«Ser es defenderse», Ramiro de Maeztu
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Agenda 2030

‘Educación sexual integral’ o cómo usar a los niños para el cambio cultural

"Gay-Straight Alliance school bus" por jglsongs con licencia CC BY 2.0.

Una de las lecciones más duramente aprendida en los últimos años es que no es necesario que un gobierno sea una dictadura cruenta para que se impongan condiciones totalitarias. Basta con que se organicen algunos lineamientos desde algún organismo multilateral, que estos lineamientos sean avalados por «expertos» cuidadosamente elegidos y que se apele a algún grupo de justificaciones con buen marketing, sistemáticamente repetidas a través de las venas culturales del país: medios y escuelas.

Por último, el ingrediente fundamental que ya viene dado: se necesita una sociedad dispuesta a creer que la institución que impone el totalitarismo es una entidad abstracta e impoluta, o sea, se necesita que los ciudadanos disocien al Estado de su conducción por parte de los políticos. Un ejemplo contundente de lo aceitado y efectivo de este mecanismo fue el mantra mundial del bienio covídico en el que, en todos los idiomas, se sostuvo que los niños eran carrier monkies del virus y por tanto potenciales asesinos de sus abuelos. Esta barbaridad fue la que sirvió para negar a los niños del globo todos sus derechos.

Cuando este mecanismo echa a correr, corren en paralelo la autocensura, la cancelación, el señalamiento vergonzante, y finalmente la sumisión al mantra, porque después de todo hay que vivir en sociedad y en tal condición estamos obligados a negar lo evidente y asentir frente a lo que no creemos. El propósito de la corrección política no es defender una u otra verdad sino oprimir y evitar el disenso. Nadie tiene ganas de vivir discutiendo, de exponerse a perder el trabajo, reprobar un exámen o cualquiera de las otras consecuencias que genera ser expulsado de la manada. Es un sentimiento natural. La impotencia derivada de esta situación engendra apatía, polarización y cinismo cívico. 

La pertinaz degradación que viene sufriendo la educación se inscribe también en este mecanismo. Se ha visto globalmente en la idea de revisar la historia de siglos atrás para encontrar culpables en la actualidad y reparar a víctimas que no fueron victimizadas. Se ha visto con el ataque al concepto de meritocracia, defenestrada hasta el hartazgo. Y se ve con la enseñanza de la educación sexual, desvirtuada en sus objetivos y naturaleza para convertirse, como todo, en instrumento del mismo mecanismo totalitario.

La utilización de la educación sexual para incorporar más control en la formación de ciudadanos sumisos no es diferente al sufrido por otras disciplinas como la historia o la biología. De hecho, es prácticamente igual. Alrededor de la cuestión de la educación sexual gerenciada desde el multilateralismo hay una mamushka de organismos y organismitos, observatorios, comisiones y miles y miles de informes. Hay burócratas, en una proporción sorprendente hay predadores sexuales, hay muchísimo dinero y luego está la narrativa. El paradigma de la educación sexual que impone ONU y sus derivadas como Unesco, OMS o Unicef tiene carácter holístico, está diseñado por «expertos» y suscribe a ese gelatinoso metaverso donde flotan inconexas la diatribas anticapitalistas, antihumanistas, sexistas e identitarias.

La educación sexual ya no consiste en proporcionar conocimientos objetivos e instrumentales a los niños respecto de la prevención de enfermedades de transmisión sexual, de anticoncepción o de las leyes que los protegen. La educación sexual pero «Integral» tiene por objetivo explícito cambiar mentalidades y conductas para consolidar cambios culturales acordes a la ideología de los burócratas como Guterres o Tedros. Nada que no se haya visto antes.

«Los ciegos y el elefante» es una fábula hindú que se ha replicado en muchas culturas, utilizada para explicar la incapacidad de conocer la totalidad de la realidad cuando se analiza parcialmente. Resulta que hay un grupo de ciegos tratando de describir al elefante al tocarlo pero cada uno piensa que la totalidad del elefante es la parte que toca, así que uno piensa que es puntiagudo porque toca un colmillo. Otro piensa que es plano porque toca la oreja y otro piensa que es flaco porque toca la cola. Pero para entender la instrumentalización que el totalitarismo hace de la educación es necesario ver el elefante completo. La degradación de la educación sexual es sólo un pedacito de elefante. Todas las partes funcionan pegadas al pobre animal y son parte de una causa común, instintivamente. La trompa arruina la meritocracia, una pata pisa las universidades, la cola sacude la investigación y otra pata pisa la educación sexual y así sucesivamente. Es orgánico, no una conspiración tenebrosa.

Los gobiernos de nuestras democracias liberales siguen sin chistar las modas y obsesiones que surgen de las usinas multilaterales y las usinas multilaterales fabrican estas modas porque es de lo que viven (muy lujosamente, por cierto). Con distinto grado de convicción, de corrupción y de eficacia, todos nuestro gobiernos reciben instrucciones para armar las mismas leyes y esto es lo que ocurre con la «educación sexual integral» (o Comprehensive Sex Education) como el International technical guidance on sexuality education: an evidence-informed approach de Unesco. Nadie en la cadena alimenticia que va desde las más altas jerarquías internacionales hasta el último orejón del tarro del mundo de la educación tiene ni la voluntad ni la capacidad de revisar los lineamientos, porque esto significaría dejar de recibir jugosos fondos y convertirse en un paria planetario, vale decir que no tienen incentivos para resistir la embestida. Y si los líderes mundiales no resisten, por qué lo haría en solitario un maestro. 

Ejemplo de esto es el marco diseñado por la Organización Mundial de la Salud para las autoridades educativas y sanitarias titulado Estándares para la educación sexual en Europa o el otro marco que se llama Orientación internacional sobre educación sexual producido como parte de la agenda de educación de las Naciones Unidas 2030 y refrendado por Unicef. El propósito de estos «marcos», y de los anteriores y de los que vendrán, es planificar centralizadamente las acciones de intervención política en el ámbito privado,  estandarizando la enseñanza de la educación sexual. Curiosamente, hace pocas semanas la Comisión de Población y Desarrollo no logró llegar a un consenso sobre el avance del bendito marco pero esto ocurrió sólo porque las naciones de África y Medio Oriente se opusieron, advirtiendo a ONU que debe respetar los valores de todas las culturas. Por supuesto que los líderes de las democracias liberales no fueron capaces de defender sus valores del mismo modo. Los líderes africanos señalaron a los tecnócratas que «el problema con la política de estilo comunista es que exige un enfoque uniforme con resultados ideológicos idénticos independientemente de la cultura». Lastimosamente, los mandatarios occidentales han sido incapaces de advertir sobre un hecho tan evidente.

El marco conceptual de la OMS exige que la educación sexual comience al nacer y sea diseñada, intervenida, evaluada y guiada por el Estado. Sus brazos ejecutores pueden ser los gobiernos locales, los gremios docentes o el cardumen de ONG que siempre está dispuesto. Pero lo importante es entender el alcance: «Ha pasado casi una década desde que el documento Orientaciones técnicas internacionales sobre educación en sexualidad se publicó, por primera vez, en 2009. Desde entonces, la comunidad mundial ha llegado a adoptar un programa audaz y transformativo de desarrollo para conseguir un mundo justo, equitativo, tolerante, abierto e inclusivo, en el cual se cubran las necesidades de los más vulnerables y nadie quede al margen. La Agenda 2030 para el desarrollo sostenible nos muestra que la educación de calidad, la buena salud y el bienestar, la igualdad de género y los derechos humanos están intrínsecamente interrelacionados».

¿Qué tiene que ver esto con la información respecto de la anticoncepción o la prevención de enfermedades de transmisión sexual? Nada, porque justamente en referencia a la educación sexual tradicional en las escuelas, la OMS dice que «Tradicionalmente, la educación sexual se ha centrado en los riesgos potenciales de la sexualidad, como el embarazo no deseado y las ETS. Este enfoque negativo a menudo asusta a los niños y jóvenes: además, no responde a su necesidad de información y habilidades y, en demasiados casos, simplemente no tiene relevancia para sus vidas».

Pero ¿acaso no está bien que los chicos se asusten de contagiarse una enfermedad o de tener un embarazo no deseado y que por eso conozcan métodos para evitarlos? ¿No es bueno enseñarles a temer una enfermedad como les enseñamos a no meter los dedos en un enchufe? Recordemos que estamos hablando de niños y de niños muy pequeños. Bueno, para OMS eso es «negativo» y lo que quieren es dar un punto de vista positivo que consista en «Un enfoque holístico basado en una comprensión de la sexualidad como un área del potencial humano ayuda a los niños y jóvenes a desarrollar habilidades esenciales que les permitan autodeterminar su sexualidad y sus relaciones en diversas etapas de desarrollo. Los ayuda a empoderarse más para vivir su sexualidad y sus parejas de manera satisfactoria y responsable». ¿Se ve mejor al elefante?

Claro que ONU siempre va a usar su viscosa concepción de los Derechos del Niño, después de todo, hasta lo más sagrado para la progresía es «político», así que disentir con sus lineamientos se convierte mágicamente en ir contra los derechos humanos. Pero además nos aclara: «La salud sexual debe promoverse como una estrategia esencial para alcanzar los Objetivos de Desarrollo del Milenio». Y con este estandarte satura las aulas con consignas ideológicas que nada tienen que ver con evitar enfermedades, abusos o embarazos sino con imponer una visión sectorial, identitaria, sin anclaje científico y que hipersexualiza a los niños desde su primera infancia.

Y acá viene el aspecto más escabroso del asunto: el enfoque (que OMS llama) positivo de la educación sexual es el que afirma que los niños son sexuales desde el nacimiento y, en consecuencia, requieren conocimientos sexuales (que debe brindar el Estado, o sea los políticos) para cumplir con su derecho al placer sexual. ONU utiliza el concepto de positividad sexual para reformular las barreras de salvaguardia como la cuestión del consentimiento, y para abogar por la participación de los niños en actividades de exploración con sus pares, padres y otros adultos en el ámbito público. Estas actividades están sobrerrepresentadas en las directrices de esos PDF que cualquiera de nosotros puede encontrar perdidos en las páginas gubernamentales con sólo buscar un poquito. El avance del Estado sobre la vida privada es brutal, abandonando el criterio principal de «protección», para dirigirse a un enfoque «positivo» indicando una serie de intervenciones prácticas que favorecen la hipersexualización de niños y su consecuente confusión (¡y esto en manos de los gremios docentes!). 

Los responsables de impartir estos conocimientos no deben poseer necesariamente una formación especializada, como cabe a cualquier propagador de ideología brumosa, y puede dictar la materia cualquier docente, porque además les suma puntos. Pero también hay cursos que dan las ONG (¿cuándo no?) o fundaciones relacionadas con colectivos sexuales. Esta fábrica de leyes de educación sexual todas igualitas, todas tan funcionales ideológicamente, deja un alarmante conjunto de objetivos que el lector sagaz habrá visto ya en otras partes del elefante: modificar patrones de conducta, promover una visión maniquea de las relaciones sociales, e imponer el concepto de biología como un constructo opresor que debe ser vaciado para alcanzar la inclusividad y el nirvana igualitarista. Y todo bien con que haya gente que tenga esta ideología, cada uno es dueño de profesar la que quiera, pero lo que no se puede hacer es llamar a un conjunto de planes político/ideológicos «evidencia» y mucho menos adoctrinar a los niños en ella. 

Lo dicho: al elefante hay que verlo completo porque si no no se entiende qué forma tiene el animalito. No existiría el wokismo, ni el avance de la intromisión del poder en el ámbito privado si primero no hubiera crecido durante décadas, en el imaginario social, la idea de la pretendida neutralidad del Estado, si los ciudadanos no vieran al Estado benefactor como un ánima bondadosa ajena al deseo mezquino del poder político y burocrático. Porque cuando se entiende que las directrices que están mancillando la educación provienen de esos políticos a los que no dejaríamos la llave del auto, resulta imposible entender que les entreguen tan dócilmente el adoctrinamiento sexual y emocional de sus niños y les permitan inundar el sistema educativo con contenido ideologizado solidificando a través de los «marcos» escritos por burocracias con nulo respeto por los valores de la libertad, basta con ver la trayectoria de quienes dirigen estas organizaciones.

Finalmente, no hay que olvidar que si se respetan a rajatabla las disposiciones de ONU en la ESI sobre perspectiva de género, identidades sexuales, autodeterminación y afirmación de género (incluyendo dentro de este concepto las terapias tempranas de «afirmación de género percibido» como hormonización e intervenciones) los padres se pueden convertir, a los ojos del poder, en molestos enemigos de dicha autoafirmación. No debe descartarse, porque ya ha pasado, que se distorsionen los objetivos y en lugar de detectar reales abusos la ESI sirva para denunciar a aquellos padres que se opongan a tales terapias en menores de edad.

Aceptar la «Educación sexual integral» no es proteger a los niños ni de abusos, ni de enfermedades ni de embarazos, es simplemente descartar la educación sexual para imponer una visión política sobre la cuestión sexual a niños a modo de dogma. Es increíble que la humanidad caiga una y otra vez en la misma trampa retórica. Pero, si por no discutir y no complicarse la vida, finalmente se acepta que el poder político sea el custodio y preceptor de la educación y orientación sexual de los niños, y que esto sea uniforme sobre la totalidad de los niños de los países miembros de ONU, caben un par de preguntas para hacerse al apoyar la cabeza en la almohada: ¿De qué Estado estamos hablando, del manejado por ordenamientos democráticos o de Supraestados ordenados por jerarquías tecnocráticas? y sobre todo: ¿Tendrá reservado ONU algún rol al entorno familiar de los niños o finalmente pasarán los pequeños a ser una cuestión de Estado? 

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