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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

La memoria histórica no se aplica a los criminales soviéticos

En el madrileño cementerio de Fuencarral hay un mausoleo con un monumento dedicado a los voluntarios soviéticos que murieron durante su participación en la Guerra Civil.

En las placas que contiene está el nombre de 182 muertos, aunque no es una lista completa ya que fueron algo más de 200 los caídos soviéticos en la “Guerra de España”.
El pasado mes de abril, la alcaldesa de Madrid, Manuela Carmena, ordenaba la retirada del monumento a los miembros de la Legión Cóndor que se encontraba en el Cementerio de La Almudena. Alegaba que se hacía en virtud de la Ley de Memoria Histórica.
Pero no ha hecho lo mismo con un monumento que conmemora a los más de 2000 voluntarios comunistas que vinieron a España a asesinar españoles y que venían de la peor y más criminal tiranía que ha conocido la historia: la Unión Soviética de Stalin.

Como bien saben lo vecinos del barrio de Montecarmelo de Madrid, en el que se encuentra el cementerio de Fuencarral, cada pocos meses grupos de personas con banderas comunistas y republicanas realizan un homenaje a los 182 caídos allí recordados.
Algo que no podrán hacer quienes consideren dignos de recuerdo a los miembros de la Legión Cóndor. Son las paradojas de una memoria histórica selectiva, empeñada en borrar solamente a la mitad de los que combatieron en la Guerra Civil.

Una ayuda soviética descomunal

La Unión Soviética envió un contingente de 2.000 combatientes a la Guerra Civil española. Bajo la excusa de que eran voluntarios, algo que era totalmente falso puesto que eran agentes militares y de la policía política secreta -el NKVD- que vinieron a España para intentar instaurar un régimen criminal como el que se había impuesto en Rusia tras la revolución soviética de 1917.
Entre esos 2.000 agentes de Stalin -a los que se rinde homenaje en Fuencarral desde la construcción del monumento en 1989- había casi 800 pilotos de combate militares, 350 conductores de carros de combate, artilleros, marineros, 220 asesores militares, 340 asesores técnicos y más de 200 traductores. Estos tres últimos grupos eran los miembros de la policía secreta, el terrible NKVD -antecesor de la KGB- que intentaban implantar el comunismo revolucionario en la España republicana.

Pero esta no fue la única ayuda enviada por Stalin a España para imponer el comunismo -ojo, no eran demócratas que defendían la república española como se viene vendiendo desde los partidos de izquierda- mucho más importante fue la ayuda militar. Una ayuda que se pagó con las reservas del oro del banco de España.
La URSS mandó a España 400 carros de combate -los T-26-, más de 700 aviones -entre los que destacan los chatos y los mosca, es decir, los Polikarpov I-15 e I-16-, 1700 piezas de artillería, 450.000 fusiles Mosin-Nagant, 20.500 ametralladoras DPM, 60 vehículos de combate blindados no artillados y más de 30.000 toneladas de municiones.

Un monumento muy revolucionario

El monumento que rinde homenaje a los agentes comunistas soviéticos en España contiene todos los elementos propios de la iconografía de la URSS. Un grupo de soldados soviéticos avanza hacia un arco del triunfo partido que tiene la leyenda: “A la memoria de los voluntarios soviéticos. 1936-1939”.
Al otro lado del arco se representa un mapa de España hacia el que avanzan los agentes de Stalin. Tras los soldados, una figura representa a la Madre Rusia, que mantiene una actitud de despedida a los supuestos voluntarios. En los laterales del arco del triunfo se encuentran los nombres de 182 de los casi doscientos soviéticos que perdieron la vida en España.
En los homenajes, que los nostálgicos del gulag les brindan cada pocos meses, no faltan los símbolos de la URSS. Hoces y martillos sobre fondo rojo, imágenes de Stalin y Lenin, puños en alto y la internacional -el himno bajo cuyas estrofas se han asesinado a más de cien millones de personas durante el siglo XX- entonada por los fieles a un régimen felizmente fulminado en 1989. El mismo año en el que curiosamente se erigía el monumento que como reliquia del comunismo perdura en el madrileño cementerio de Fuencarral.
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