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anuncia cambios en las políticas ambientales

Rishi Sunak desata la ira de ‘establishment’ climático tras mencionar los costes económicos de su agenda

Rishi Sunak. Europa Press

Rishi Sunak realizó en estos días una serie de anuncios, en relación a la política ambiental, que generaron la alarma histérica de todo el «establishment» calentológico. Por el nivel de locura desatado pareciera que el primer ministro británico ha decretado la ejecución sumaria de todos los niños nacidos en Belén y que la sentencia la llevaría a cabo con sus propias manos. Pero no. Sunak está lejos de ser una reencarnación de Herodes, de hecho su anuncio ha sido extremadamente moderado, entonces ¿qué es lo que desató la ira de los sacerdotes de la progresía mundial?

Sunak dijo que está muy comprometido con el objetivo de que el Reino Unido alcance las cero emisiones netas para 2050, «pero» que debía pisar un poco el freno para no llevarse puestos a los consumidores británicos. Señaló que iba a realizar cambios a raíz del aumento del costo de vida del que responsabilizó, con extrema sutileza y como si estuviera pisando huevos, a las leyes ecológicas. En un mundo normal, o por lo menos en un mundo que no fuese fanáticamente woke, el primer ministro sería visto como un mandatario socialdemócrata y ecologista, pero en este pozo de irracionalidad y neurosis en el que vivimos, el «pero» cayó como una herejía salida del vientre del averno.

En efecto, en la conferencia que Rishi Sunak realizó esta semana, anunció cambios en las políticas ambientales para hacerlas más amables al bolsillo del ciudadano de a pie (léase votante, guiño guiño). Dijo que se aplazará cinco años, de 2030 a 2035, el recambio de automóviles de gasolina y diésel a eléctricos y de las calderas de gas a las bombas de calor sustentables, y que después de 2035 la gente podrá seguir comprando y vendiendo los autos no eléctricos de segunda mano. Este pequeño y moderado cambio desató la locura, pero Rishi avanzó un poco más en su herejía y dijo: «La gente ya elige los vehículos eléctricos hasta tal punto que registramos uno nuevo cada 60 segundos. Pero también creo que, al menos por ahora, deberías ser tú el consumidor quien tome esa decisión, no el gobierno que te obligue a hacerlo». Habló de dos tabúes que provocan úlceras a la burocracia global, de la decisión individual (en un mundo donde la elites creían haber eliminado para siempre tan pésima costumbre) y de los costes económicos de la agenda verde.

Las medidas anunciadas también apuntan a modificar la duración de las calderas de gas que originalmente se iban a prohibir después de 2035. Sunak hizo un deliberado hincapié en que su Gobierno nunca atacaría el modo de vida de los ciudadanos, ni perjudicaría a los agricultores británicos, ni adoptaría medidas diseñadas para cambiar la dieta de la gente, haciendo referencia a los impuestos sobre la carne o los productos lácteos que producen emisiones de carbono. Sunak dijo que no haría nada para «dañar a las familias británicas», dejando expuesto al escarnio público al «establishment» calentológico que proponía un impuesto del 14% sobre la carne roja y del 79% sobre la carne procesada para reducir el consumo. «La propuesta para obligarlos a cambiar su dieta gravando la carne la descarté», sostuvo . Y además se pronunció contra las kafkianas regulaciones de reciclaje de residuos, como uno que obligaba a los hogares a utilizar siete contenedores separados para desechos de alimentos, de jardín, metal, plástico, papel y cartón.

La realidad es que Sunak heredó la delirante e irracional política ambiental de Boris Johnson y tardó bastante en revelarse y exponerla. La fecha de 2030 fue inventada por Johnson para ser mejor alumno que la Unión Europea frente a la agenda global, pero era incumplible a todas luces y Sunak, por honestidad o por necesidad electoral, simplemente decidió decirlo viendo el abismo que había entre los frívolos discursos sobre salvar el planeta y el duro costo que esos brindis al sol representan. Esta molestia pública es un factor común mundial que se viene evidenciando y que empieza a suscitar reacciones muy contrarias al otrora monolítico hegemón verde.

Sunak no giró 180° contra el consenso de la burocracia climática y es posible que esta movida electoral no alcance para mantenerlo en Downing Street en el corto plazo, pero olfateó que, en el discurso progresista, el costo del dogma calentológico es una herida abierta y quienes se pongan contra el bolsillo del votante van a pagar cara su jugada. Son muy escasas las ocasiones en que un líder planetario se ha atrevido a cuestionar la alarma climática y plantearlo en términos del costo y de quien lo paga. Ni siquiera Trump o Bolsonaro avanzaron en esta narrativa. Los fanáticos verdes saben de los presupuestos impagables y ruinosos que representa el Net Zero por eso procuran tapar esta cara de la moneda y así protegerse del escrutinio democrático. Una vez que el costo está en juego, el Net Zero está destinado a perder dado que es poco probable que la gente elija pagar mucho más por vivir como lo hace actualmente o peor, aún a cambio de una improbable modificación de unas centésimas de grado en el siglo que viene.

Si se masifica esta simple cuestión y el ciudadano de a pie comprende, tanto financiera como políticamente, el sacrificio descomunal que representa el objetivo del Net Zero, el relato se volverá cada vez más difícil de sostener y el riesgo de colapso se agigantará. Este corrimiento del velo ya está ocurriendo en gran parte de occidente y el crecimiento de opciones políticas que cuestionan la narrativa del alarmismo climático y la suicida aspiración al decrecimiento ya es palpable. Por eso las modestísimas modificaciones anunciadas por Sunak son en realidad una transgresión intolerable de los límites del pensamiento políticamente correcto. Rishi rompió la omertà climática no por lo modesto de sus anuncios sino porque habló de dinero y eso es algo que los estafadores nunca quieren hacer.

Las condenas no tardaron en llegar, la organización benéfica National Trust acusó al mandatario de «socavar todo, desde la seguridad alimentaria hasta nuestra salud y bienestar». Y la Ford dijo que el cambio «socavaría» la transición a los vehículos eléctricos. El colectivo activista verde denunció que los cambios de Sunak son ilegales y ya se están planeando una serie de revisiones judiciales, que es posible que prosperen porque la legislación en la materia es irracional. Infaltable, Al Gore calificó la medida de desafortunada, para «Just Stop Oil» se trata directamente un «genocidio», y el parlamentario ambientalista Lord Goldsmith exigió una elección inmediata. Ojalá que Sunak se dé cuenta de cuán demoledora será la reacción de la aristocracia progresista, literal y metafórica de su país.

Pronto una miríada de ofendiditos bienpensante desatarán tormentas y todo tipo de operaciones sucias para obligarlo a dar marcha atrás. Sobran tristes ejemplos de políticos que parecían con las agallas y la voluntad de enfrentar al monstruo del wokismo global y terminaron retrocediendo humillados. Los medios, por otra parte, no perdonarán jamás la afrenta y lo van a exponer como un genocida asesino de planetas, cualquier mal será adjudicado a su autoría. Será acusado de odiar a las mujeres, a la juventud y a las minorías. Si aún persiste lo señalarán los líderes religiosos, influencers, directores de cine, cantantes, futbolistas y el plantel de los exóticos niños ecologistas que amenizan en las conferencias de Naciones Unidas y otros think tanks similares. Las corporaciones que tienen todo apostado a dominar las certificaciones DEI tejerán a su alrededor oscuros planes, su partido lo acusará de comprometer sus posibilidades electorales y le soltarán la mano. Habrá filtraciones de su intimidad, dimisiones e intentos de sacarlo prontamente del poder por el peligro que representa para la democracia, la paz, la madre Tierra y para la humanidad toda. La religión calentológica no puede permitirse un solo «pero».

Sin embargo, el primer ministro simplemente está siendo realista: prohibir los automóviles no eléctricos es una política ridículamente utópica que garantizará el surgimiento de mafias, corrupción, privilegios, un mercado negro violento, caos, empobrecimiento, pérdida de empleo y un fuerte movimiento de reacción popular. Todas estas políticas que globalmente se adoptan como postureo moralista e hipócritamente performativo por las élites tecnocráticas infligen costos crueles, despiadados e inhumanos para quienes no pueden permitirse el lujo de la utopía woke. Prohibir los motores de combustión a partir de 2035, como anunció esta semana Sunak, sigue siendo totalitario y extremo, pero el corrimiento sólo parece una excusa para empezar a tantear el terreno y calibrar el humor ciudadano. Las encuestas dicen que la gente está a favor del relato ecologista pero se opone a pagar para volverse ecológico, Sunak está mirando ese dato.

La batalla está en curso, han pasado pocos días y Sunak aún se mantiene firme. Burlonamente ha declarado algo evidente pero inaceptable para una sociedad infantilizada: «No se llega al cero neto simplemente deseándolo; pero eso es lo que han hecho los gobiernos anteriores», disparó Rishi doblando la apuesta contra la catarata de denuncias, críticas y demandas que tiene enfrente. Ha hecho una jugada sutil y audaz, no gritó ante la multitud que el rey está desnudo. Sólo se alejó, ingeniosamente, para no salir en la foto del monarca nudista y poder decir al final del día: «yo les avisé». Ha sido valiente al desafiar la omertá del Net Zero, pero ahora sabe que su cabeza tiene precio, la red invisible del poder verde opera en muchas y profundas direcciones y no es sólo su puesto lo que puede perder. Deberá demostrar ser un gran estratega, caso contrario será sacrificado en el altar del dogma climático.

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