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Consenso político y mediático

El aborto no se toca: la unanimidad que durante años dio por zanjada una cuestión fundamental

El periodista de la COPE Carlos Herrera, y el expresidente del Gobierno Mariano Rajoy. Europa Press

Según los medios del Nuevo Orden Mundial ―prácticamente todos― y a los columnistas consortes de Ciudadanos, que copan los medios de lo que fue el «centro» o el «centroderecha» ―o lo «liberalio» o el «consenso»― hay unanimidad en un punto de nuestro supuesto debate político: el aborto.

El aborto no se toca o, si se toca, es en el sentido de ampliar las ya de por sí amplias leyes de nuestro ordenamiento jurídico y que no se han modificado nunca de manera sustancial, salvo para favorecerlo, extenderlo e irle quitando las nimiedades que hacían que se mantuviese la ficción constitucional de que había un bien, una vida humana, que había que ponderar con algún otro bien, por ejemplo el bien abortar a toda costa, por cualquier causa y en cualquier plazo.

La unanimidad es matizada. Algunos nos dicen que no hay que sacar el aborto a la arena pues despista de lo fundamental que es la gestión o lo que sea con lo que la alternativa ―que no es alternativa― quiera criticar al Gobierno, mientras se espera que caiga por la razón de que los Gobiernos suelen acabar cayendo.

Dicho de otra forma, si alguien en cumplimiento de su programa, no sólo electoral, sino de pacto de Gobierno, hace un Garcia-Gallardo va a recibir una crítica unánime que incluye por supuesto a los medios de la Conferencia Episcopal, que ha hecho de los conciertos su única actividad pública. El único lugar donde cabe discrepancia sobre el aborto parece ser la Academia Pontificia para la Vida, donde se ha incluido a una abortista por cosas del pluralismo.

La discusión sobre el derecho a abortar a un feto ―nuevo derecho humano― ha sido de esta forma cancelada y el centroderecha moderado se ha lanzado con firmeza a la cancelación cumpliendo el terrible dictum de que todo su programa es un resumen del que mantenía el PSOE hace cinco años. La cancelación, que se inició en las personas, acuérdense de Ruiz-Gallardón y de los irreductibles borrados de las listas, ha pasado al propio debate.

Sobre el aborto, como sobre casi todo, sólo se dice lo que quiere la izquierda, que en su moderación ha llegado a imponer normas que penan el ejercicio de la libertad de expresión cerca de los abortorios. Normas que se mantendrán ―vaya que si se mantendrán― si la «no alternativa» triunfa electoralmente, salvo claro está que necesiten a un Garcia-Gallardo de turno para constituir Gobierno mediante la mayoría parlamentaria correspondiente.

La relación del derecho a matar fetos y la política es compleja. Por un lado los iusnaturalistas de ambos bandos parecen excluir el debate de lo que se afirma como un derecho cuasi evidente de implantación constitucional. Los jueces en el caso de Roe vs. Wade, o los tertulianos en el caso español, por lo que hemos visto estos días resuelven la cuestión más allá de la decisión legislativa concreta de quien tiene competencia, decisión discutida en unas elecciones. Por otro lado, hay una cierta tendencia de los denominados activistas pro vida a despolitizar la cuestión, casi como si fuera un plus de pureza y de transversalidad. Parecen ignorar que la regulación del aborto voluntario y su posible restricción en una sociedad como la nuestra, no sólo depende de la extensión de un consenso mas o menos amplio, sino de la asunción por parte de algún actor político del principio de que la protección de la vida humana, base del orden político, exige la restricción del aborto. De otra forma, nos encontraríamos en casos como el británico, el francés o el español, salvo por la actividad de VOX, donde el consenso es que el derecho sin restricciones a matar fetos es incontrovertido. Y esta ausencia de controversia es particularmente aguda donde importa, esto es en la esfera político-legal.

La experiencia es que quien asume la defensa de la vida humana desde la concepción con alguna forma de sanción legal puede pagarlo en forma de votos, es decir, en la forma de influir efectivamente en la protección a través de la acción legislativa. Esta es la actitud que tomaron los partidos del consenso conservador y demócratacristiano en países como Reino Unido. Pero la opción se ha extendido como prueban los recientes comentarios de Trump a lo que había ocurrido en las midterm o lo que ha hecho Marine Le Pen favoreciendo la constitucionalización del derecho al aborto en Francia, no sin cierta revuelta en su grupo.

La opción tiene su lógica pero es una lógica perversa construida con la actitud de quienes sólo entienden la acción política como una forma de reparto de cargos o si se quiere como una forma de alternancia política que lo único que alterna es la dirección de la corrupción. Con otra actitud, cuando se piensa que en la acción política se pueden manifestar por cuestiones de principio opciones como la protección de la vida humana mas vulnerable, cuando se piensa que esto no es indiferente a la construcción de una sociedad mas justa, que  esta en la base de lo que entendemos como una forma social de vida libre, entonces, la inoportunidad de la opción, el posible coste e incluso el desprecio de los interpretes del pensamiento único, de la agenda única constituyen una prueba de acierto. No hablamos de que cada partido u opción tiene su electorado, sino de que cada uno interpela al elector con argumentos distintos y puede pedir un voto que es útil en virtud precisamente de la representación efectiva de estos argumentos.

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