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CRÓNICAS DEL ATLÁNTICO NORTE

Las prioridades de la nación

El expresidente de Estados Unidos, Donald Trump. Europa Press

No está muy claro lo que quiere hacer Nikki Haley pero no hay duda alguna de lo que propone hacer su competidor en las primarias del Partido Republicano, Donald Trump. Tal vez esa sea la razón por la que el expresidente ha vencido en New Hampshire e Iowa. «Si bien Trump conserva una desafortunada tendencia a virar ocasionalmente hacia el ensimismamiento y la venganza (incluso en un discurso de victoria)», explica Michael McKenna en Washington Times, «él y su equipo han sido notablemente consistentes al hablar sobre temas reales en la campaña. Sabiamente se han centrado en la economía, la seguridad fronteriza y la urgente necesidad de mejorar la Seguridad Social y otros programas de prestaciones sociales, y se han alejado de los elementos menos estimulantes del Mensaje Trump».

Por el contrario, Haley basó la campaña casi «exclusivamente en su género, mezclando ocasionalmente recordatorios de que es india americana», añade McKenna, «su campaña ha sido notablemente ligera en políticas específicas». Biden, por su parte, ha decidido centrar la suya en «defender la democracia» (de Trump, se entiende) y garantizar el aborto.

El panorama es interesante, en opinión del columnista, porque «en una carrera reñida con candidatos conocidos que tienen puntos negativos relativamente altos, es probable que el electorado elija al candidato que responda a sus preocupaciones inmediatas». Eso ha quedado claro con las primeras victorias de Trump sobre Haley.

«La perspectiva de una segunda presidencia de Donald Trump se está acercando al territorio de lo probable», escribe Sohrab Ahmari en The American Conservative. «si logra la nominación republicana, Trump se enfrentará no sólo a su oponente demócrata, sino también a un vasto aparato de ley diseñado para sacarlo de la carrera o hacerle imposible gobernar, en caso de ser elegido». El autor considera que, pese a todo, Trump tiene posibilidades de llegar «ileso» a la Casa Blanca, y en tal caso, propone algunos ejes nuevos en su política con respecto a las prioridades de su presidencia anterior.

«Los principales temas deberían ser aquellos que puedan unir a amplios sectores del electorado cada vez más trabajador del Partido Republicano y, al mismo tiempo, atraer a otros que tal vez no amen a Trump, pero que estarían de acuerdo con él en que estas prioridades deben abordarse para que el país pueda dejar atrás el estancamiento actual», prosigue Ahmari, que resume estas prioridades en tres: «poner fin a la migración ilegal», «Estados Unidos debe restaurar su poderío manufacturero y una economía que funcione para los trabajadores», «Estados Unidos debe hacer todo lo posible para evitar, no acelerar, la Tercera Guerra Mundial».

El autor considera que, por supuesto, hay muchos otros asuntos, pero recomienda a Trump priorizar: «una hoja de ruta política también es fundamental para garantizar una segunda administración más disciplinada y que tenga menos probabilidades de ser cooptada por las agendas del establishment, como lo fue con demasiada frecuencia la primera».

Aunque estas son prioridades indiscutibles para Estados Unidos, Josh Hawley identifica otra en First Things que a menudo queda en un segundo plano: volver a la nación cristiana que fue. «Necesitamos recuperar ese terreno común hoy», advierte, «¿Por qué? Porque Estados Unidos, tal como lo conocemos, no puede sobrevivir sin el cristianismo. Los derechos que apreciamos, las libertades que disfrutamos, los ideales que amamos juntos, todos están arraigados y sostenidos por la tradición de la Biblia. El cristianismo es la corriente eléctrica de nuestra vida nacional. Apágalo y la luz se apagará. Si nos preocupamos por el futuro de nuestro país, debemos renovar la influencia de la fe en Estados Unidos. No es necesario ser creyente para reconocer la importancia del cristianismo para el futuro de Estados Unidos».

«Lo que Christopher Dawson dijo de Europa, de que no hay nada en su pasado ‘que no haya sido formado o condicionado por influencias cristianas’, puede decirse con igual fuerza de Estados Unidos. Este es un mensaje que debe ser escuchado tanto por la izquierda como por la derecha», concluye Hawley.

Y, algo más lejos del terreno de las ideas o de la política, pero no mucho, resuena el estruendo armado por Oxfam el pasado 15 de enero en su feroz ataque a los ricos. James Rogan ha tenido la paciencia de explicárselo en Washington Examiner, denunciando sus afirmaciones «falsas» y recordando a los lectores que «Oxfam admira el sistema económico comunista de Cuba». «Oxfam dice que las corporaciones deberían estar dirigidas por los trabajadores y no por los accionistas», escribe, «se equivoca. A medida que crece el tamaño y el poder del Estado, el crecimiento económico se estanca».

Rogan aporta varios datos interesantes: «más del 70% de los estadounidenses más ricos no heredaron riqueza. Crearon riqueza a través del trabajo duro y el espíritu empresarial. El 75% de los estadounidenses más ricos poseen empresas privadas. El camino de la cuchara de plata hacia la gran riqueza es un mito». «Cuando las empresas funcionan en beneficio de los trabajadores, no de los accionistas y los consumidores», concluye, «el capital se destruye y todos, los trabajadores, los consumidores y los accionistas, se empobrecen».

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