«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El mon ens mira… ¿nos hará caso?

Carles Puigdemont, salvo que vuelva a cambiar de opinión entre el comienzo de este artículo y su publicación, ha asegurado en su segunda comparecencia del día, en la que anulaba lo dicho unas horas antes, que Cataluña ha derrotado al Estado. También ha afirmado que el 155 se aplica, no contra el caos que el mismo ha desencadenado, sino contra «Cataluña», y ha vuelto a hablar de diálogo y paz y lealtad y todas esas cosas bonitas.
Como no es probable que, a estas alturas, pretenda convencer a nadie en la piel de toro, lo razonable es que estas palabras estén dirigidas a los de fuera, al mundo. Con desesperación.
Una comunidad territorial no se convierte en Estado simplemente porque le gane el pulso al país al que ha pertenecido hasta ese momento, ni porque tenga todos los instrumentos e instituciones para empezar a ‘ejercer’. La comunidad internacional, en eso, viene a ser como un club: para entrar en él es necesario que los miembros te reconozcan como uno de los suyos; proclamarse independiente sin reconocimiento internacional es como dar una patada al aire, u organizar una gran fiesta y que no venga nadie.
Lo sabe bien el Kurdistán iraquí, cuyo ‘procés’ ha ido casi en paralelo con el catalán, incluyendo un referéndum en el que -en esta caso, sí- los votantes han respaldado abrumadoramente la independencia. Y no con malas razones, que Erbil ha estado funcionando como soberano en casi todo desde hace años, incluso haciendo la guerra por su cuenta. Contaba, además, con ser rápidamente reconocido por Estados Unidos -del que es el aliado más fiable en la zona después de Israel- y por el propio Estado Judío, que también le considera socio preferente.
No ha sido así, Washington y Jerusalén han mirado hacia otra parte y el resultado ha sido tan desastroso como previsible. Irak ha mandado el ejército, recuperando la mayoría de los territorios ocupados, hasta que los líderes kurdos, reconociendo que el referéndum separatista ha provocado «él mayor desastre» de su historia, han pedido anular el referéndum y volver a negociar con Bagdad.
Ese es uno de los incontables ‘talones de Aquiles’ del proceso catalán, al menos para los que se toman medianamente en serio la independencia real. No es, de lejos, lo único que les falta para una independencia mínimamente viable, pero el reconocimiento de alguna potencia de peso sí podría suponer el salvavidas que mantuviese a flote el proyecto independentista.
Y no parece haber muchos voluntarios. Ninguno, en realidad. Lo que no quiere decir que los grandes estados no permanezcan expectantes a lo que pueda pasar, algunos buscando sacar tajada del posible revuelo.
Se ha hablado de Israel, se ha hablado demasiado de Israel, como si el entusiasta Haaretz fuera algo así como el portavoz del Gobierno de Bibi Netanyahu, y no podría estar más lejos. Incluso en el caso, en absoluto imposible, de que Jerusalén viera alguna ventaja en una Cataluña independiente, dar públicamente aliento a una independencia con tan poco mimbres sería un ‘faux pas’ que la diplomacia israelí no se podría permitir.
Rusia -Putin, en concreto- está aprovechando la cuestión para acusar a Occidente de hipocresía, comparando el caso de Cataluña con el de Kosovo, un territorio serbio al que se permitió separarse de Belgrado con el aplauso y la ayuda de todos los aliados de Estados Unidos.
También se ha acusado a Rusia, ignoro con qué veracidad, de poner a disposición de los secesionistas recursos informáticos y, en general, de apoyar la causa independentista tras las bambalinas. Además de arrancarse la espinita de Kosovo, a Rusia, que tiene tropas de la OTAN en su misma frontera norte -Polonia y los países bálticos- no le vendría mal el caos en uno de los miembros de la OTAN, con la posibilidad, incluso, de ganar un aliado en el Mediterráneo Occidental.
Pero estamos en las mismas: Rusia podría arriesgar mucho más de lo que ganaría previsiblemente con un movimiento así.
También la UE, tirando de maquiavelismo retorcido, podría mirar con cierta simpatía la independencia de Cataluña, como hemos señalado en estas mismas páginas. Su proyecto es la construcción de un megaestado europeo, le conviene quebrar muy sólidas identidades nacionales, pueblos celosos de su soberanía y con estructuras muy asentadas, y desgajarlos podría ser una fórmula como cualquier otra para lograrlo más fácilmente.
Pero nos creeremos por el momento lo que han dicho los eurócratas en público, en su apoyo firme y unánime al Gobierno de Rajoy, habida cuenta que la independencia de Cataluña podría desencadenar un efecto dominó que, en lugar de consolidar la UE, la destruya.
Luego está Estados Unidos. Plantearlo puede parecer absurdo: Washington es un aliado de Madrid en la OTAN y tendría razones para temer la volatilidad de una república bisoña en zona tan delicada, sin contar con el reciente espaldarazo verbal de Trump a la unidad de España en la visita de Rajoy.
Por otra parte, eso no significa demasiado. Trump tendría que decir lo que dijo aunque los chicos de la CIA estuvieran ya preparando un Maidán catalán. Por otra parte, un Estado nuevo al que se le ofreciese el enorme favor del reconocimiento internacional se convertiría en el más fiel aliado, y en cualquier caso sería preferible a un foco de inestabilidad semipermanente o, peor, a que cayera en las garras de Rusia.
Y esa es, creo, la remota pero no inconcebible eventualidad que haría posible el reconocimiento de una República Catalana por alguna potencia de algún peso: el temor a que otra, rival, se adelante para convertirla en un protectorado implícito. Adelantarse al enemigo potencial ha precipitado, por ejemplo, numerosas guerras en la historia.
Aunque la posibilidad sea, como digo, remota, y lo absolutamente esperable que ningún país haga un movimiento precipitado que le indisponga con España y sus aliados, no conviene descartar por completo la eventualidad.
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El futuro de Cataluña, entre la negociación y el 155

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