca por qué, o incluso si dicha cooperación sigue siendo posible en la era de Xi», sostiene el editorialista de la revista conservadora: «Y el Times también afirmó que hay ‘señales de que los líderes de China no están unidos para apoyar una postura de mayor confrontación’, como si hubiera figuras más moderadas dentro del partido posicionadas para desafiar el enfoque de confrontación de Xi. No los hay. Xi ha solidificado aún más su control sobre los aparatos del partido y del estado en los últimos seis meses».

«Si bien es importante tener un debate vigoroso que pruebe los supuestos del pivote de la política exterior de Estados Unidos sobre China», concluye el editorial de National Review, «los defensores de una postura más suave hasta ahora han adelantado en gran medida teorías engañosas, se han involucrado en fanfarronadas emotivas y han mostrado un dominio poco impresionante de los hechos».

«Incluso cuando China anunció que aumentará su presupuesto de defensa en más del 7%, renovó sus amenazas contra Taiwán y advirtió que el conflicto con Estados Unidos es inevitable a menos que la política de Washington se adapte a las demandas de China, el espejismo de la distensión con China sobrevive», denunciaba Francis P. Sempa en The American Spectator el pasado 12 de marzo. La razón de esa pervivencia es Stephen Orlins, presidente del National Committee on U.S.-China Relations y antiguo asesor del Departamento de Estado con Carter, que no por casualidad, «recibe elogios de los principales líderes del Partido Comunista Chino y del portavoz en inglés de China, el Global Times«.

«Los movimientos agresivos de China en el Mar de China Meridional, su acumulación masiva de armas convencionales y nucleares, sus ejercicios militares amenazantes cerca de Taiwán y su asociación estratégica ‘sin límites’ con Rusia plantean posiblemente el mayor desafío geopolítico al que se ha enfrentado Estados Unidos desde la Segunda Guerra Mundial», concluye Sempa, «pero para algunos expertos en China, como Stephen Orlins y su National Committee on U.S.-China Relations, parece que nada borrará el espejismo de la distensión».

Al respecto Ben Stein ha escrito un artículo revelador en The American Spectator, y tal vez alguien en la Casa Blanca debería prestar atención al texto, por más que aluda a la postura americana en los 70. Stein fue speechwriter de Nixon en la época en que su padre, el economista Herbert Stein, trabajaba en la Casa blanca como presidente del Consejo de Asesores Económicos. Relata Ben una comida con Nixon en Los Ángeles en 1976, cuando ya no trabajaba para él, en la que tuvo oportunidad de hablar con el presidente sobre China. Desvela en este artículo cómo Nixon, por entonces, acercándose cuidadosamente al régimen, trató de «abrir algún tipo de brecha entre la China Roja y la Unión Soviética». «Eso funcionó hasta cierto punto. Los rusos siempre habían tenido miedo de China y queríamos que tuvieran un poco más de miedo», le dijo Nixon. El presidente creía que China no era «la Alemania de Hitler ni el Japón de Tojo», los chinos «quieren ser ricos. No hacer guerras».

«Me fui poco después», concluye Ben Stein, «pero sus palabras permanecen en mi mente. Los chinos ahora son ricos. Son increíblemente poderosos militarmente. ¿Qué hacemos ahora? Y luego las palabras de despedida de Nixon brillan en mi mente: ‘Probablemente, lo mejor que podemos hacer ahora es aumentar nuestro propio poder militar de modo que, si se vuelven insoportablemente agresivos, podamos defendernos o hacer que los chinos lo piensen dos veces».

«¿Lo estamos haciendo?», zanja Ben, «parece que no».

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