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Este artículo se publicó en La Gaceta antes de convertirse en La Gaceta de la Iberosfera, no siendo entonces propiedad de Fundación Disenso.

El gran error de Donald Trump

Los sueños se resisten a morir, y mucho pusieron en Trump tantas esperanzas que no se resignan a creer que el candidato que les prometió centrarse en América y dejarse de aventuras imperiales vaya ahora a meterles en la peor de todas.

«Este era un horrible acuerdo desigual que nunca jamás debió haberse firmado«, sentenció el presidente Donald Trump en rueda de prensa desde la Casa Blanca, anunciando que América se retiraría del acuerdo de desnuclearización firmado con Irán -y otros países- durante la Administración Obama. «No ha traído la calma, no ha traído la paz y nunca lo hará».
Decíamos el otro, en relación con la congelación de fondos a los Cascos Blancos, que cuando los trumpistas de primera hora tiran la toalla y renuncian a seguir apoyando a Trump hace algo que vuelve a ilusionarles. Pero lo contrario es igualmente cierto: cuando los entusiastas de Trump vuelven a estar encantados con él, hace alguna otra cosa que lo echa todo por tierra.
Lo primero que se le ocurre a cualquiera, la primera consecuencia de esta iniciativa, ignorando por completo el país con el que se ha firmado el acuerdo o el objeto del mismo, es que deja la fiabilidad internacional de Estados Unidos por los suelos. Es como si Trump ignorase que los tratados internacionales no obligan al gobierno que los firma, sino al país que representa; fue Estados Unidos, no Barak Obama, la parte contratante de ese contrato. ¿Con qué ánimo puede, por ejemplo, acceder Corea del Norte a firmar un acuerdo con un país que los incumple cuando al gobernante de turno no le gustan?
La primera razón que ha dado Trump es una mentira que se repite mucho, que Irán es el «principal Estado promotor del terrorismo», pero que es fácilmente refutable. Resulta incluso extraño en un país que inició la ‘Guerra contra el Terror’ tras el ataque a las Torres Gemelas, obra de wahabíes, atribuida a un saudí y con saudíes como protagonistas mayoritarios. Otro tanto puede decirse de los peores ataques que ha sufrido Europa, reivindicados por el Estado Islámico, enemigo jurado de Irán.
Tampoco tiene mucho sentido calificar el acuerdo de ‘desigual’, al menos en que favorezca especialmente a Irán, cuando con él renuncia a adquirir un armamento del que sí dispone ya su enemigo en la zona, Israel.
De hecho, Israel y Arabia Saudí están entre los pocos países que han aplaudido la decisión de Trump, pero su posición es evidentemente parcial en este asunto.
De los otros firmantes del tratado, Francia y Alemania dicen que siguen adelante con él y que harán lo posible por sacarlo adelante. Por su parte, el presidente iraní, Hasan Rohani, ha declarado que «si logramos los objetivos del acuerdo, seguirá adelante (…) Pero si llegamos a la conclusión de que eso no es posible, entonces me presentaré a los iraníes y anunciaré nuestra retirada«.
Lo que significaría, naturalmente, que Irán podría retomar su programa nuclear como nación soberana y parte del Tratado de No Proliferación Nuclear. Eso daría a Israel una razón para realizar ‘bombardeos quirúrgicos’ en las instalaciones iraníes, ataques que sin duda Estados Unidos apoyaría. Con lo que si Bush empantanó a América en Afganistán e Irak y Obama en Libia y Siria, el presidente ‘aislacionista’ podría alzarse con el premio gordo de la guerra inganable: Irán.
El objetivo último con Irán, por ahora a través de sanciones -las mismas que interrumpía el tratado, más algunas otras-, es, veladamente en el discurso de Trump y explícitamente en las voces de numerosos ‘halcones’ de Washington, es el ‘cambio de régimen’.
Algo que ha dado tan excelentes resultados en el pasado reciente, si recuerdan.
Irán es un país con una población perfectamente preparada para la democracia y para sacudirse la tutela de los ayatolás. Pero es poco probable que la hostilidad americana consiga otra cosa que acercar a los iraníes a sus gobernantes, como es natural, y rechazar ese ominoso lenguaje sobre «cambio de régimen» procedente de un país, Estados Unidos, cuya CIA ya les organizó un golpe de Estado que convirtió al Shah en un dictador coronado.
Los sueños se resisten a morir, y mucho pusieron en Trump tantas esperanzas que no se resignan a creer que el candidato que les prometió centrarse en América y dejarse de aventuras imperiales vaya ahora a meterles en la peor de todas. Por eso hay quien aún cree que, como en el caso sirio, esta es una de cal a la espera de que llegue la de arena.
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